Más deuda para financiar subsidios

Como no soy político ni lo quiero ser, cumpliré mi promesa de adivinar lo que harán los presidenciables si tienen la suerte, o el sino, de ser elegidos. Como siempre, seguimos analizando rubro por rubro lo que proponen y lo que inferimos de cada propuesta.

Avancemos hoy con el tema subsidios. Es parte de la política sobre el gasto (es hora de que haya alguna), pero tiene sentido considerarlo como un rubro aparte por sus implicancias.

La tentación de bajarlos de un golpe alcanza a los principistas liberales y a los gradualistas. Unos porque comprenden el daño de un método que promueve el consumo de bienes escasos, otros porque un sablazo a este rubro les permitiría no tener que hacer cirugía mayor en el gasto, lo que no saben cómo hacer. Ni quieren.

Aquí Daniel Scioli y su grupo están pensando en un sinceramiento muy rápido en las tarifas y más gradual (¿cien años?) en los transportes, aunque el nuevo presupuesto del actual Gobierno no prevé una eliminación drástica en ningún rubro.

Mauricio Macri declama la necesidad de reducirlos, pero salva a los más carenciados. Su posición es aún algo vaga. Tampoco está agitando un cambio instantáneo. El esquema que usó en la ciudad de Buenos Aires no es buen presagio.

Sergio Massa también es gradualista. No ha sido contundente en este punto. Pero hace la concesión casi religiosa de mantenerlos para los más pobres. Defina “pobres”. En este aspecto, como en todos, sus programas son estéticos, no para llevarlos a la práctica. Continuar leyendo

El servicio de Tucumán a la república

El terrible escupitajo a la peor cara del kirchnerismo fue un servicio de Tucumán a la república.

No se trata solamente de un desafío ni de un acto de valentía o rebelión frente a un Gobierno con los peores métodos de sometimiento desde los abusos de los ingenios azucareros de principios del siglo XX, que fueron desde la esclavitud económica hasta la servidumbre sexual.

Se trata de indicar el camino que seguramente deberemos recorrer desde aquí a octubre, desde octubre al 10 de diciembre y luego a lo largo de los próximos cuatro años, quienquiera fuese el candidato ganador en las elecciones generales.

Tuve la suerte, o la desgracia, de anticipar este mecanismo que comenzó el lunes 24 en la nota que publicara en Infobae hace 3 semanas.

Allí hablaba de la necesidad de tomar la calle, no ya como un mecanismo de catarsis, sino como un resorte de poder, o para influir permanentemente en el poder.

Independientemente de que no es esperable que ni José Alperovich, ni Juan Luis Manzur, ni Daniel Scioli (ni Cristina, obviamente) hagan absolutamente nada para corregir el resultado de la elección tucumana, ni tampoco para mejorar el sistema de aquí a octubre, la instantánea reacción de la gente se va a entronizar como un sistema de plebiscito permanente que deberemos usar sin asco ni miedo. Continuar leyendo

¿Aux barricades?

Recientemente, Elisa Carrió anunció que si intentaban robarle los votos, “sacaría la gente a la calle”. Estaba anticipando la desesperación del Frente para la Victoria (FPV) ante la posibilidad de no ganar en primera vuelta, lo que lo condenaría a la derrota en segunda.

Como la diferencia entre el cielo y el infierno kirchnerista puede llegar a ser de solo cuatro o cinco puntos, la presunción de un fraude tiene fundamentos, en especial en las zonas del malón electoral del conurbano, donde para ser fiscal de la oposición se requiere por lo menos ser cinturón marrón de karate.

La profecía de Lilita puede llegar a proyectarse hacia después de las elecciones, cualquiera fuera el candidato ganador. Sobre todo teniendo en cuenta la conformación de las Cámaras, la cristinización del Ministerio Público y el descuartizamiento y la invasión K de la Justicia. Continuar leyendo

El poder y la telaraña de la corrupción

Deslumbrados por convenientes teorías globales en boga, hace mucho que los políticos locales, y no sólo ellos sino también dirigentes de distintos ámbitos y niveles, han adoptado un complaciente paradigma: perseguir la obtención del poder por el poder mismo.

