Un retroceso para la Justicia argentina

José Pedraza, autor intelectual del asesinato de Mariano Ferreyra, cumplirá el resto de la condena a quince años de prisión por el crimen en una lujosa torre de Palermo Chico, en la calle Bulnes entre Libertador y Cerviño. Así lo determinó hoy un fallo dividido entre los jueces que entienden en la causa, miembros del Tribunal en lo Criminal número 21 -aunque dos de los jueces no son titulares. El juez Diego Barroetaveña, quien condenó hace dos años a Pedraza por el homicidio, votó contra el otorgamiento de la domiciliaria. El abogado de Pedraza había pedido el beneficio en función de su edad y supuestos problemas de salud. Sin embargo, los médicos designados para expedirse sobre el asunto concluyeron que ex dirigente ferroviario podía pasar el resto de la condena en prisión y que sólo se precisaba poner especial cuidado en su régimen nutricional. Los jueces subrrogantes -es decir, suplentes- Liliana Barrionuevo y Horacio Barbeli votaron a favor de que el asesino de Mariano Ferreyra modifique su domicilio desde el penal de Ezeiza a una lujosa torre -Pedraza declaró que vivirá en el piso 35- en una de las zonas más preciadas de la ciudad de Buenos Aires.

Es un retroceso.

La condena a José Pedraza y Juan Carlos “El Gallego” Fernández había significado un hecho histórico, ya que por primera vez en el país la justicia dictaba prisión para los autores intelectuales de un crimen político. También a los autores materiales y a los policías que liberaron la zona para que el delito se pudiera cometer. Menos de tres años después del histórico fallo, Pedraza regresa a su hogar.

Pedraza había sido detenido en un piso de Puerto Madero. Hoy comenzará a vivir en otro en Palermo Chico. ¿Cómo logra un trabajador, un representante sindical, vivir en torres de lujo, destinadas a empresarios por lo general? Es sencillo: José Pedraza forma parte de un sector parasitario de los trabajadores, la burocracia sindical que actúa no en función de los intereses de sus representados, sino en los de sus propios beneficios. Esta no es una apreciación subjetiva: Pedraza ordenó ejecutar el ataque patotero contra los obreros ferroviarios tercerizados que reclamaban el pase a planta permanente porque se ponía en juego un negocio del que sacaba grandes dividendos. El ataque patotero (liderado materialmente por el dirigente sindical de la línea Roca y ejecutado por barrabravas y lúmpenes contratados a tal efecto) también provocó graves heridas a Elsa Rodríguez -quien todavía padece consecuencias neurológicas por el balazo recibido en la cabeza y que vive en Berazategui, muy alejada (en todos los sentidos) del rascacielos que Pedraza comenzará a habitar-. Cuando el asesinato de Ferreyra era cometido, Pedraza y “El Gallego” Fernández participaban de un congreso auspiciado por una publicación del sector. El afiche de convocatoria señalaba a la Unión Ferroviaria como una “empresa” auspiciante del evento. No había error: Pedraza era un empresario que extraía sus ganancias sobre la base de la hiperexplotación laboral expresada en la tercerización de los obreros de la cooperativa Unión del Mercosur. En el departamento de Puerto Madero en el que fue detenido se encontró folletería de la cooperativa. Pedraza era un empresario dedicado.

