La represión kirchnerista va en aumento

La búsqueda de un significado total en acciones aisladas suele provocar la irrupción de esa forma del entendimiento conocida como impresionismo, es decir, de una explicación alejada de la realidad, basada en la mera sugerencia de una explicación simplista. Distintas corrientes abrevan en esta forma de explicar los acontecimientos de la política argentina, tan alejadas de los aportes del método científico, de la investigación policial que inauguró Allan Poe y continuó -con otros métodos- el policial negro estadounidense, de la dialéctica. Por caso, tomemos una serie de hechos que tuvieron su culminación, momentánea, el último jueves 23 de octubre.

En la Panamericana, se produjeron unos violentos incidentes en los que resultaron heridos varios manifestantes que reclamaban la reincorporación de trabajadores despedidos de la empresa Lear mientras se desalojaba la autopista -que no estaba cortada totalmente-. También es cierto que hubo dos policías contusos. Apretados, estos son los hechos. El diario Página/12, por ejemplo, tuvo una mirada impresionista -que expresa fielmente el relato de los acontecimientos realizado por el kirchnerismo oficial- que lo llevó a despachar el asunto en dos párrafos que daban cuenta de incidentes, “heridos en ambos bandos y detenidos”.

Sin embargo, un escrutinio un poquito más pormenorizado de los hechos da cuenta de lo siguiente. El último jueves la represión de la Gendarmería fue salvaje. Los miembros de la fuerza de seguridad comandada por Berni tiraron balas de goma no sólo a mansalva, sino que a quemarropa. Hubo más de veinte heridos por los perdigones de parte de los manifestantes, varios de ellos internados, e incluso el diputado nacional Nicolás del Caño, del PTS-Frente de Izquierda, fue herido durante la represión. Un gendarme fue herido mientras un manifestante resistía el embate cuerpo a cuerpo -que se realizaba mientras se disparaban las balas de goma- y golpeó al susodicho hombre de Berni. Mientras tanto, la caravana de autos que acompañaba la manifestación -y que ocupaba dos carriles de la Panamericana- fue disuelta mediante la rotura de los vidrios de dos autos y la detención de sus choferes por parte de las fuerzas del orden. El salvajismo de la represión fue tal que el CELS, dirigido por el kirchnerista Horacio Verbitsky, señaló en su comunicado sobre los acontecimientos, que el accionar gubernamental “insistió con respuestas violentas y con un uso abusivo de la fuerza que resultó incluso más lesivo para la integridad de los participantes de la protesta que los operativos anteriores”.

Pero hay más.

Dos días antes de la violenta represión, una patota ingresó a la carpa que los trabajadores despedidos de Lear mantienen frente a la puerta de la fábrica de origen estadounidense. Exhibieron cuchillos y armas de fuego. Amenazaron a una de las trabajadoras diciéndole que la iban “violar”. Tajearon la carpa y se robaron las banderas antes de retirarse. No se debería pasar por alto que existe en el lugar un destacamento permanente de la policía bonaerense junto al de la Gendarmería, que incluso custodia la fábrica desde adentro de las instalaciones, como si la institución de seguridad del Estado fuera un cuerpo de seguridad privado de la empresa. La inacción de estas fuerzas para impedir la realización del bravo ataque indica que hubo una zona liberada.

Hay más.

Hace unas semanas, el diputado bonaerense del Frente de Izquierda Christian Castillo se había reunido con Jorge Capitanich y Sergio Berni para tratar de encontrar una salida al conflicto, originado luego de Lear decidiera doscientos despidos de la parte obrera. Las reuniones fueron infructuosas debido a que el Gobierno decidió no obligar a la empresa a dar marcha atrás con despidos que fueron considerados por la Justicia y el ministerio de Trabajo como ilegales. La represión del jueves y el ataque del martes sucedieron luego del fracaso de las negociaciones.

El increscendo de represión estatal y paraestatal -que es plausible de atribuirse a las patotas sindicales del Smata, dirigido por Ricardo Pignanelli- muestran la evolución del kirchnerismo, en este fin de ciclo, hacia una política que escarmienta a los trabajadores que luchan. En una situación económica y política que provocará un incremento de las manifestaciones obreras ante la inflación y el ajuste. En marzo de 2013, la presidente Cristina Fernández había declarado, una vez más y aunque no se correspondiese con la realidad, que su Gobierno no reprimiría a quienes cortaran calles ni pensaran distinto. Nada de esto sucede hoy. Y la venia política a Berni plantea que no sucederá en el periodo inmediato. Un fin de ciclo que, como conclusión al relato impresionista del oficialismo, podría estar marcado por la conflictividad social y las convulsiones políticas en las que la clase trabajadora tendrá una intervención autónoma.