La teoría, como se sabrá, es muy simple: lo importante es conseguir el poder por cualquier medio reputado como legal, no con el afán de imponer algún ideal, alguna ideología o alguna concepción de organización social o económica sino simplemente para detentar – y ostentar – el poder.

Una vez en el poder, se supone, y generalmente ocurre así, que ello da primero más poder, luego riqueza, influencia, boato, privilegios, atractivo sexual y social, ojos celestes, ostentación, relaciones, obsecuencia, acceso a todas las ventajas y, finalmente, de nuevo poder.

Si el político vencedor está muy enfermo, también le da derecho a la venganza, a la destrucción de la sociedad, al insulto, al ninguneo y a la pulverización de todos los valores que lo molestan en algún recóndito lugar de su memoria infantiloide.

Esta teoría, que llamo maquiaveliana recordando la mediocridad espiritual del despreciable italiano, contiene por supuesto un corolario: una vez que se obtiene el poder, debe ser conservado a rajatabla.

Cuando resulten triunfantes, los gabinetes y esquema de colaboradores de esos políticos ya no serán constituidos en función de los planes o proyectos que se quieren implementar, que no existen, ni de acuerdo a ninguna pauta ni requisito de idoneidad, conocimiento o experiencia.  Salvo la lealtad, la obediencia, la obsecuencia y la capacidad de llevar adelante una orden o consigna a cualquier precio, hasta la incineración.

Las reuniones internas son escasas y en grupos muy pequeños, ya que se realizan para dar órdenes o recibir algún informe siempre secreto. No hay un plan ni un proyecto. Hay un modelo. Un modelo de negocios.

Jamás estos políticos tendrán un proyecto integral y orgánico que cubra seriamente una necesidad de la sociedad.  Si se compran vagones de trenes se hace seguramente porque se recibe alguna coima, o por algún  oportunismo político, o por algún favor. Lo mismo si se hacen casas o caminos. No importa que los caminos no vayan a ninguna parte, ni siquiera que se hagan. Importan el cartel, el retorno y la inauguración.

En tal esquema, el técnico, el experto serio, el especialista, el profesional, son obstáculos, ya que  tendrán reticencias para hacer lo que se les manda en cumplimiento de objetivos que no son técnicos y que no comprenden.

Otra característica notoria de esta concepción, es que no se explica, no se dialoga ni se negocia. La idea es: “Yo gané, ahora obedézcanme”. El poder por el poder mismo, impuesto como dogma de fe. La ciudadanía, equivocada por precariedad intelectual y también por miedo a no ser políticamente correcta, tiende a aceptar el razonamiento y hasta a defenderlo, creyendo que está defendiendo la democracia.

En las campañas electorales, suele notarse que ningún partido con posibilidades presenta algo parecido a una plataforma. La gente prefiere creer que “no dicen lo que van a hacer porque si no no los votarían”. Generoso pensamiento que supone que los postulantes tienen un plan preciso y mágico, pero doloroso, que tienen que ocultar a la sociedad como a un niño se lo engaña para que tome el jarabe con gusto a medicina para curarse.

Falso. No dicen lo que van a hacer porque no tienen intención de hacer algo concreto y explicable desde la teoría. Tratarán de conseguir el poder e “irán viendo”.  La gente se apasiona, se pelea, se agrede, se descalifica, y no advierte que está siendo víctima de una trampa montada por todos los actores, que le hacen creer que están en bandos opuestos, pero que luchan para conseguir el poder por el poder mismo.

Después se encargarán de disfrazar con palabras cada obra interminable, cada prebenda, cada rapiña, cada contrato, cada permiso mal dado. Y por eso se advierten tantas contradicciones, que sólo son tales para quien cree linealmente que los gobernantes han trazado un plan y no son coherentes con él.

