Hablemos del ahorro, que es el tema de la semana. Hace unos días, cuando escuché las desafortunadas palabras de Jorge Capitanich me puse a pensar mucho en mi abuelo. Él nació en Rusia a principios del siglo XX (se imaginarán lo que era Rusia en ese entonces). La suya era una familia numerosa, de muchos hermanos. Cuando llegó la Primera Guerra Mundial decidieron migrar a Norteamérica, pero resultó que a mi abuelo lo tuvieron que bajar del barco porque tenía una infección en el ojo. Era un pibe y lo desembarcaron, mientras su familia se iba. Eran otros tiempos.
Sí logró, más tarde, subirse a un barco que iba rumbo a Sudamérica pensando que eso lo dejaría cerca de su destino original. Descartó subirse en otra nave con rumbo a Canadá, también disponible, por ignorancia o vaya a saber qué. La cuestión es que ese “error” lo trajo a Buenos Aires. Y lo trajo, desde ya, sin un peso.
Trabajó de lo que pudo, ahorró, se casó, ahorró más. Con el tiempo compró una casa en la Paternal, a dos cuadras de la cancha de Argentinos y enfrente del edificio donde Maradona tendría, unos cuantos años más tarde, su primer departamento.
Mi abuelo tuvo cuatro hijos, tres de los cuales fueron universitarios. Siguió ahorrando durante toda su vida. Así juntó el dinero necesario para viajar y reencontrarse con sus hermanos de quienes se vio forzado a separarse cuando niño. Nunca tuvo mucho, siempre contó con lo justo y un poquito más. Ese poquito lo usaba para ahorrar, y ahorrando construyó de todo: una familia, una casa, prosperidad para sus hijos, un futuro.
Probablemente esta historia que les acabo de contar les suene muy familiar. Prueben reescribir en ella las diferencias con la de sus propios abuelos. Cambien Rusia por España o Italia, quizás, o incluso el interior del país; Primera Guerra por Segunda, u otro momento trágico de la historia; Paternal por la Boca o Boedo. La única cosa que muy probablemente no reescriban es esta palabrita que detonó, en la última semana, semejante cantidad de barbaridades: ahorro.
Tenemos un Jefe de Gabinete que dijo que el ahorro es avaricia. Después medio que intentó retractarse diciendo que no se trataba de cualquier ahorro. Claro, el suyo propio sí es bueno para el país.
Tenemos un Gobierno que anuncia que ahora sí se pueden comprar dólares, que quienes quieran hacerlo deben percibir un salario que duplique al mínimo. Ni hablemos de que duplicar al salario mínimo hoy no es ninguna señal de opulencia. Ahora resulta también que, en palabras de la Presidenta, quienes estén en condiciones de comprar dólares también están en condiciones de no recibir subsidios a los servicios básicos.
Capitanich y Cristina hablan de “ahorro” e “inversión” como si fuesen dos conceptos que le pesan igual a todos los argentinos. Invocan ambas ideas con la más manipuladora de las ambigüedades y nos dan una instrucción sencilla: invertir en el país. Señora, no se guarde la plata, invierta en el país. Señor, no compre dólares, invierta en el país. Si usted compra dólares, tan mal no le va, no necesita que le subvencionemos los servicios.
Tratar a todos como iguales es solo en abstracto una consigna noble. Hay que preguntarse: ¿iguales a quién? El Gobierno le habla a los ciudadanos como si fuesen todos semejantes a esos temibles y grandes empresarios rurales y mediáticos de sus fabulaciones conspirativas. ¿En qué momento desaparecieron los laburantes, los padres que quieren un futuro para sus hijos, las pequeñas y medianas empresas que buscan abrirse un lugar en esta economía de la escasez? “¡En el momento en que dejan de invertir en su país!” respondería el mejor monologuista de La Cámpora, que al mismo tiempo canta alabanzas a los subsidios que este Gobierno insiste en darle a los que no trabajan ni van a trabajar de acá a unos años (hablo, por supuesto, del Plan Progresar, al cual nos referimos hace un par de semanas).
La ambigüedad de las declaraciones oficiales buscan vaciar a la Argentina, no de dinero, sino de realidad. Sin dinero aún podemos hacer grandes cosas por nuestro futuro, como hicieron nuestros abuelos. Sin realidad estamos absolutamente perdidos. El ahorro ha sido a lo largo de varias generaciones la forma privilegiada de poner la realidad de nuestro lado. El Gobierno insiste en pelearse con ella todos los días y quiere arrastrarnos a todos en esa pelea, que no puede ganar.