¿Qué tiene de malo el pacto Macri-Cristina?

Esta semana la presidenta Cristina Kirchner y el Jefe de Gobierno Mauricio Macri inauguraron juntos la extensión de la autopista Illia que representará grandes beneficios para los miles de conductores que a diario transitan por el área metropolitana. Esta obra, para usar las palabras de la Presidenta durante el acto era “objetivamente” necesaria; estoy de acuerdo. Ahora bien, ¿qué necesidad había de remarcar esa objetividad?

La Presidenta quiere disipar la idea de que su actual acercamiento con Macri (quien fuera desde 2007 cuando asumió la Jefatura de Gobierno uno de los más grandes enemigos del kirchnerismo) es parte de un pacto en reacción a la creciente popularidad de la alternativa opositora del Frente Renovador. En otras palabras, quiere despolitizar el asunto con el argumento de la objetividad.

Efectivamente hay un pacto ¿qué hay de malo en reconocerlo? ¿Por qué tantos esfuerzos en disimularlo? Durante casi dos mandatos los porteños vienen esperando una comunicación más fluida entre la Nación y la Ciudad. Obras como ésta, que serán beneficiosas tanto para los habitantes de la Capital como de Gran Buenos Aires, nos encaminan hacia una ciudad más organizada. Si eso nace de un pacto, entonces me quedo con la Presidenta que pacta. Nunca es malo decir la verdad, en especial cuando se trata de buenas noticias.

Es cierto, no obstante, que las repercusiones de reconocer ese pacto son un poco más complejas de lo que se ve a simple vista. Para el Gobierno Nacional la presencia de Macri como un dirigente opositor de centro-derecha siempre fue funcional para sostener su reputación de centro-izquierda. Se trata de un esquema dual en el que Cristina se siente cómoda y que la aparición del Frente Renovador sin duda pone en crisis. Sin esa polarización centro-derecha / centro-izquierda el destino post-presidencial de Cristina queda en manos del justicialismo que nunca es muy benévolo con los que se van. Por eso es comprensible que haga énfasis en las diferencias: no quiere perderlo a Macri como antagonista ideológico porque eso supondría perder su lugar de centro-izquierda.

Sostener esa ficción no le va a ser fácil. Después de casi una década de enfrentamientos y disputas con el Gobierno de la Ciudad, cuando las diferencias que los separan no parecían hacer lugar ni siquiera a necesidades “objetivas” de ningún tipo, es hasta de perogrullo decir que las intenciones de fondo son lisa y llanamente políticas.

Siempre que su acercamiento con Macri redunde, como en este caso, en el beneficio de todos, me parece que no hay nada de malo en reconocerlo. Sin rasgarse las vestiduras ni hacer el papel de mártir, que a fin de cuentas están haciendo lo que hace rato deberían haber hecho: dialogar.

¿Y si el villero va a Alvear y Rodríguez Peña?

El lunes pasado Cristina Kirchner relanzó la campaña porteña con sus candidatos en la Villa 21-24. Lo incomprensible del acto no fue la inauguración del centro cultural que estará ubicado en ese asentamiento de Barracas, sino el anuncio que hiciera después.

La Jefa de Estado adelantó que en ese espacio funcionará la sede de la Secretaría de Cultura de la Nación, que contará con un auditorio para 300 personas, aulas, talleres y un canal de televisión.

En la Argentina, el primer Plan Trabajar es del ’99. Catorce años después, los subsidios siguen conteniendo a una masa enorme de ciudadanos que nunca volvieron a reinsertarse en el mercado laboral. Muchas de esas familias, incluso, ya van por segundas y terceras generaciones desclasadas.

En el ‘99 todavía se podía hablar de trabajadores ocupados y trabajadores desocupados. Hoy no. El problema actual es que la clase trabajadora ya no cuaja en este segmento de la sociedad. No son trabajadores desocupados, son personas que directamente no saben qué es el trabajo. Para que quede bien claro: el hijo no conoció a su papá trabajando y ese padre tampoco lo vio al suyo. Abuelo, padre e hijo, presos de una misma problemática, que pasó de ser laboral a una de tipo cultural.

Yo no conozco la solución. Ahora, lo que es seguro es que la salida no puede pasar por acciones de gobierno tendientes a mantener el status quo social de desempleo y marginalidad dentro de las villas. Mucho menos en las condiciones en las que se mantiene.

Insisto, el Estado no puede creer y menos fomentar que la gente quiera vivir ahí; todo lo contrario, tiene que promover que la gente anhele salir de esa realidad. Es de suponer que el habitante de la villla quiera vivir como cualquiera de los funcionarios que se pasean por allí en las elecciones: con casa propia, más seguros y con empleo.

Inclusive esto no implica necesariamente erradicar la villa, siempre y cuando ella se convierta en barrio. Para eso, antes de una Secretaría de Cultura, los vecinos necesitan un empleo, tendido eléctrico, desagües, agua potable, calles asfaltadas, presencia policial.

Claro que cuando un puñado de personas de clase media recorre estas realidades, como los candidatos en épocas de elecciones, seguro que se les moverá una fibra sensible del alma. Ahora, el deber de los candidatos, y más cuando son gobierno, es generar las condiciones para que su gente sea libre.

Esa libertad sólo la da la cultura del trabajo, que implica el manejo de sus recursos sin la relación simbiótica con el Estado a través de planes y prebendas.