En este Gobierno que agoniza por plazo y por desprecio a y de la sociedad, hemos asistido a miles de contradicciones. No se trata de errores. Son conveniencias circunstanciales que responden al único plan central: ordeñar y conservar el poder. Sólo son contradicciones para nosotros. No para ellos.

Nótese con cuánta facilidad se pasa del criterio del poder por el poder mismo al desprecio  por los valores republicanos, al desprecio por la eficiencia, al desprecio por la ley, al desprecio por la gente.

Y por supuesto, a un verdadero fraude a la democracia, que no supone en su esencia esta concepción egoísta, inhumana y cínica del poder que en definitiva es delegado temporaria y provisoriamente por el pueblo.

Y nótese lo coherente que es para ese modelo la idea de eternizarse en el poder, ya que el poder pasa a ser un bien propio que ha sido ganado con los votos, lo que incluye el derecho a defenderlo de todos los modos… para siempre.

El kirchnerismo es sólo el heredero natural  de esta concepción, a la que le dio brillo y amplió hasta la indignación.

En este esquema sin ideales, ni ideologías, sin proyecto, sin técnicos ni expertos, sólo con el poder obtenido por la gracia del voto, como antes los reyes lo obtenían por la gracia de Dios, se entronca naturalmente la corrupción.

La corrupción es añeja entre nosotros, pero a nuestros efectos, es importante comprender su funcionamiento.  Una telaraña de favores, órdenes, coimas grandes y chicas, amenazas, delaciones, lealtades, traiciones.

Una mafia que recuerda tanto a la obra de tejido del arácnido, como a su homónima virtual, la Web.  Un juez nombrado por alguien le hace un favor a un tercero a pedido de quien lo designó, y se hace acreedor a un favor.  Un empresario que le paga los estudios al hijo de algún funcionario para obtener contrapartidas futuras.

Favores e ingresos cruzados donde a veces el que se beneficia y el benefactor ni siquiera se conocen. “Dejámelo a mí, yo lo arreglo”, sería la frase clave. Plata negra, lavado, facturas truchas cuyo importe van directo al funcionario,  droga y plata de la droga,  pancheros y plata de los pancheros, colectiveros y plata de los colectiveros, manteros y plata de los manteros, villas y plata del cónsul, el narco repartiendo plata hacia arriba y los costados y protección mafiosa hacia abajo.

A esa telaraña se puede entrar por cualquier lado. Está interconectada como la Web, se paga con bitcoins manchados con sangre, o con desnutrición, o con contaminación, o con descerebrados por el paco.  En el centro de esa telaraña, tal vez hay una araña, pero no hace falta que esté. Ya la red es autónoma.

Necesitado de transformar su esquema de poder por el poder mismo en dinero, el sistema político desaforado necesita tener su propio sistema. Lo encuentra en la telaraña de corrupción. Él le permite transformar lo negro en blanco y viceversa, recibir y dar retornos, comprar apoyos para legitimar ese poder sin alma ni ideas, inclusive comprar votos, del pueblo y de legisladores.  De paso, le permite espiar a todos.

En esa tarea, el poder protege a la web de corrupción, y la telaraña le devuelve agilidad operativa y le monetiza el fruto de su poder al gobierno y a los políticos. El blanqueo delirante y aún viviente es una vergonzosa muestra de esa simbiosis fatídica.

Desde villas a cocina de drogas en los countries, desde monumentales “donaciones” de los importadores de efedrina a las tercerizaciones inexistentes que saquean los presupuestos, desde las fronteras indefensas al contrabando a las tierras arrasadas por la minería salvaje, desde el pacto con Irán a la muerte de un fiscal cuya custodia mira para otro lado cuando tiene que mirar para este lado.

Y agregue cada uno lo que quiera, que seguramente acierta. Esta unión entre el paradigma del poder por el poder mismo y la telaraña de corrupción, es un enemigo del bienestar de la sociedad, de la cohesión de la sociedad, y esencialmente, de la democracia, a la que ha violado impunemente y mantiene secuestrada para violarla cada día de nuevo.

