Es común escuchar mencionar la brecha que existe en la Argentina, para referirse a la división del país en dos hemisferios irreconciliables y casi incompatibles, que podrían identificarse con dos ideologías.
Me permito pensar de un modo algo más complicado que tal enfoque. Si se prescinde por un momento de la polarización que llamaríamos K – anti K, que parece explicar todas las discrepancias que nos asuelan, el análisis se torna mucho más complejo.
El país está dividido en muchos subpaíses, por verdaderos tajos en la dermis de la sociedad.
Si consideramos por caso el universo de la formalidad enfrentado con el universo de la informalidad, economía negra u “otro sendero”, casi estamos hablando de dos dimensiones que no se tocan, no se reconocen, no se pueden reconciliar.
Como si hubieran sido separados por un tajo monstruoso de algún fantasmagórico malevo borgeano, comparten el mismo espacio físico, pero no se ven, o fingen no verse. Sólo en alguna pelea de comerciantes establecidos contra manteros, se advierte alguna suerte de reconocimiento de la existencia del otro. No es cuestión de ricos y pobres. En las villas hay millonarios y empresarios, y no sólo los que se dedican a construir para alquilar. Hablamos de un estilo de vida al que los informales han llegado por decantación, por ambición o por desesperación. La Salada y el Patio Bullrich, ¿dónde se intersectan?
¿Se le puede atribuir a cada uno una pertenencia ideológica o política? Difícilmente. Como en una matemática de conjuntos, cada elemento pertenece a su mundo. La intersección entre ambos es muy pequeña. Integrarlos es tarea titánica. ¿Es la informalidad lo mismo que la marginalidad? No, aunque se retroalimenten a veces. El marginal es siempre informal. La inversa no es necesariamente cierta. Lo que que en Lógica se expresaría: la correspondencia no es biunívoca.
Miremos ahora el conjunto de quienes tienen trabajo, y el conjunto de quienes jamás lo tendrán, por la razón que fuere, y caerán en la marginalidad. ¿Hay una intersección suficientemente amplia como para tener expectativas de un acercamiento? Improbable. Otro tajo malevo y malévolo en la cara de la sociedad. Los comportamientos de ambos grupos son disímiles y opuestos en la mayoría de los casos.
Hay probablemente alguna intersección importante entre la marginalidad y la informalidad. Pero no son la misma cosa. Se puede ser un desocupado y no se está en la informalidad. Ni se es millonario de la Salada. La marginalidad tiene a su vez subconjuntos, que son distintos entre ellos, aunque a veces se rocen, o convivan. Los planeros, los buscavidas, (trapitos, limpiavidrios, mangueros, mangueros con niños alquilados, prostitutos/as, etc.). Este último segmento ya no es una minoría.
No incluímos entre los conjuntos opuestos el de los ricos y pobres. Los ricos y pobres pertenecen al mismo conjunto en cuanto a sus reglas básicas. Han convivido y han migrado de categoría por decenas de años en la Argentina. Quien esto escribe y muchos de sus colegas son hijos de familias pobres. Los marginales no migran.
A estos conjuntos que llamaríamos paradigmáticos, se agregan otros que los intersectan o no, pero por otros criterios de comportamiento o pensamiento menos prototípico. Los que ahorran para comprarse un terrenito, hacer su casita y luchar toda la vida para pagar el ABL o la Contribución Territorial, o como se llame, jamás tendrán nada que ver con los usurpadores o los villeros. Además, lo sepan o no, sus intereses se oponen salvajemente.
Los contribuyentes a todos los impuestos, por voluntad propia o por descuento compulsivo, no pertenecen al mismo conjunto que los que se creen con derecho a todos los subsidios. Ni a todas las prebendas, como los industriales que supimos proteger. (Estos podrían pertenecer a un subconjunto de la marginalidad si se piensa un poco) y mucho menos al de los evasores.
Alguien que cree que tiene derecho a que el estado o alguien le pague Fútbol para todos, o pide que el Estado controle los precios de su prepaga, nunca tendrá nada que ver con los enemigos del estatismo.
Los corruptos seriales, e incluyo con el mismo peso a los funcionarios y a los privados que viven del gasto del estado, pertenecen al gran conjunto de los delincuentes, aunque no al conjunto de los execrados por la sociedad, ni de los presidiarios. Lamentablemente. Pero son también un tajo en la piel social difícilmente integrable.
Los que han tenido éxito con su esfuerzo y su talento, pertenecen a mundos distintos a quienes han igualado esos méritos mediante la corrupción o comprando un título o una prebenda. Ambos grupos pertenecen a conjuntos morales irreconciliables que cortan a través la organización social.
Luego, encontramos el conjunto de los violentos. No sólo hablamos de los asesinos y asaltantes, sino al estilo de convivencia. Ese grupo no tiene posibilidad de interactuar civilizadamente con el conjunto de gente pacífica, normal y solidaria. Otra transversalidad imposible de compatibilizar. Basta entrar a Twitter.
