Cuando usted esté leyendo esta columna seguramente estarán en pleno desarrollo los comicios para la elección de Presidente de la Nación.
Antes de que el siempre emocionante recuento de votos y el resultado final nos arrastre a una explosión de comentarios y demostraciones de todo tipo, querría ensayar algunas reflexiones que me parecen que pueden resultar de interés para el futuro.
Comienzo por la más obvia. Este proceso electoral ha sido agotador para todos, ha tomado un largo tiempo, ha consumido energías y sacado de foco a la sociedad, y probablemente la ha enfrentado y crispado más de los necesario.
No hay ninguna duda de que por varios meses los candidatos y sus equipos no se han ocupado en gobernar sus jurisdicciones. Peor aún, muchas veces se han dedicado a tomar medidas o decisiones que tuvieron que ver casi exclusivamente con sus circunstancias electorales.
Estamos en el momento ideal para corregir esos desvíos.
Algunos de los candidatos ha manifestado su vocación de mejorar algunos temas que se han salido de cauce, y hasta a acordar políticas de estado con los demás partidos.
La unificación de todas las elecciones de las distintas jurisdicciones parece ser la más evidente medida. Haber unificado o dividido esos procesos según la conveniencia de cada distrito, es poco democrático, un manoseo, y ha consumido tiempo de gobernantes y votantes.
No parece requerirse demasiada elaboración ni compromisos para resolver ese punto, suponiendo que tengan ganas de hacerlo.
Algo tan simple como dejar de usar boletas poco menos que soldadas con electrodos para impedir su corte, debería ser un paso simultáneo al anterior. Cualquiera fuera el método de sufragio que se usase, las boletas deben estar separadas y el votante debe tomarse el tiempo y el cuidado de elegir cargo por cargo y no votar en malón.
Las PASO también requieren retoques importantes. Uno de fondo: la obligatoriedad de que los partidos deban incorporar como candidatos a diputado a cualquier ciudadano que se postule con un número razonable de firmas de respaldo. El orden de votos será también el orden de las listas. Los partidos odiarán el sistema. Los ciudadanos seguro que no.
¿Deberá la ciudadanía reclamar algunos de estos cambios a voz en cuello? Espero que no haga falta.
Otro retoque en las PASO es unificar el modo de conteo de los votos con el de la elección general. ¿Para qué la diferencia en el tratamiento de votos en blanco?
En un orden superior, ya que requiere un cambio constitucional, está el absurdo de la posibilidad de ser presidente con el 40.1% de los votos, y aún con el 45%. Si ningún candidato obtiene más de la mitad de los votos en la primera vuelta, debe irse a una segunda. El concepto es tan simple que una explicación resultaría ofensiva.
Están también en la fila de los abusos, los sistemas de lemas y las reelecciones indefinidas, que tampoco requieren mucha explicación, aunque sí merecen el repudio.
Dada la composición de los cargos ejecutivos y las legislaturas recién elegidas, la necesidad de gobernabilidad puede ser una oportunidad para ponerse de acuerdo en estas reformas higiénicas.
Un punto central a reformar es el sistema de emisión de votos y escrutinio. Es vergonzoso el espectáculo del robo de boletas, y peor, de la quema de urnas y deliberadas alteraciones de las actas y del conteo. Esos mecanismos de patota y malevaje deben ser desterrados.
Se ha propuesto la boleta única, que resuelve el robo de boletas, pero no los otros delitos. Debe estudiarse y convenirse un sistema de voto digital en alguno de sus formatos. Las objeciones que se escuchan no son sólidas, ni coinciden con el estado actual de la tecnología. En el mundo se hacen transacciones electrónicas de billones de dólares todos los días. Se debe poder encontrar un método seguro.
Hay otra reflexión que me gustaría dejar. Es el comportamiento de la sociedad en este largo proceso electoral. Contra todo lo que solemos opinar, los ciudadanos han tomado decisiones coherentes y lógicas. Ni han votado en manada, ni se han dejado manipular, ni han tenido miedo.
Si se analiza lo que ha pasado en cada distrito, los votantes han puesto el dedo en los reclamos o las carencias que eran evidentes en cada ciudad o provincia, al igual que en el orden nacional. Tanto, que todos los analistas de todas las tendencias nos hemos sorprendido.
Y esto nos lleva a una elaboración más profunda. La democracia no es meramente una suma de voluntades de un lado o de otro, un tira y afloja, un partido de fútbol entre dos rivales tradicionales. Eso les gusta creer a los políticos, pero no es así.
La sociedad evolucionada tiende a comportarse como un solo individuo, que sopesa opciones, aún sus propias contradicciones, sus emociones, sus intereses, y luego elige. Cuando se llega a ese estadio, la sociedad es libre.
Ese individuo único, el pueblo, ese cuerpo social, vive todo el tiempo en la duda y su propia contradicción. No hace falta agregarle más tensiones ni desilusiones. Por eso es de suma importancia que los que resulten elegidos respeten sus compromisos y honren sus mandatos. Y los que no resulten elegidos acaten la voluntad de ese cuerpo social. No hay una mayoría y una minoría. Hay una nación.
Los políticos deben comprender que son apenas fruto de esas dudas, esas contradicciones, ese dilema permanente de la sociedad. Su obligación es suavizar esas disyuntivas con el diálogo, la sinceridad y la capacidad de tomar compromisos, aceptar y corregir errores.
La sociedad nos ha dado una magnífica sorpresa de madurez. Esperemos que los nuevos gobernantes y los políticos en general sean capaces de estar a la altura de las circunstancias.