Trasladar las esperanzas para el 2016

¡Feliz 2016! Hace varios días que en mi cuenta de Twitter vengo posteando esta salutación. El significado es obvio. Por lo menos en los aspectos económicos, (de los políticos no me ocupo por ahora) no parece que 2015 vaya a ser un año que permita augurios esperanzados ni demasiados brindis.

Argentina es un país con escasa innovación y como tal, de escaso nivel de ventajas competitivas en sus productos. Depende entonces de dos clases de bienes para exportar: las materias primas, en las que no es formador de precios, y los productos industriales, en su mayoría fuertes demandantes de insumos importados y con precios internacionales que no permiten demasiada flexibilidad a la suba del precio.

Está claro que para los bienes agrícolas, el productor se verá fuertemente afectado por la suba de los costos internos y del lado de los ingresos, por un tipo de cambio con un peso muy sobrevaluado. Eso presagia menor actividad, y seguramente menores niveles de empleo.

En cuanto a los bienes manufacturados, como ya se está observando, han comenzado a reducirse las ventas porque los compradores del exterior, empecinados en no querer comprender las ventajas del modelo de redistribución con inclusión social, se niegan a pagar por nuestros productos más caro que lo que le cobra el resto del mundo por ellos. Esto también agregará desempleo a la ecuación.

Este doble escenario no tiene por qué sorprendernos. Un tipo de cambio retrasado y congelado reajusta siempre por desempleo. Ya lo vivió Menem al final de la convertibilidad, en definitiva un sistema de retraso cambiario frente al aumento del gasto.

Ocurre que los costos internos se componen exclusivamente de costo salarial, impuestos y costo del capital, o interés. Esa suma hay que divirla por el tipo de cambio oficial para obtener el costo de producción. Sin necesitar de estudios especiales, es fácil notar que con impuestos crecientes, (incluyo inflación) costo salarial generoso y escaso crédito barato, el costo de producción será muy alto en pesos, y al dividirse por un tipo de cambio falsamente barato, la producción nacional será muy cara en términos internacionales.

Cualquier otro país devaluaría, o permitiría una devaluación, aunque fuera como medida cortoplacista. La experiencia nos dice que eso no pasará aquí. Nos hemos transformados en especialistas en “no hacer lo que hay que hacer”. Un paso aún más adelante que “hacer lo que no hay que hacer”.

Además de que luego de tanto atraso, de tanto gasto y de tanta emisión una devaluación pondría presión sobre la inflación, hoy falsamente controlada, (es un decir) el gobierno quiere ganarle al mercado. El resultado en el corto plazo es previsible: no habrá devaluación, por lo menos en la medida conveniente.

Como tampoco bajará el gasto, (ni siquiera dejará de subir), ni se ampliará el crédito a tasas razonables, ni bajarán las presiones salariales, y además se prevé subir las cargas sociales y ventajas laborales, la ecuación se alterará necesariamente para peor. El desempleo tomará características preocupantes.

En un año electoral, con un gobierno populista, sería irreal pensar en un plan integral para bajar la inflación, el gasto y los impuestos, lo que hace también impensable una devaluación sin sufrir serias consecuencias.

Nada que no hayamos dicho todos varias veces en los últimos meses, pero que hay que volver a decir para explicar que 2015 será, en el mejor de los casos, otro año en blanco.

Algunos colegas respetables sostienen que 2016 también será duro porque allí se deberá practicar el ajuste que ahora se elude irresponsablemente. Pero ese ajuste contendrá una esperanza que es imposible de concebir y soñar en 2015.

Todo este panorama estará fuertemente matizado por la imposibilidad de importar, dada la mala situación de reservas, lo que agravará la recesión y el desempleo. La amenaza de aumentar el valor de las indemnizaciones en nuevas leyes en estudios, puede precipitar despidos y conflictos.

Aún cuando no fuese la solución ideal, un gobierno sensato trataría de conseguir divisas auténticas para incorporarlas a las reservas, y aún para (desesperadamente) poder pagar insumos vitales. También descarto que se vaya a ir por ese camino.

A estas penurias sumémosle las que devendrán del juicio perdido con los holdouts y sus correlativas, y de otros que perderemos, más sanciones adicionales que recibiremos.

Esto, matizado por nuevas leyes vengativas de parte del ejecutivo, a veces con propósitos más o menos claros y despreciables, y otras veces de pura venganza, simplemente.

A menos que algún psicólogo de renombre me explique que se ha encontrado un súbito tratamiento contra las psico y socipatías que parecen afectar al gobierno, perdónenme si no tengo la suficiente hipocresía para desearles felicidades en un año que ya se que será penoso para el país y su gente.

Permítanme entonces trasladar el augurio y las esperanzas a 2016.