Los avatares de la dialéctica política barata nos han llevado a que quien defienda un concepto liberal de la vida, no tenga más remedio que estar enfrentado fatalmente con quienes propician el estatismo y el populismo consiguiente. Y nadie puede negar que se trata de dos ponencias extremas incompatibles. La apertura o el proteccionismo, la libre competencia o el control de precios, difícil encontrar conjuntos tan opuestos.
No acusamos en todos los casos a los elementos de cada conjunto creado por los tajos, de ser culpables de su pertenencia. Una víctima de la educación pública cada vez se parecerá menos a alguien que tenga una educación simplemente razonable en el sistema privado. Que no es mejor por ser privado, sino por no ser del Estado. Y dentro de este conjunto, el subconjunto de los que creen que la educación debe ser inclusiva y no de excelencia, una monumental dicotomía.
Sólo para polemizar, imaginemos el conjunto de los empleados públicos enfrentados al conjunto de quienes creen que deben ser expulsados del Estado. ¿Tienen alguna intersección?
Existen también conjuntos meramente fácticos. El que tenga que pasar por las penurias diarias de ir a trabajar viviendo en el conurbano, a diferencia del que viva en Capital. Y esas diferencias condicionan todo el comportamiento y la idiosincrasia de ambos sectores, a diferencia de lo que ocurría en el pasado.
Hay otros tajos que, locales o mundiales han configurado conjuntos llamémosles de tipo anímico-espiritual, pero no por eso menos segmentantes ni con menores efectos. El de los irónicos, destructores de toda creatividad, el de los resentidos por causas diversas, capaces de anular sus pensamientos para satisfacer su revanchismo. El de los escépticos, que están siempre dispuestos a negar e impedir cualquier esperanza.
Los negadores de la Patria, que cambian su historia y sus héroes a veces por ignorancia, a veces por mala fe, a veces por necesidad de justificación, a veces por políticas precarias, a veces por mediocridad, jamás de todos los jamases podrán compartir ningún ideal con quienes admiran y veneran a nuestros prohombres guerreros, políticos, intelectuales o sociales.
Y un tajo final, un segmentador de todos los segmentos, un conjunto monstruoso e invasivo como el cáncer, capaz de transformar todas las células en sus propias células nocivas: el narco. El imperio del mal, que se enfrenta al Estado, que lucra, prolifera y reina entre esta terrible diversidad de conjuntos contrapuestos, que parecen haber sido provocados a su pedido y conveniencia, como algunos suponen.
Cortajeada en su piel y su carne, la Argentina no es una Argentina, son cientos de Argentinas, cada una con objetivos, pautas éticas, morales y económicas distintas, que llevan a un enfrentamiento endémico.
Acaso por eso se dice que el único que puede gobernar este país es el peronismo. Porque no lo gobierna. Lo deja ser y se limita a cobrar su peaje. Y permitir que se agraven las brechas y los tajos, hasta que se desfigure y desintegre la piel de la República.
Recordando a Mandela, que un día se vistió con la casaca de los Springboks odiados por toda Sudáfrica negra para llamar a la unidad, cuesta trabajo pensar en alguien que pueda cicatrizar esos tajos, borrar esas heridas, recomponer el cutis de la Nación, volver a tener un objetivo común.
La democracia es en definitiva, un sistema de gobierno basado en la disconformidad controlada. Nadie obtiene todo lo que quiere, pero nadie considera al otro su enemigo o su verdugo. No hay democracia si el que gana cree que el pueblo que no lo votó es su enemigo o viceversa.
No hay país si cada conjunto o sector siente al otro conjunto como su enemigo. Ni donde cada sector cree en la necesaria eliminación del otro. Ni donde la ganancia de uno es la ruina del otro.
Para que una democracia sea posible, debe haber una semejanza, un pensamiento promedio en sus ciudadanos. Fomentada a veces, casual o causal otras, la multidivisión hace imposible un país, un plan, un destino común y hasta una patria.
Los políticos y sus partidos mediocres y corruptos, no son capaces de generar un líder que sea capaz de persuadir, de explicar, de convencer, de unir tras una causa a la sociedad. Mienten porque no tienen nada para proponer, ni quieren tomar el riesgo, como Madiba, de hacerlo.
Por eso es tan festejada la frase Carliana: “Si decía lo que iba a hacer no me votaban”. Resignada aceptación de la violación de la inteligencia colectiva y el derecho a un futuro. Por eso el mecanismo de discusión nacional es el insulto y la descalificación. Cuando no la prepotencia o el apriete.
Empezamos ahora, de nuevo, a buscar la salida a nuestros dramas económicos y sociales. Pero la solución de unos es el problema para otros. Por eso en el fondo, no hay solución.
Alguien tendrá que alzarse por sobre estas mediocridades, por sobre los partidos políticos usurpadores de la democracia, por sobre el delito, la corrupción, el narco, el escepticismo, la ironía, la estupidez, la prebenda, el acomodo y la estrechez de miras. Alguien debe ser Mandela.
El conjunto de irónicos y escépticos me responderá que tal cosa no puede pasar “entre nosotros”. Seguramente creerán que ese comentario es una muestra de inteligencia. Pertenezco al conjunto de quienes creen que Argentina, o las mil Argentinas, no son una excepción en el universo. Es posible re-unirla. Es posible un país. Es posible una Patria.
Mandela es posible.