El lunes pasado Cristina Kirchner relanzó la campaña porteña con sus candidatos en la Villa 21-24. Lo incomprensible del acto no fue la inauguración del centro cultural que estará ubicado en ese asentamiento de Barracas, sino el anuncio que hiciera después.
La Jefa de Estado adelantó que en ese espacio funcionará la sede de la Secretaría de Cultura de la Nación, que contará con un auditorio para 300 personas, aulas, talleres y un canal de televisión.
En la Argentina, el primer Plan Trabajar es del ’99. Catorce años después, los subsidios siguen conteniendo a una masa enorme de ciudadanos que nunca volvieron a reinsertarse en el mercado laboral. Muchas de esas familias, incluso, ya van por segundas y terceras generaciones desclasadas.
En el ‘99 todavía se podía hablar de trabajadores ocupados y trabajadores desocupados. Hoy no. El problema actual es que la clase trabajadora ya no cuaja en este segmento de la sociedad. No son trabajadores desocupados, son personas que directamente no saben qué es el trabajo. Para que quede bien claro: el hijo no conoció a su papá trabajando y ese padre tampoco lo vio al suyo. Abuelo, padre e hijo, presos de una misma problemática, que pasó de ser laboral a una de tipo cultural.
Yo no conozco la solución. Ahora, lo que es seguro es que la salida no puede pasar por acciones de gobierno tendientes a mantener el status quo social de desempleo y marginalidad dentro de las villas. Mucho menos en las condiciones en las que se mantiene.
Insisto, el Estado no puede creer y menos fomentar que la gente quiera vivir ahí; todo lo contrario, tiene que promover que la gente anhele salir de esa realidad. Es de suponer que el habitante de la villla quiera vivir como cualquiera de los funcionarios que se pasean por allí en las elecciones: con casa propia, más seguros y con empleo.
Inclusive esto no implica necesariamente erradicar la villa, siempre y cuando ella se convierta en barrio. Para eso, antes de una Secretaría de Cultura, los vecinos necesitan un empleo, tendido eléctrico, desagües, agua potable, calles asfaltadas, presencia policial.
Claro que cuando un puñado de personas de clase media recorre estas realidades, como los candidatos en épocas de elecciones, seguro que se les moverá una fibra sensible del alma. Ahora, el deber de los candidatos, y más cuando son gobierno, es generar las condiciones para que su gente sea libre.
Esa libertad sólo la da la cultura del trabajo, que implica el manejo de sus recursos sin la relación simbiótica con el Estado a través de planes y prebendas.
Para los que creemos en la integración social a partir del trabajo, en el valor cultural del empleo y de la industria, en la dignidad que sólo el trabajo produce, no podemos estar de acuerdo con esto.
A mí me enamoró el Kirchner del 2003 cuando quería reindustrializar un país diezmado y peleó para bajar la desocupación a un dígito. Y me provoca desazón esta Cristina que hace culto de la marginalidad.
Hay que tener claro que es mucho, pero mucho más caro generar un solo empleo que pagar 100 planes. Ahora, que nadie lo dude, es infinitamente más barato generar un empleo para pensar en un país integrado que tener miles de planes.
En síntesis, creo que sería mucho mejor para quien vive en la villa 21-24 poder tomarse un colectivo -pagado con el sueldo de su trabajo-, ir junto a su familia hasta la Secretaría de Cultura en Alvear y Rodríguez Peña, y finalmente averiguar cuál es la oferta cultural para poder disfrutarla. Eso, claro, a que lo sigan encerrando en su villa.