El peronismo nuevamente, y todo el sistema político por detrás, están en el proceso, (que espero fervientemente que no sea sangriento), de elegir a los próximos usufructuarios que vendrán a apoderarse del poder y de la telaraña, a “empoderarse” para hacer lo que se le de la gana omnímodamente.  A decir: “Gané, ahora hagan lo que yo digo”

Con un sistema político cuyos protagonistas se han ocupado de amañar a su conveniencia, difícilmente la ciudadanía podrá votar bien. Tampoco discernir entre los discursos todos iguales, sin plan, sin compromiso, sin liderazgo, sin coraje y sin propuesta, y sospecho que sin gente capacitada para gobernar.

La política debe ser una propuesta unificadora, un proyecto que integre a la nación y a su gente, una idea, una concepción de país. Sobre eso hay que discutir, discrepar y negociar.  Mientras sigamos creyendo que la política es un mecanismo para obtener el poder y luego sacarle el jugo, habrá muchas Cristinas y muchas telarañas en nuestro futuro.

La democracia requiere de un ejercicio de humildad. De propuestas,  convicciones,  persuasión y compromiso. El poder prestado que se otorga a un político debe ser manejado con enorme cuidado, con eficacia, talento y mucha generosidad. Traspasar la nación deshecha, exangüe y ordeñada a un nuevo gobierno no es una viveza. Es una estafa a la sociedad.

Procurar el poder por el poder mismo no es democracia. No es república. No es generosidad. No es decente.

Tal vez algún candidato comprenda que puede ser rentable empezar a hablarle a la ciudadanía como si fuera mayor de edad.

Las mil y una Argentinas

Es común escuchar mencionar la brecha que existe en la Argentina, para referirse a la división del país en dos hemisferios irreconciliables y casi incompatibles, que podrían identificarse con dos ideologías.

Me permito pensar  de un modo algo más complicado que tal enfoque. Si se prescinde por un momento de la polarización que llamaríamos K – anti K, que parece explicar todas las discrepancias que nos asuelan, el análisis se torna mucho más complejo.

El país está dividido en muchos subpaíses, por verdaderos tajos en la dermis de la sociedad.

Si consideramos por caso el universo de la formalidad enfrentado con el universo de la informalidad, economía negra u “otro sendero”, casi estamos hablando de dos dimensiones que no se tocan, no se reconocen, no se pueden reconciliar.

Como si hubieran sido separados por un tajo monstruoso de algún fantasmagórico malevo borgeano, comparten el mismo espacio físico, pero no se ven, o fingen no verse.  Sólo en alguna pelea de comerciantes establecidos contra manteros, se advierte alguna suerte de reconocimiento de la existencia del otro. No es cuestión de ricos y pobres. En las villas hay millonarios y empresarios, y no sólo los que se dedican a construir para alquilar. Hablamos de un estilo de vida al que los informales han llegado por decantación, por ambición o por desesperación. La Salada y el Patio Bullrich, ¿dónde se intersectan?

¿Se le puede atribuir a cada uno una pertenencia ideológica o política? Difícilmente. Como en una matemática de conjuntos, cada elemento pertenece a su mundo. La intersección entre ambos es muy pequeña. Integrarlos es tarea titánica.  ¿Es la informalidad lo mismo que la marginalidad?  No, aunque se retroalimenten a veces. El marginal es siempre informal. La inversa no es necesariamente cierta. Lo que que en Lógica se expresaría: la correspondencia no es biunívoca.

Miremos ahora el conjunto de quienes tienen trabajo, y el conjunto de quienes jamás lo tendrán, por la razón que fuere, y caerán en la marginalidad. ¿Hay una intersección suficientemente amplia como para tener expectativas de un acercamiento? Improbable.  Otro tajo  malevo y malévolo en la cara de la sociedad. Los comportamientos de ambos grupos son disímiles y opuestos en la mayoría de los casos.