Entrevisté a Pedraza para mi libro “¿Quién mató a Mariano Ferreyra?” y fue la única vez que el asesino habló sobre el crimen con la prensa. La entrevista y el libro fueron señalados como material de prueba por la Justicia, que consideró que en ciertos pasajes Pedraza se autoincriminaba. Por esa razón también fui testigo en el juicio que lo condenó. Hay quienes indican que Pedraza merece la domiciliaria por una cuestión humanitaria. Cuando lo entrevisté, tuve también una primera impresión parecida. Pedraza parecía un abuelo que en cualquier momento iba a retirar a sus nietos al jardín de infantes para llevarlos a la plaza. Pero la entrevista evolucionó y terminó a los gritos. Pedraza había dicho que eran kirchneristas, había hecho un recuento de todos los funcionarios con los que habitualmente hablaba -incluida la presidenta Cristina Fernández, que se había referido a él como representante del “sindicalismo que construye”-, había dicho que los ferroviarios “no eran botones” y que por eso no habían entregado al matador Cristian Favale -que se pavoneaba de haber disparado fatalmente a Ferreyra-, había admitido “que pocos sabían que el ataque se iba a realizar”, es decir, había admitido la planificación anterior del crimen. Y terminó a los gritos, Pedraza acusaba a un delegado combativo de ser un “delincuente”. Pedraza se sacaba la máscara de abuelo para mostrar el rostro siniestro de un burócrata sindical que defendía el crimen que había cometido.

Pedraza había intentado coimear a la Justicia para que no se lo condenara a prisión efectiva. El otorgamiento de la domiciliaria en una torre de lujo lo acerca a este objetivo.

Un símbolo de la lucha contra la impunidad

Cuatro años se cumplirán este lunes 20 de octubre desde que el cuerpo herido de Mariano Ferreyra cayó sobre el asfalto de la calle Perdriel, en Barracas. No volvió a levantarse. Es decir, no volvió a despedirse de su madre Beatriz -a quien todos conocen como Betty- con un beso antes de partir a una manifestación ferroviaria; no volvió a intentar unas notas en su guitarra o su acordeón; no volvió a poner una mesa con los materiales del Partido Obrero en el CBC de Avellaneda; no volvió a jugar al fútbol en la playstation con sus amigos; no volvió a la lectura que estaba realizando de la novela “La noche quedó atrás”, de Jan Valtin, que le había prestado su amigo El Be; no volvió a postularse como tornero en una metalúrgica como había hecho hacía unos meses; no volvió a manifestar su humor oscurísimo en un chiste; no volvió a reunirse con sus compañeros de militancia en una reunión de círculo de su organización.

Mariano Ferreyra fue alcanzado por una bala de plomo que le perforó el pulmón y ocasionó su muerte, minutos después, en el hospital Argerich, en La Boca. Tenía 23 años, era un militante revolucionario, dirigente del Partido Obrero. La Justicia determinó que las balas que se dispararon aquel mediodía del 20 de octubre de 2010 fueron el fruto de la planificación criminal urdida por dirigentes de la Unión Ferroviaria, que habían contratado sicarios para realizar la tarea sucia, y lograr de ese modo escarmentar a los trabajadores ferroviarios tercerizados que llevaban adelante un plan de lucha para lograr su pase a planta y las normas laborales básicas establecidas por el convenio laboral.

Por el homicidio -que también costó graves heridas a Elsa Rodríguez, compañera de militancia de Ferreyra en el PO y responsable de un comedor en un barrio carenciado de Berazategui- fueron condenados a prisión los dirigentes sindicales José Pedraza y Juan Carlos “El Gallego” Fernández, autores intelectuales del crimen; Pablo Díaz, Cristian Favale y Gabriel “El Payaso” Sánchez, Jorge González, Salvador Pipito y Claudio Alcórcel, ejecutores del fulminante ataque y los policías Luis Osvaldo Mansilla y Jorge Raúl Ferreyra, quienes garantizaron la liberación de la zona para la realización del plan homicida.

La condena de José Pedraza -baluarte kirchnerista en su sindicato y elogiado por la presidenta Cristina Fernández como ejemplo del “sindicalismo que construye”- implicó el aprisionamiento, por primera vez en la historia nacional, del autor intelectual de un crimen político. La Justicia le acaba de negar el pedido de prisión domiciliaria al asesino. La figura de Mariano Ferreyra se multiplicó por miles en murales, afiches, libros, registros audiovisuales. Se convirtió en el símbolo de la lucha por justicia y contra la impunidad, en una bandera de denuncia de la precarización laboral y la tercerización (un trabajador ferroviario que ingresó a la planta del ferrocarril luego del crimen y la movilización colgó un pasacalles en la zona sur en la que encomendaba a Mariano Ferreyra a un santo popular y le agradecía los favores recibidos), y en un símbolo vivo de la juventud militante y socialista, en oposición a las juventudes rentadas y proestatales de La Cámpora y el kirchnerismo.

