La senilidad es el proceso de deterioro de las capacidades físicas y psíquicas que sobreviene, a veces, en la vejez. Es el síntoma previo al colapso. Muchas veces el deterioro es tal que es acompañado por la demencia. La crisis en la que se encuentra sumida la economía argentina muestra a las claras el agotamiento de las capacidades del gobierno K: señala su senilidad.
Una senilidad tumultuosa. Se expresó en el discurso de la presidenta Cristina Fernández en la última cadena nacional, en el que denunció planes para “voltear” a su Gobierno a la vez que amenazas contra su propia estabilidad que tendrían origen en los Estados Unidos: “Si me llega a pasar algo, miren hacia el norte”, expresó, a pocos días de haber manifestado que había recibido amenazas por parte del grupo terrorista islámico ISIS. El rapto de la primera mandataria preanunciaba un nuevo escalón de una crisis en ascenso. Al día siguiente de la cadena nacional se produjo la salida de Juan Carlos Fábrega de la conducción del Banco Central. Fábrega tuvo que dar un paso al costado luego de que fuera acusado públicamente por la presidenta por filtrar a los bancos que deberían desprenderse de gran parte de sus reservas en dólares al precio oficial. El supuesto accionar de Fábrega no distaría en nada del método usado por el oficialismo para beneficiar a la banca. Al denunciar esas operaciones, la Presidente autoinculpaba a su Gobierno, pero al señalar a un culpable lo obligaba al alejamiento. Una disputa interna que muestra la desorientación que rige en las esferas del poder.
No es para menos. Todos los pronósticos sobre la evolución de la economía conducen a una caracterización de cercanía al abismo. La progresiva pérdida de las reservas nacionales permite prever serias dificultades para el pago de las obligaciones de la deuda -que este Gobierno ha decidido pagar, a pesar de su ilegitimidad- y la necesidad de nuevos endeudamientos. Un camino hacia la entrega que está negociándose ahora mismo en sus términos con el especulador internacional George Soros y que incluye un nuevo eslabón de la entrega petrolera a multinacionales extranjeras, regenteada por el titular de YPF, Miguel Galuccio. La reorientación de esa entrega, que ya tuvo precedentes en los pactos con Chevron, permite inferir que la salida ideada por el “izquierdista” Axel Kicillof está marcada por una profundización de la enajenación del patrimonio nacional. Y que tendrá como correlato necesario una nueva devaluación que, previsiblemente, socavará las condiciones de existencia de los sectores populares. Una devaluación, por otro lado, promovida no sólo por el oficialismo sino que también es azuzada por opositores de toda laya. La “unidad nacional” se expresa en que la crisis deberá ser pagada por los trabajadores.
Este marco de agotamiento del régimen económico está acompañado por rasgos de demencia senil política. Que no sólo se expresan en el delirante discurso presidencial, sino en las elucubraciones fantasiosas de sus acólitos de Carta Abierta, en la reivindicación de las villas miseria por parte de locutores oficialistas, en la búsqueda de culpables de la crisis ajenos al Gobierno y sus políticas, en la entrega de derechos a la Iglesia, en la preparación de salidas represivas frente a las probables reacciones populares al estado de las cosas. Jacobo Fijman comenzaba su poema “Canto del cisne” con los siguientes versos: “Demencia, / el camino más alto y más desierto”. La soledad autista del poder en crisis sólo puede ser enfrentada por los sectores laboriosos si deciden no ser el pato de la boda de la devaluación. El fortalecimiento de esta perspectiva es la única salida productiva para atravesar la catástrofe que se avecina y nos amenaza.