Esta semana, la Argentina sumó sus fuerzas a la tarea de reconstruir el “muro de Berlín” con el que el neo-zar de una Rusia castigada por la crisis económica y carcomida por la corrupción pretende enfrentar al Occidente democrático, conformado por la Comunidad Europea y los Estados Unidos. Que ese proyecto de nueva Guerra Fría atrase cuarenta años no parece importar a quien, en el escenario interno, utiliza lentes confeccionados en aquella época.
En el curioso discurso que pronunció en Moscú, la Presidente llegó a pretender -contra toda evidencia, tal como hicieron las organizaciones terroristas de los 70- que Evita, de haber vivido lo suficiente, hubiera sido una revolucionaria, o una montonera, como entonces se cantaba.
Pero lo más notable de esta gira turístico-política fue el enorme parecido que, según ha trascendido, guardan los acuerdos suscriptos con Vladimir Putin con los que firmara, hace escasos meses, con Xi Jimping en China. En ambos casos, se trata de contratos estratégicos de enorme importancia que, por los tiempos de maduración que requieren (centrales atómicas, plantas de enriquecimiento de uranio, represas hidroeléctricas, etc.), sólo podrán a comenzar a ver la luz a partir del año próximo; además, se obtuvo de las potencias signatarias promesas de financiamiento e inversión que, en los hechos, sólo se han concretado en pequeños adelantos, casi pocas monedas.
Y ello a cambio de concesiones soberanas de la Argentina de tal gravedad que han obligado al Gobierno a mantener confidenciales sus cláusulas -como ya ocurrió con los acuerdos con el Club de París y con Repsol y con los contratos de importación de gas, por ejemplo- por temor a la natural reacción de la sociedad; si no fuera así, ¿qué sentido tendría tanto secreto?
Porque Putin no es un ignorante ni es tonto, como tampoco lo es Xi Jimping. Ambos saben que, al menos según las leyes vigentes, Cristina deberá abandonar su sillón el 10 de diciembre; entonces, ¿para qué arriesgar más si quienes la reemplacen, seguramente, corregirán el rumbo en materia de relaciones exteriores?
Los grandes empresarios rusos, la mayoría de ellos ex oficiales de la KGB que, en la debacle de la URSS se quedaron con todas las empresas públicas y, por ende, tienen la piel muy curtida y saben mucho de corrupción, deben haberse sentido gratamente sorprendidos cuando oyeron a la Presidente responder que las limitaciones que impone el cepo cambiario argentino a la remesa de utilidades sería solucionado “caso por caso”, es decir, quedarán sujetos al arbitrio de los funcionarios. ¡Qué buen ejemplo de seguridad jurídica para ofrecer a los inversores!
La Presidente parece desconocer -o no le importa- que está jugando, y con ella el país, en tableros geopolíticos que no tiene posibilidad alguna de controlar y que son, como se ve en los casos de Ucrania o del “Ejército Islámico”, potencialmente peligrosos.
Resulta claro ya que tanto China como Rusia pretenden tener injerencia en los asuntos relacionados con el Atlántico Sur y con la Antártida, y competir en la zona, como lo demuestran tanto la base científico-militar de la primera en Neuquén como los contratos de suministro de material bélico y los comprometidos ejercicios militares conjuntos con la segunda, pero ¿por qué la Argentina debe encolumnarse detrás de uno de los polos de poder mundiales, tan lejano a nuestra historia y a nuestra geografía, en lugar de mantener buenas relaciones con todos? ¿Es tan angustiosa la necesidad de divisas como para condenar el futuro de generaciones enteras? Tal vez sí, porque el Gobierno no sólo sigue renovando el blanqueo sino que lo acentuará esta misma semana, con un nuevo bono más favorable aún para los narcotraficantes y lavadores de toda laya.
El memorándum firmado con Irán, causa de la denuncia de Nisman y de su muerte, también nos colocó en medio del peor conflicto bélico actual, como el que mantienen los chiítas y los sunnitas en Oriente Medio, sin que se haya explicado nunca la verdadera razón de su concreción; ello no fue óbice para que las adocenadas y rastreras bancadas oficialistas en el Congreso lo aprobaran inmediatamente, como también hicieron con el contrato firmado entre YPF y Chevron cuyas cláusulas, como dije, se mantienen en absoluto secreto.
El kirchenerismo, sumamente hábil, levantó falsas banderas desde su llegada al poder -la renovación de la Corte Suprema, la protección de los derechos humanos, el desendeudamiento, etc.- pero, con el tiempo, ha ido derrumbando todos los pilares que había construido en la imaginación de una sociedad distraída por efecto del consumo y de los sedantes que los precios de la soja astronómicos le suministraron durante varios años.
En este giro copernicano que la Presidente ha realizado en materia de política exterior no ha dudado en asociarnos con los países que, en el mundo de hoy, menos respetan los derechos humanos; los ciudadanos rusos, chinos, iraníes y venezolanos pueden dar cuenta acabada de eso. Pero, claro, no es posible exigir una mínima coherencia a quien, con tal de cumplir sus fines personales inmediatos, ha demostrado que nunca le importa caer en las más flagrantes contradicciones.