Hay probablemente alguna intersección importante entre la marginalidad y la informalidad. Pero no son la misma cosa.  Se puede ser un desocupado y no se está en la informalidad. Ni se es millonario de la Salada.  La marginalidad tiene a su vez subconjuntos, que son distintos entre ellos, aunque a veces se rocen, o convivan. Los planeros, los buscavidas,  (trapitos, limpiavidrios, mangueros, mangueros con niños alquilados, prostitutos/as, etc.). Este último segmento ya no es una minoría.

No incluímos entre los conjuntos opuestos el de los ricos y pobres. Los ricos y pobres pertenecen al mismo conjunto en cuanto a sus reglas básicas. Han convivido y han migrado de categoría por decenas de años en la Argentina. Quien esto escribe y muchos de sus colegas son hijos de familias pobres. Los marginales no migran.

A estos conjuntos que llamaríamos paradigmáticos, se agregan otros que los intersectan o no, pero por otros criterios de comportamiento o pensamiento menos prototípico. Los que ahorran para comprarse un terrenito, hacer su casita y luchar toda la vida para pagar el ABL o la Contribución Territorial, o como se llame, jamás tendrán nada que ver con los usurpadores o los villeros. Además, lo sepan o no, sus intereses se oponen salvajemente.

Los contribuyentes a todos los impuestos, por voluntad propia o por descuento compulsivo, no pertenecen al mismo conjunto que los que se creen con derecho a todos los subsidios. Ni a todas las prebendas, como los industriales que supimos proteger. (Estos podrían pertenecer a un subconjunto de la marginalidad si se piensa un poco) y mucho menos al de los evasores.

Alguien que cree que tiene derecho a que el estado o alguien le pague Fútbol para todos, o pide que el Estado controle los precios de su prepaga, nunca tendrá nada que ver con los enemigos del estatismo.

Los corruptos seriales, e incluyo con el mismo peso a los funcionarios y a los privados que viven del gasto del estado, pertenecen al gran conjunto de los delincuentes,  aunque no al conjunto de los execrados por la sociedad, ni de los presidiarios. Lamentablemente.  Pero son también un tajo en la piel social difícilmente integrable.

Los que han tenido éxito con su esfuerzo y su talento, pertenecen a mundos distintos a quienes han igualado esos méritos mediante la corrupción o comprando un título o una prebenda. Ambos grupos pertenecen a conjuntos morales irreconciliables que cortan a través la organización social.

Luego, encontramos el conjunto de los violentos. No sólo hablamos de los asesinos y asaltantes, sino al estilo de convivencia. Ese grupo no tiene posibilidad de interactuar civilizadamente con el conjunto de gente pacífica, normal y solidaria. Otra transversalidad imposible de compatibilizar. Basta entrar a Twitter.

Los avatares de la dialéctica política barata nos han llevado a que quien defienda un concepto liberal de la vida, no tenga más remedio que estar enfrentado fatalmente con quienes propician el estatismo y el populismo consiguiente. Y nadie puede negar que se trata de dos ponencias extremas incompatibles. La apertura o el proteccionismo, la libre competencia o el control de precios, difícil encontrar conjuntos tan opuestos.

No acusamos en todos los casos a los elementos de cada conjunto creado por los tajos, de ser culpables de su pertenencia. Una víctima de la educación pública cada vez se parecerá menos a alguien que tenga una educación simplemente razonable en el sistema privado. Que no es mejor por ser privado, sino por no ser del Estado. Y dentro de este conjunto, el subconjunto de los que creen que la educación debe ser inclusiva y no de excelencia, una monumental dicotomía.

Sólo para polemizar, imaginemos el conjunto de los empleados públicos enfrentados al conjunto de quienes creen que deben ser expulsados del Estado. ¿Tienen alguna intersección?

Existen también conjuntos meramente fácticos. El que tenga que pasar por las penurias diarias de ir a trabajar viviendo en el conurbano, a diferencia del que viva en Capital. Y esas diferencias condicionan todo el comportamiento y la idiosincrasia de ambos sectores, a diferencia de lo que ocurría en el pasado.

