Al momento de que estas líneas se publiquen, habrá comenzado uno de los mecanismos más potentes que poseen los trabajadores para exhibir sus reclamos y su fuerza: el paro general.
La medida de fuerza colectiva realizada por las masas enormes –mayoritarias- que componen el cuerpo social de la Argentina es una máquina de fenomenal potencia obrera –un método que la atraviesa desde que se fisionomizara como clase. La paralización de la economía es una prerrogativa de los sectores laboriosos, sobre los que se funda la producción de la nación. Es una forma de la acción que le permite defenderse de las ofensivas de empresarios y gobiernos, a la vez que avanzar en la obtención de derechos, y al mismo tiempo en su consolidación política. Tal vez los abuelos de los abuelos de algún lector hayan participado en los paros de 1919 contra el gobierno de Hipólito Yrigoyen, o en la gran huelga general de 1936, quizás un patriarca familiar haya estado entre los miles que se movilizaron en el marco del paro general de 1945 para pedir la liberación de Juan Perón, un lector mismo pudo haber participado del Cordobazo en 1969 que acabó con Onganía, o de la gran huelga con coordinadoras de junio y julio de 1975 que derrotó al fascista López Rega, o del paro del 31 de marzo de 1982 que marcó el carácter de cadáver político de la dictadura militar, o de los paros contra Alfonsín, o del paro de la CGT de 1999 que señaló el final del ciclo menemista. Sirva esta leve enumeración para ilustrar de qué manera el método del paro general forma parte de nuestra historia viva, de nuestro sino.
Cada paro, claro, tiene sus propias características. La disposición generalizada de la realización de esta medida de fuerza entre vastos sectores laboriosos indica que sus reservas de energía para enfrentar el ajuste de Capitanich y Kicillof -es decir, su ánimo de derrotar el intento de que la crisis sea pagada por ellos mediante un retroceso tajante en sus condiciones de vida- no sólo están firmes, sino en aumento. No es para menos. Una devaluación gigantesca, una inflación que no cesa y que avanza mes a mes –a pesar del bluff gubernamental de esa fantochada de los “precios cuidados”-, aumentos de tarifas que podrían llegar al 500% en el gas justo antes de que empiece el invierno –todos tópicos que denigran el nivel de vida del campo popular y que constituyen la forma ortodoxa del ajuste-. A la vez que el gobierno acude a los organismos financieros internacionales –que alguna vez dijeron, con impostura, repudiar- para acceder a créditos que los ayudarían a paliar la crisis. Pero, por el contrario, la crisis económica mundial se profundiza en el eslabón argentino y, en especial, el brasileño, cuyos desmadres repercutirán en la región. Paradoja de paradojas, la mano ajustadora es la de Axel Kicillof, de cierto pasado izquierdista, esperanza blanca de la progresía y los kirchneristas vergonzantes, convertido en un agente de Chevron y los organismos financieros, un peón cool y palermitano de los beneficiados por el ajuste.
¿Quiénes llaman al paro? Hugo Moyano y Luis Barrionuevo, viejos burócratas sindicales, hombres de fortuna y negocios inefables –aunque se pueda señalar que Moyano tiene empresas que prestan servicios a la obra social de su gremio, que su esposa es gerenciadora de servicios privados contratados por su sindicato y que reside en una coqueta mansión de Parque Leloir (además de que su gremio esté implicado en serios casos de ajustes mafiosos por las disputas por la caja); mientras que la autodefinición de Barrionuevo como “ultraalcahuete de Carlos Menem” lo pinta por entero-. Burócratas sindicales, carreristas que responden a sus intereses personales, ajenos a los destinos históricos de los trabajadores. Pero astutos. Una astucia que actúa en dos ámbitos: por un lado, quieren descomprimir con una huelga aislada luego del abandono del plan de lucha después del paro del #20N de 2012; por el otro, es una manera de posicionarse en la rosca del postkirchnerismo, que los tiene entre los protagonistas de la construcción de una alternativa pejotista y derechista al kirchnerismo. Moyano y Barrionuevo llaman al paro con el método que corresponde a un sector parasitario de los trabajadores. Y paran sin movilización.
Pablo Micheli, de la CTA, se sumó al método de la falta de movilización, a pesar de que había apelado a marchas a Plaza de Mayo en el último periodo. Se adaptó. No así los sectores que le exigían a las centrales sindicales el paro general desde hace un tiempo de años considerable, la izquierda que crece en direcciones sindicales, seccionales gremiales y comisiones internas que forman parte de las cinco centrales. Los grupos sindicales integrados por militantes del Frente de Izquierda, principalmente, y algunos otros grupos que orbitan alrededor de él o incluso en contra de él. La izquierda que, en el momento en que estas líneas lleguen al lector, estará realizando el paro activo del 10 de abril de 2014.
Este cronista presenció el inicio del paro general que se produjo en la planta AGR, que imprime productos del grupo Clarín, en la Pompeya profunda. Allí –donde trabajan 350 operarios gráficos que votaron en asamblea la paralización de actividades frente al llamado a no parar la producción de su dirección sindical kirchnerista- el paro era total. Y un piquete integrado por cincuenta obreros le daba visibilidad a los reclamos con bombos, cantos y banderas. El paro había sido votado pese a que partes sustanciales de sus salarios sería disminuido debido a la caída del presentismo. Pero la decisión había sido parar, por la necesidad de defender las condiciones de vida, por la comprensión de la necesidad de una respuesta política al ajuste. En una planta del grupo Clarín, que llamó a trabajar a los jefes y que puso remises a disposición de los empleados que decidieran carnerear. Pero el paro era total. Escenas de esa naturaleza se repitieron en grandes fábricas gráficas, del SMATA, de la UOM, de la Alimentación, del Neumático, en el subte. Lugares donde los sindicatos decidieron no parar, pero los trabajadores sí. (No debería dejar de hacerse notar que el kirchnerismo mostró, ante el paro, su faceta más reaccionaria, antiobrera, macartista e irrespetuosa de la clase obrera con la que decidió romper).
La activación de la máquina del paro general expresa una tendencia profunda, que da cuenta del descontento con el gobierno y de la ruptura de miles de trabajadores con el kirchnerismo. Una expresión más del fin de ciclo K. Las razones del paro no podrían ser más justas. Y el paro general no podría ser más necesario. Para que los trabajadores dejen de ser la medida del ajuste, para derrotar al ajuste de Kicillof, para que las paritarias no tengan techos digitados por Balcarce 50, para evitar la debacle de las condiciones de vida, para que se abandone la entrega al capital financiero y se reorganice la nación para beneficiar a las mayorías populares. Hoy hay paro general. Ya forma parte de la corriente que impulsa a los trabajadores a ser sujetos políticos de peso en el próximo período. Falta más. Mucho más. Pero es, innegablemente, un primer paso formidable.