“Donde hay dos economistas hay tres opiniones”, dice el refrán. Realmente si hay algo de lo que adolece la llamada ciencia maldita es de homogeneidad. La inflación, el nivel de empleo, la competitividad, el tipo de cambio y hasta la misma definición de economía es producto de acalorados debates.
Bajo este contexto, extrañamente podemos encontrar un concepto donde los desencuentros son mínimos, donde casi todas las visiones económicas podrían unirse en un breve pero fraternal abrazo. Este concepto es la renta de la tierra.
¿De qué hablamos cuando pensamos en la renta? De la porción del ingreso que se apropia un sector de la población tan sólo por ser propietario de una parcela de tierra productiva; la sociedad destina parte de su producción a esta manutención. ¡Ojo!, a no confundir renta con ganancia del agricultor. Aunque muchas veces los roles se solapan en un mismo individuo, los economistas solemos asumir que se trata de dos remuneraciones distintas: la renta es la porción de dinero resultado de la venta de grano destinada a pagar el alquiler del campo, mientras que la ganancia es la obtenida por el productor tras pagar todos los gastos (incluso la renta).
Yendo un paso analítico más allá, podemos asegurar que alguien gana plata por otorgar acceso a la tierra, tierra que ya existía desde mucho antes que el título de propiedad. Mientras que el productor y el trabajador obtienen una remuneración a costa de su sacrificio (materia muy discutida por las diferentes escuelas económicas), el propietario la obtiene por… ¿por qué se le paga un arrendamiento al dueño?
Se le paga simplemente porque la tierra es necesaria para producir alimentos y además es escasa, o sea, no podemos crear más tierras propensas al cultivo que las que ya hay. No hay otra, hay que pagarle a los que la tienen. Para peor, mientras más altos son los precios de los granos más aumenta el alquiler, perjudicando a los productores que terminan obteniendo la misma ganancia más allá del precio de venta de su producción.
¡Qué problema, Macarena! Alguien se está haciendo de unos cuantos billetines sin entregar nada a cambio, o más específicamente, sin hacer ningún sacrificio que lo amerite. ¿Qué hacemos con esto? Cómo dijimos anteriormente, casi todas las escuelas económicas se han preocupado por la renta, siendo incluso el tan citado por los liberales David Ricardo un enemigo acérrimo de ella. Propuestas sobran: desde impuestos progresivos a la propiedad de la tierra hasta regulación del precio de los granos, las posibilidades son infinitas. Sin embargo, parecen ser extremadamente difíciles de implementar políticamente (el nombrado economista inglés batallaba en el parlamento por estas medidas hace ya dos siglos).
Lo más asombroso del asunto es que el tema no desvela a la mayoría de los economistas o periodistas del establishment mediático. Abundan los artículos de inflación, dólar, competitividad, crecimiento o tipo de cambio. Si aumenta el salario en dólares Argentina pierde competitividad, catástrofe, pero si aumenta la renta (también un costo de la estructura productiva) a nadie se le mueve un pelo, no se escucha ni una protesta/propuesta.
Siendo los propietarios de la tierra uno de los principales actores sociales de la historia argentina desde sus orígenes, debemos pensar que la nombrada desidia mediática no se debe a la falta de interés de los analistas, sino a que, existiendo un acuerdo tan vasto entre las escuelas económicas, queda poco por discutir y nada nuevo por decir.