Ocaso del relato épico kirchnerista

Ya ninguna persona con cierta honestidad moral e intelectual podría sostener con argumentos el discurso que apuntala a una supuesta epopeya kirchnerista. Atrás y derrumbada por los acontecimientos quedó la construcción del relato que podía hacer sentir heroica una cierta simpatía o militancia proestatal. Esta caracterización no implica que no haya saltimbanquis que intenten seguir advirtiendo sobre el carácter revulsivo para el poder del gobierno de la presidente Cristina Fernández, pero de arribistas y gente que defiende con uñas y dientes (y falsos relatos) su puestito en el Estado está hecha parte importante de la idiosincrasia política argentina.

Tomemos por caso el paro general del jueves 28 de agosto. A pesar de que el poder estatal (a través de su madrugador vocero Jorge Capitanich) llegó a condenarlo como una protesta ejecutada por defensores de los fondos buitres, la medida fue exitosa y mostró un apabullante posicionamiento de la clase trabajadora. Sin la participación activa de la UTA, el ausentismo, la falta de flujo automovilístico y la paralización de actividades en grandes concentraciones industriales mostró el hartazgo de los sectores laboriosos ante un panorama de inflación, recesión, suspensiones, despidos y ajuste generalizado.

Que el máximo “incidente” denunciado por el Gobierno -y rechazado por los acusados- sea haber derramado yerba mate, unos vasos plásticos de café y algunos papeles demuestra taxativamente que fue un paro en el que no se registraron incidentes. En los piquetes instrumentados por la izquierda no se registró ningún inconveniente y en los cortes a los accesos a los parques industriales los trabajadores supuestamente “agredidos en su libertad de decidir trabajar” se sumaban a la medida o felicitaban a los piqueteros o simplemente retornaban a sus hogares con la silenciosa, pero exitosa, excusa necesaria para poder parar. Si quedara un sesgo de simpatía hacia el discurso épico kirchnerista, cuadrillas de obreros se habrían organizado para defenderse de una medida impulsada por los buitres que atentaría contra la dignidad nacional. Nada de esto ocurrió. El paro es un claro ejemplo de la caducidad de esa epopeya. Epopeya que, incluso, es desmentida por los suyos. Horacio Verbitsky despidió al mes de agosto publicando la información que revela que la Gendarmería de Sergio Berni había infiltrado a un experto en inteligencia en los cortes obreros de la Panamericana que luego habían sido reprimidos, violando de este modo la constitución nacional.

Militantes del PTS habían entregado a la Justicia fotos y filmaciones de un hombre canoso y de barba que se paseaba entre los manifestantes para luego señalar a quién había que apresar. El hombre resultó ser el coronel retirado Roberto Galeano, ex camarada de armas del fascista Mohamed Alí Seineldín y hombre de la inteligencia militar -que, como señala la sabiduría popular, es un oxímoron. En la inteligencia militar tuvo que codearse con el ex genocida César Milani, experto en el área, antes de ser pasado a retiro por Nilda Garré y recontratado por Sergio Berni para espiar trabajadores que protestan.

Así se revela todavía más el carácter autoritario de Berni, quien no sólo expresó la tendencia al impulso xenófobo para desviar la atención de la crisis, sino que se asoció a Mauricio Macri para desalojar violentamente villeros, sin que le importe herir con balas de goma hasta a kirchneristas como el legislador Pablo Ferreyra, que se había hecho presente en el asentamiento Papa Francisco para protestar contra la violencia. La épica K se limita, luego de la represión a troche y moche del Gobierno, a la postal de un funcionario con veleidades gestuales hollywoodenses a la hora de bajar de un helicóptero antes de mandar a apalear protestas.

Una epopeya que podría definirse como “de papel”, en referencia a aquella comparación de Mao Tse Tung, que así definía el carácter reaccionario: es un “tigre de papel. Un tigre por fuera, hecho de papel, incapaz de resistirse al viento y la lluvia”. Viento y lluvia expresados en la actual crisis que muestra el verdadero rostro del kirchnerismo, atravesado por la entrega y el descargo de sus consecuencias sobre los trabajadores argentinos. Un viento y una lluvia corrosivos que desmontan ladrillo a ladrillo el falso discurso épico, en el final de ciclo, de los K.