Miles de chicos y chicas conocieron su historia y se identificaron con Ferreyra, uno más y uno de los suyos, pero que había decidido militar por transformaciones sociales estratégicas, por un gobierno de la clase trabajadora, por el socialismo. La precarización laboral contra la que luchaban Mariano Ferrerya y sus compañeros aquel mediodía en Avellaneda y Barracas no ha cesado. Un estudio reciente elaborado por la Organización Internacional del Trabajo, basado en datos oficiales del Indec, señala que la informalidad laboral es el modo de existencia del 41,8% de la población laboral activa y que ese porcentaje se eleva al 61,6% entre los trabajadores jóvenes, de entre 15 y 24 años.

En el día de hoy se realizarán en Barracas recordatorios del asesinato de Ferreyra. La calle Coronel Bosch -por donde marchaban las columnas de los ferroviarios tercerizados aquella mañana entre Avellaneda y Barracas- pasará a llamarse Mariano Ferreyra, por iniciativa de su hermano Pablo Ferreyra, legislador porteño por el kirchnerismo. Luego, sus compañeros de militancia del Partido Obrero realizarán una jornada en homenaje a Ferreyra y una denuncia de la actualidad de la tercerización y precarización laboral. Una vez más muchedumbres de jóvenes y no tan jóvenes se congregarán para reclamar los mismos puntos que reclamaba Mariano Ferreyra aquel 20 de octubre de 2010, hace cuatro años. Coros de voces nombrarán al unísono otra vez su nombre. En la continuidad de esa tarea y en la perspectiva de acabar con el arrebatamiento de los derechos laborales es que se le rendirá el mejor homenaje. Un acto de lucha será la mejor manera de impedir que el olvido se pose sobre la memoria de la vida de Mariano Ferreyra.

El regreso de las patotas del SMATA

Volvieron con todo. Los grupos de matones organizados por las burocracias que dirigen los sindicatos regresaron a la acción, luego de un par de años de mantenerse en las sombras, agazapadas. Las patotas gremiales permanecieron más o menos escondidas desde que una de ellas, cuyos integrantes pertenecían a la Unión Ferroviaria, atacara a los tiros a una manifestación de trabajadores tercerizados y dejara tirado el cuerpo muerto del militante del Partido Obrero, Mariano Ferreyra, que contaba entonces con 23 años de existencia, sobre una calle del barrio de Barracas. Hoy están de vuelta

Este miércoles atacaron físicamente a los delegados de la empresa Lear. “Desde que la empresa nos tuvo que reincorporar haciendo caso a la justicia, nos mantiene en un lugar de trabajo alejado de nuestros compañeros -explica el representante gremial Daniel Farías-. Hoy a las siete y media de la mañana vino hasta ese lugar un grupo de alrededor de cuarenta personas, que son los militantes de la Verde en la fábrica y que son licenciados por la compañía para realizar este hostigamiento. Empezaron a gritarnos, tenían vuvuzuelas. Uno de ellos le arrebató el celular al delegado Silvio Fanti, que estaba filmando la agresión, entonces salimos del cubículo donde nos destinaron para intentar recuperarlo. Entonces se pusieron más violentos, como se puede ver en la filmación que pude realizar. Nos sacaron de la planta a los golpes, gritos y empujones”.

-¿No hubo reacciones por parte de los otros trabajadores?