Hay otros tajos que, locales o mundiales han configurado conjuntos llamémosles de tipo anímico-espiritual, pero no por eso menos segmentantes ni con menores efectos. El de los irónicos, destructores de toda creatividad, el de los resentidos por causas diversas, capaces de anular sus pensamientos para satisfacer su revanchismo. El de los escépticos, que están siempre dispuestos a negar e impedir cualquier esperanza.

Los negadores de la Patria, que cambian su historia y sus héroes a veces por ignorancia, a veces por mala fe, a veces por necesidad de justificación, a veces por políticas precarias, a veces por mediocridad, jamás de todos los jamases podrán compartir ningún ideal con quienes admiran y veneran a nuestros prohombres guerreros, políticos, intelectuales o sociales.

Y un tajo final, un segmentador de todos los segmentos, un conjunto monstruoso e invasivo como el cáncer, capaz de transformar todas las células en sus propias células nocivas: el narco. El imperio del mal, que se enfrenta al Estado, que lucra, prolifera y reina entre esta terrible diversidad de conjuntos contrapuestos, que parecen haber sido provocados a su pedido y conveniencia, como algunos suponen.

Cortajeada en su piel y su carne, la Argentina no es una Argentina, son cientos de Argentinas, cada una con objetivos, pautas éticas, morales y económicas distintas, que llevan a un enfrentamiento endémico.

Acaso por eso se dice que el único que puede gobernar este país es el peronismo. Porque no lo gobierna. Lo deja ser y se limita a cobrar su peaje. Y permitir que se agraven las brechas y los tajos, hasta que se desfigure y desintegre la piel de la República.

Recordando a Mandela, que un día se vistió con la casaca de los Springboks odiados por toda Sudáfrica negra para llamar a la unidad, cuesta trabajo pensar en alguien que pueda cicatrizar esos tajos, borrar esas heridas, recomponer el cutis de la Nación, volver a tener un objetivo común.

La democracia es en definitiva, un sistema de gobierno basado en la disconformidad controlada. Nadie obtiene todo lo que quiere, pero nadie considera al otro su enemigo o su verdugo. No hay democracia si el que gana cree que el pueblo que no lo votó es su enemigo o viceversa.

No hay país si cada conjunto o sector siente al otro conjunto como su enemigo. Ni donde cada sector cree en la necesaria eliminación del otro. Ni donde la ganancia de uno es la ruina del otro.

Para que una democracia sea posible, debe haber una semejanza, un pensamiento promedio en sus ciudadanos. Fomentada  a veces, casual o causal otras, la multidivisión hace imposible un país, un plan, un destino común y hasta una patria.

Los políticos y sus partidos mediocres y corruptos, no son capaces de generar un líder que sea capaz de persuadir, de explicar, de convencer, de unir tras una causa a la sociedad.  Mienten porque no tienen nada para proponer, ni quieren tomar el riesgo, como Madiba, de hacerlo.

Por eso es tan festejada la frase Carliana: “Si decía lo que iba a hacer no me votaban”.  Resignada aceptación de la violación de la inteligencia colectiva y el derecho a un futuro.  Por eso el mecanismo de discusión nacional es el insulto y la descalificación. Cuando no la prepotencia o el apriete.

Empezamos ahora, de nuevo, a buscar la salida a nuestros dramas económicos y sociales. Pero la solución de unos es el problema para otros. Por eso en el fondo, no hay solución.

Alguien tendrá que alzarse por sobre estas mediocridades, por sobre los partidos políticos usurpadores de la democracia, por  sobre el delito, la corrupción, el narco, el escepticismo, la ironía, la estupidez, la prebenda, el acomodo y la estrechez de miras. Alguien debe ser Mandela.

El conjunto de irónicos y escépticos me responderá que tal cosa no puede pasar “entre nosotros”. Seguramente creerán que ese comentario es una muestra de inteligencia. Pertenezco al conjunto de quienes creen que Argentina, o las mil Argentinas, no son una excepción en el universo.  Es posible re-unirla. Es posible un país. Es posible una Patria.

Mandela es posible.