Hago memoria y no recuerdo una situación que haya golpeado a la democracia con la fiereza que lo hace la muerte del fiscal Nisman.
Por eso, el Estado argentino debe darle señales urgentes y contundentes a su pueblo. Y el pueblo, debe marcarle el terreno a un Estado que ha vuelto a fallar.
El país ha adquirido en estos últimos años y a ritmo galopante, muchas deshonras propias de autoritarismos pasados. Violencia, secretismo, persecución, impunidad.
De todas ellos, la más grave y peligrosa es la impunidad, porque las democracias mueren de impunidad. Si dejamos que la impunidad haga metástasis en el país nos ahogaremos en ella.
Del Gobierno no espero gestos, espero definiciones. No lo quiero a Capitanich frente a un micrófono, quiero a los acusados por Nisman a disposición de la Justicia y demostrándonos a todos que no contaminarán el camino a la verdad.
Es una horrible señal que un fiscal muera menos de 100 horas después de denunciar a la presidenta. Especialmente, cuando durante el año pasado, el Gobierno instrumentó cuanta artimaña pudo para destituir a Campagnoli, un fiscal que lo ponía en aprietos, y en momentos en que la Procuradora General ejecuta una caza de brujas en las fiscalías.
Hoy hay tres prioridades. Una que lleva 20 años en el tintero, queremos saber qué pasó con la AMIA y queremos ver a sus culpables presos. Otra, tan importante como la primera, queremos saber quiénes y cómo permitieron por acción u omisión que durante 20 años no pudiéramos hacer Justicia, a ellos también los queremos ver presos. Finalmente, queremos saber por qué murió Nisman.
En estas tres caras del mismo caso se debate hoy qué democracia tenemos los argentinos. Me niego a convivir con la impunidad, porque ella, silenciosa, primero mata con la indiferencia e incredulidad de los ciudadanos y termina envenenando la democracia cuando destruye desde adentro las instituciones de la república.
Si esta muerte no se resuelve, si la investigación que llevaba Nisman queda en la nada, la democracia quedará tambaleando.
Los argentinos hemos recibido un golpe y tenemos que abrir los ojos.
El horror ha puesto en jaque la democracia, arroja un manto de temor sobre la Justicia y nos da un baño de realidad. Pero hemos resuelto situaciones duras y siempre lo hemos hecho frenando en seco a la impunidad.
Siempre en estos casos decimos “tenemos que esperar a la Justicia”, “tiene que hablar la Justicia”. Hoy no. Hoy tenemos que hablar todos, unidos, como Nación y como ciudadanos de bien: no vamos a parar un segundo en la búsqueda de la verdad y no vamos a tolerar un solo gesto de impunidad.