Para los que creemos en la integración social a partir del trabajo, en el valor cultural del empleo y de la industria, en la dignidad que sólo el trabajo produce, no podemos estar de acuerdo con esto.

A mí me enamoró el Kirchner del 2003 cuando quería reindustrializar un país diezmado y peleó para bajar la desocupación a un dígito. Y me provoca desazón esta Cristina que hace culto de la marginalidad.

Hay que tener claro que es mucho, pero mucho más caro generar un solo empleo que pagar 100 planes. Ahora, que nadie lo dude, es infinitamente más barato generar un empleo para pensar en un país integrado que tener miles de planes.

En síntesis, creo que sería mucho mejor para quien vive en la villa 21-24 poder tomarse un colectivo -pagado con el sueldo de su trabajo-, ir junto a su familia hasta la Secretaría de Cultura en Alvear y Rodríguez Peña, y finalmente averiguar cuál es la oferta cultural para poder disfrutarla. Eso, claro, a que lo sigan encerrando en su villa.

Bienvenido Partido de la Red

Hace 20 años había, entre comités del radicalismo, unidades básicas y locales partidarios varios, unos 55 por barrio. Los dirigentes se juntaban allí con militantes y vecinos. Tanto es así que quienes luego conformaban las listas de concejales de todos los partidos en muchos casos eran del barrio, o más bien de la “circunscripción”.

Estos locales partidarios permitían que dirigentes muy interiorizados con las problemáticas barriales accedan a la bancas de la Legislatura. Con el tiempo, ese ámbito de participación así como otros, fueron desapareciendo y la lógica de toma de decisiones se volvió cada vez más concentrada.

Basta ver los partidos más importantes de la Ciudad. Por ejemplo, nadie sabe quién va a estar en la lista kirchnerista. Básicamente porque la deciden en soledad los sureños Cristina y Zannini. Entonces, si del armado de la lista del Frente para la Victoria de Capital no participan ni el PJ, Frente Grande, PC y el resto de los partidos que lo conforman, imaginate qué incidencia puede tener el “barrio” en el asunto.

Por eso, quiero destacar la aparición del Partido de la Red. Si no sabés lo que es, acá te dejo el link. De tan simple, considero que es una iniciativa más que interesante. ¿Sabés por qué? Porque básicamente proponen que sean los vecinos los que les digan a los legisladores cómo votar. Así de sencillo.

Si te parece alocado, te voy a convencer muy fácilmente. Se crea una plataforma online. Allí sólo nos podremos inscribir todos los que vivimos en Buenos Aires. Te aclaro, será un sistema inviolable, con protocolos de seguridad parecidos a cuando pagas tus cuentas por homebanking.

Semana a semana se colgarán los proyectos de ley que se estén debatiendo y antes de cada sesión cada uno de nosotros podrá votar sobre cada cuestión. 

Es decir, no sólo te vas a enterar qué es lo que se está debatiendo en “tu” Legislatura, sino que además vas a poder aportar tu visión. Te registrás, votás y listo. El compromiso del Partido de la Red, entonces, es que si gana una banca, ese legislador votará como lo decida la gente. ¿No es una genialidad?

Escuché una infinidad de veces que internet era fundamentalmente la democratización de la información. ¿Y si la usamos para transparentar y democratizar la política?

Un soplo de aire fresco

Cuando termine octubre comenzará una nueva etapa, que excederá por mucho al debate que encierra el fin y el poskirchnerismo. Se pondrá en marcha una nueva generación de dirigentes, aquellos que supieron acumular experiencia en la gestión pese a su juventud.

El kirchnerismo fue apagando poco a poco todas las luces: primero se ocupó de deshacer viejos y nuevos enemigos, para después, sí, terminar eclipsando a los propios. Cristina cerrará su mandato sin adláteres, sin confidentes, sin mesa chica. La política grande, hoy por hoy, pasa pura y exclusivamente por una persona. Eso indefectiblemente iba a tener fecha de vencimiento.

El trasvasamiento generacional, entonces, no se dará de manera natural. Principalmente no hubo una marcha de postas, donde unos van sentando las bases para el arribo de otros. Si alguno creyó que La Cámpora podía hacerse de ese lugar, se confundió. La “orga” se cocinó al fuego del poder. Son jóvenes que en un chasquido de dedos pasaron de “militantes” a gerentes de empresa con sueldos de cinco cifras. De ahí no saldrán iluminados que salven a la Patria.

Muchos de los dirigentes que tomarán las riendas del poder son conocidos justamente porque ya tuvieron cargos de relevancia en el gobierno nacional. Sergio Massa, quien está cerca de darle al oficialismo un cachetazo histórico en el distrito electoral más importante del país; Martín Lousteau, el ex ministro de Economía quien en las últimas PASO dio un verdadero batacazo en las Ciudad; o inclusive dentro del oficialismo (pero tan distinto a él) con Alberto Perez, jefe de gabinete de Daniel Scioli.

Ellos encabezan un pelotón de dirigentes que maneja otros modismos, muy distintos de la confrontación y la pelea eterna, monedas corrientes de la política actual. Se caracterizan más bien por ser proclives al diálogo, a buscar consensos. Para ellos, sentarse en una mesa con políticos de otros espacios no es tabú ni traición. Además de conocer, y muy bien, el arte de gestionar.

En octubre se abre entonces una nueva etapa para la política y para el país, donde la tolerancia, ante todo, será lo que sobresalga. Como todo cambio, este también es una oportunidad. Una oportunidad que alivia.