-La situación es muy difícil. Esta patota hostiliza permanentemente, no es la primera vez que nos hostiga. Hay mucho miedo. El otro día un trabajador puso en su Facebook: “¿Cómo es posible que la empresa trate así a los delegados que nosotros mismos elegimos hace unos meses?”. Al día siguiente, estos patoteros lo fueron a increpar y reprochar por haber escrito eso. Hay un clima de constante miedo.

El video, que fue dado a conocer por el sitio Izquierda Diario, es elocuente. “Váyanse porque los van a matar, loco”, se escucha entre las imágenes de la agresión.

El lunes 8 un grupo de militantes del Partido Obrero se dirigió a la puerta de la fábrica Honda en Florencio Varela para repartir un volante a sus trabajadores. “Fuimos alrededor de 9 militantes, una cantidad considerable ya que debido a las declaraciones del secretario general del SMATA, Ricardo Pignanelli, y al clima enrarecido debemos cuidar la integridad física de nuestros compañeros -cuenta Daniel Orieta-. Empezamos la actividad a antes de las 14:55, que es cuando se da el cambio de turno, cuando salieron 20 tipos con las remeras del sindicato a decirnos que nos fuéramos de allí, decían: ‘Acá nadie les va a recibir un volante’, ‘Acá no hay zurdos ni los va a haber’. La seguridad nos dijo que nos fuéramos o nos iba a hacer arrestar por la policía. Vinieron tres patrulleros que en lugar de increpar a los patoteros, nos vinieron a pedir documentos a nosotros. Nos tuvimos que retirar de la puerta de Honda”. Las imágenes de este video también son elocuentes.

La teoría indica que la Cámara de Diputados es la representación del pueblo de la nación y que en su seno se desenvuelve un mapa condensado de la sociedad. A veces esto es cierto. Un par de horas después de que la patota agrediera físicamente a los delegados en Lear, un grupo de batatas del SMATA se hizo presente en el Congreso y desde las barras empezaron a interrumpir el discurso del diputado del Frente de Izquierda, Nicolás del Caño, con gritos e insultos. El presidente de la Cámara, Julián Domínguez, los recriminó suavemente, pero no cesaban en su agresión. Las patotas del SMATA habían llegado al Congreso nacional, invitadas por el bloque del Frente para la Victoria.

Un clima enrarecido estimulado por la dirección del gremio metalmecánico se vive en fábricas automovilísticas argentinas. El macartismo y la agresión se convirtieron en una línea generalizada del oficialismo sindical verde desde que las expresiones del clasismo comenzaran a mostrar un ostensible crecimiento en esos núcleos laborales. Un clima de agresión similar se vivía en el periodo anterior al asesinato de Mariano Ferreyra en el gremio ferroviario, donde se había decretado que había que combatir al enemigo interno con los métodos que fuera necesario. Este enrarecido clima actual es propiciado por el Gobierno, que no duda en usar la represión contra la protesta social impulsada por la izquierda, como muestra el accionar de la Gendarmería de Sergio Berni en las protestas de Lear en la Panamericana. La historia argentina reciente es taxativa en las consecuencias que producen estos hechos. Es necesario que acaban para que no se derive de ellos otra tragedia nacional.

Caza de brujas en el SMATA

Apenas habían pasado unas horas desde que la empresa Gestamp y los trabajadores que ocupaban sus instalaciones firmaran la conciliación obligatoria cuando un operativo conjunto del gobierno kirchnerista, el sindicato SMATA y los empresarios se lanzó para desconocer el acuerdo. La ministra de Industria criticó la conciliación por permitir que los despedidos -quienes habrían sido protagonistas de la “permanente extorsión de grupos minúsculos que defienden sus intereses en detrimento de la mayoría”- recuperen su trabajo; Ricardo Pignanelli desconoció la medida del ministerio de Trabajo bonaerense, culpó por la medida “a la complicidad de algunos partidos políticos y sus dirigentes, en particular del Partido Obrero” y convocó a un plenario de delegados de su sindicato -”si no se soluciona esto pongo 15 mil mecánicos en la Panamericana para resolverlo a nuestro modo”, había dicho y voceros de la empresa declararon a la agencia oficial Télam que no acatarían la conciliación. La amenaza de Pignanelli de resolver el asunto con sus propios métodos plantea una grave situación y constituye una “salida a la Pedraza” del conflicto. El sindicato ferroviario ejecutó un plan asesino, ideado por sus dirigentes, para resolver un conflicto sindical.