Los kirchneristas que leyeron mal a Borges

Uno de los más célebres poemas de Borges es El golem. Allí, unos versos explican con precisión la posibilidad de que en las palabras vivan lo que ellas significan. Así comienza el poema:

Si (como afirma el griego en el Cratilo)

el nombre es arquetipo de la cosa

en las letras de ‘rosa’ está la rosa

y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’.

Una posibilidad que remite a lo divino y sus cualidades ya que, como dice el texto bíblico, “En el principio fue el Verbo”. Nombrar la cosa y que la cosa sea es una prerrogativa de los dioses.

Tal parece ser la actitud política de los kirchneristas a la hora de construir esa entelequia que se ha dado a conocer como “el relato”.

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El ocaso derechista del kirchnerismo

La senectud, en los peores casos, tiende a transformar a quienes la ostentan en el triste recuerdo de quienes alguna vez fueron, o en el marasmo de lo que alguna vez quisieron ser. Esta última opción es la que corresponde al kirchnerismo que, en su ocaso, se ha lanzado a un vertiginoso avance hacia la derecha -tendencia política que, al menos en el discurso, alguna vez repudió-. El discurso de la presidenta Cristina Fernández en ocasión de la apertura de las sesiones legislativas lo demuestra. El oficialismo una vez – allá lejos, en sus orígenes, quizás- quiso ser, y así se mostró ante la sociedad, como “progresista”. Y desarrolló el discurso acerca de la no represión de los movimientos sociales -algo falso, ya que tal represión se efectivizó en muchísimas ocasiones y llegó a costar 18 vidas bajo los gobiernos kirchneristas, ya sea a través de la represión policial o de la paraestatal-. Sin embargo, dijeron ser “progres”. Ya no. La presidenta Fernández, este último sábado, lo desmintió. “Vamos a tener que sacar alguna normativa de respeto a la convivencia ciudadana, porque no puede ser -dijo-. No puede ser que diez personas te corten una calle, por más razones atendibles que tengan. No puede ser. Y que no pase nada”. La versión taquigráfica de la sesión indica “aplausos” luego de esta frase. No sólo aplaudía la claque habitual del Frente para la Victoria, sino que los diputados del derechista PRO hacían sonar sus palmas. El delirio llegó con la siguiente frase presidencial: “Creo que además todo el mundo tiene el derecho a protestar, pero no cortando las calles e impidiendo que la gente vaya a trabajar; y no complicándole la vida al otro. Creo que vamos a tener que legislar sobre una norma de respeto y convivencia urbana, donde todo el mundo proteste”. El éxtasis se había apoderado hasta de la derechista diputada Laura Alonso, del PRO, que se puso de pie y que, desde su curul, gritaba: “¡Bien, presidenta, así se habla!”. Repito: Laura Alonso, del derechista PRO aplaudía la postura represiva (“y no puede ser que no pase nada”) de la presidenta Fernández. El ocaso.

La alianza represiva del kirchnerismo y el PRO se dejó traslucir en un debate organizado en el programa Otro tema, conducido por Santo Biasati, que emite el canal TN. La mesa estaba integrada por los diputados Federico Sturzenegger (PRO), Victoria Donda (Libres del Sur), Miguel Bazze (UCR) y el dirigente Jorge Altamira (Partido Obrero-Frente de Izquierda). El principal defensor de la propuesta de limitar la protesta social presidencial fue Sturzenegger, que la apoyó con ahínco. El radical Bazze -que cada vez que fue gobierno reprimió, la última vez en 2001, cuando Fernando de la Rua se despidió dejando tras de sí un tendal de 35 muertos- dijo que había que permitir la protesta y ser razonable, pero la historia de su partido invalidaba cada uno de sus dichos. Victoria Donda se opuso al proyecto presidencial, pero Sturzenegger le recordó que UNEN, la alianza que ella integra, había presentado un proyecto en la legislatura porteña para limitar la protesta social. ¡Alcoyana, alcoyana! Altamira señaló que se revelaba el pacto K-PRO con estas ideas, defendió la posibilidad de la protesta como un derecho primigenio y llamó a movilizarse por las paritarias docentes. Hace poco más de una década, así había definido Altamira al piquete: “El piquete es una forma suprema de la solidaridad social, que va más allá de la camaradería y el apoyo recíproco entre los piqueteros, pues convoca a todos los explotados a tomar el destino en su propias manos”. 

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