Si hay algo que caracterizó a la no política exterior del kirchnerismo, fue la constante pérdida de oportunidades para mejorar la relación con todos los países del mundo, ignorando la cantidad enorme de eventos que —cotidianamente— permiten ampliar diálogos y negociaciones. La diplomacia, como la política, es una suerte de archivo en el que se van depositando activos que en algún momento cobran valor para beneficio de ambas partes (o de quien sepa utilizarlos mejor). Desde pequeños gestos hasta grandes negociaciones, la buena diplomacia consolida relaciones, muestra confiabilidad, exhibe profesionalismo. Y ello incluye desde las relaciones con las grandes potencias hasta el país más pequeño (cuyo voto puede ser decisivo en el momento menos pensado).
Si esta forma de operar es corriente con países amigos, es vital con quienes tenemos conflictos latentes, como es el caso del Reino Unido —en la medida en que el objetivo sea solucionar, en lugar de confrontar.
Cuando Susana Malcorra afirmó que la esencia de la nueva política exterior argentina será tan simple como “hablar con todos”, planteó un nuevo paradigma que ordenó el funcionamiento de la Cancillería en ese sentido y obligó a encontrar oportunidades de interacción en la cotidianeidad.
El Reino Unido no es sólo Malvinas. Mas aún, la solución de Malvinas estará más cerca cuantos más asuntos de diverso tipo entren en la agenda. Continuar leyendo