El antecedente directo que marcó la posibilidad de la “salida a la Pedraza” fue constituido por una solicitada publicada el viernes 30 en el diario Crónica en la que el sindicato mecánico acusaba por la “anarquía” a “quienes quieren imponer representatividad a través de la violencia”, además de acusar a “los legisladores del partido obrero y la izquierda en general” (sic) por incentivar tal ejercicio anárquico. Pedían la acción de la Justicia para solucionar el conflicto antes de amenazar con “ejercer nuestro derecho a la defensa”. La pieza responsabilizaba con gravedad a la izquierda, que en el último periodo ganó posiciones en comisiones internas, delegados y activistas en una clara cacería de brujas contemporánea. En el conflicto de Gestamp intervinieron activamente trabajadores que pertenecen al PTS y al MAS.

“Acá puede haber activistas más picantes o menos picantes, pero el problema real que tenemos nosotros es el Partido Obrero”. Estas fueron las palabras que pronunció hace quince días Ricardo Pignanelli, secretario general del Smata, en una reunión que contó con la participación de la Comisión Directiva del sindicato y delegados de la oficialista lista Verde, según uno de los asistentes que concurrió al encuentro y que por seguridad prefirió mantener en reserva su identidad. Pignanelli focaliza a la oposición, que cuenta con activistas de diversas tendencias, en “La Naranja Mecánica” que auspicia el PO, que actúa en varias fábricas del gremio y que ya fue objeto varias veces de ataques por parte de esa directiva. En el acto de traspaso de mando de “Paco” Manrique a Pignanelli, realizado en el Luna Park a fines de septiembre de 2011, el secretario general saliente dijo: “Que vengan esos de la Naranja Mecánica a ver si pueden sacarnos”. Miembros del Smata llegaron a revisar, en estos últimos días, la página de Facebook de la agrupación para increpar a sus “amigos” de la red social en las fábricas Mercedes Benz, Toyota y Ford. Los activistas opositores, que pertenecen al clasismo, actúan en secreto para evitar represalias de las empresas como del sindicato.

El 16 de mayo en la puerta de Volskwagen, ante una volanteada para pedir la solidaridad con Gestamp, una patota de varias decenas de hombres que se identificaban vivando a la lista Verde había atacado a golpes a ocho trabajadores de la autopartista. Dos trabajadores de Volkswagen contaron a este cronista que la los delegados opositores no tienen permitida la entrada a las reuniones del plenario de delegados de la fábrica, acusados de ser “traidores a SMATA”. “Tienen temor del crecimiento de la oposición en la fábrica y por eso suspendieron las elecciones sindicales que se deberían haber hecho en abril”, afirmaron

El SMATA vive, por obra de su dirección burocrática, un estado de cacería de brujas, fruto del crecimiento de las tendencias clasistas en los lugares de trabajo. El acuerdo del gobierno nacional en la persecusión a los trabajadores que luchan los alinea en una peligrosa formación. Si la amenaza de Pignanelli de resolver la situación en Gestamp con sus propios métodos prospera, una etapa nefasta se repetiría en el sector laborioso metalmecánico. No se debe olvidar que la excusa para perpetrar el asesinato del militante del PO Mariano Ferreyra fue “la inacción de la Justicia” que habría obligado a los sindicalistas ferroviarios a actuar “a su manera”. Esa fue la justificación que brindaron los asesinos. La misma que hoy levanta Pignanelli en el SMATA.