A mediados de este año, la Presidente tuvo un encuentro híper publicitado con su par chino, Xi Jinping. En esa oportunidad, los mandatarios firmaron una veintena de acuerdos cuyo contenido, en algunos casos, no salió a la luz. Ese secretismo se acabó hace algunos días, cuando siguiendo su tradición de atropellar más que acordar y de imponer más que debatir, el Gobierno envió al Congreso uno de esos acuerdos para su aprobación exprés.
El acuerdo en cuestión es específicamente un convenio macro para inversiones y relaciones comerciales entre los países. Imaginará cualquier argentino informado la importancia de este instrumento, China es la potencia emergente más importante, un socio comercial fundamental para nuestro país y comprador de muchos de nuestros productos estrella, tales como los derivados de la soja. Pero también, China es una potencia que busca legítimamente expandir su influencia en el mundo. Tal es así que a través de mecanismos monetarios, financieros y comerciales, busca extender sus vínculos en esta parte del planeta.
La cuestión central de estos acuerdos es, como siempre, la letra chica, las condiciones que establecen para regular una relación que es hoy muy importante y que sin dudas crecerá en los próximos años. En este sentido, hay dos o tres cuestiones que cualquier país que busca el desarrollo, establece como prioritarias e innegociables.
En primer lugar, que los beneficios otorgados al país con el que se acuerda, en este caso China, no perjudiquen a las industrias y trabajadores nacionales. Es decir, no extender beneficios de los que no puedan gozar nuestras empresas que crean trabajo argentino y los trabajadores de estas empresas.
En segundo lugar, cuando se trata de sectores o actividades económicas que no están desarrolladas en el país, es vital establecer condiciones para transferir tecnología; esto es, abrir puertas para que en unos años, esos productos y esos servicios se puedan crear y prestar desde Argentina, con industrias argentinas, trabajadores argentinos, innovaciones argentinas, valor argentino.
Finalmente, se busca crear condiciones de transparencia que generen credibilidad en Argentina y en el mundo.
Como es de suponer, el secretismo con que se trataron los acuerdos inicialmente y el apuro ilógico con que el Gobierno lo trató en estos días, tiene una razón: ninguna de estas tres condiciones básicas se cumple. Este acuerdo otorga beneficios únicos a China en energía, minerales, manufacturas, agricultura y sistemas de apoyo, tales como centros de investigación y desarrollo. Beneficios de los que no gozamos ni siquiera los argentinos. Como si esto fuera poco, no establece mecanismos para transferencia tecnológica a nuestro país. Es decir que eventualmente, desarrollarán negocios e inversiones sin tener ni siquiera que contar cómo lo hacen.
Finalmente, abre la puerta a negociados, habilitando a los funcionarios de cada área a celebrar acuerdos específicos y eliminando requisitos de licitaciones públicas en casos que podrán involucrar enormes recursos naturales, formidables cantidades de dinero y buena parte del destino del país por muchos años. Los países, como las personas, deben evitar caer dos veces por culpa de la misma piedra. Nosotros, estamos al borde de caer por tercera vez. En los 70 la dictadura creía que en una alianza táctica con la Unión Soviética estaba la clave para prosperar y en los 90 el peronismo sostenía que una relación acrítica con los Estados Unidos garantizaría el progreso. Hoy el Gobierno comete el error de esconderse bajo el ala de China.
No estamos vinculados al mundo cuando nos sometemos a algún país; nos vinculamos al mundo cuando aprovechamos las oportunidades, atraemos inversiones y creamos mercados para emprendedores, trabajadores e innovadores argentinos en condiciones de transparencia, previsibilidad e igualdad. En el siglo XXI, en un mundo globalizado y democratizado, la clave no es una relación preferencial y excluyente, la clave pasa por tener relaciones amplias y coherentes con objetivos precisos. Con este acuerdo el Gobierno aleja un poco más a la Argentina de una inserción en el mundo sana y productiva.
La política exterior cierra un 2014 para el olvido. Al previsible fracaso del acuerdo con Irán, se le suma el vergonzoso proceder en el acuerdo con Chevrón -del que ni siquiera podemos conocer su letra- y este convenio con China, desventajoso por donde se lo mire. Normalmente hablamos de las reformas educativas, económicas o institucionales, pero cuando pensamos el país que queremos, no podemos dejar de pensar cómo deseamos insertarnos en el mundo. Aquí también, quienes creemos seriamente en un país de progreso, necesitamos de acuerdos amplios que establezcan criterios y caminos que permitan recuperar la coherencia de una política exterior que perdimos en manos de improvisados.