En octubre el pueblo elegirá el Presidente y el Congreso que marcarán la orientación básica del próximo gobierno nacional. Es una elección muy diferente de la legislativa de medio término, que es propicia para expresar acuerdos o disconformidades sin forzar decisiones de fondo.
Ahora lo que se decidirá es si en los próximos años continuará el modelo de desarrollo con justicia social, que antepone la inclusión a los privilegios; o si se marchará hacia una restauración neoliberal, donde las motivaciones sectoriales prevalecerán sobre el interés general. Por cierto, no se trata de matices, sino de dos modelos políticos, económicos y sociales opuestos. O el Estado sirve para continuar con la distribución del ingreso, de la palabra y del conocimiento, o vuelve a ser el instrumento para privatizar ganancias y socializar pérdidas.
Es en esa circunstancia cuando los publicistas de la restauración han instalado como eslogan una palabra que suena familiar y hasta positiva: “cambio”. Cambiar significa, según el diccionario, “tomar o hacer tomar, en vez de lo que se tiene, algo que lo sustituya”. Funciona como eslogan porque se parte de la base de que, para quien lo escucha, el cambio siempre es bueno porque cada uno cree que se trata del cambio que le conviene. Lo que ocurre es que el mismo cambio produce efectos opuestos en diferentes grupos sociales y económicos. Continuar leyendo