Aún recuerdo claramente el frío intenso que pasamos esos miles de locos y locas que esperábamos frente a un escenario la resolución de la votación del Senado, en el debate por la ley de matrimonio igualitario. A pesar de la helada noche, la multitud generaba un calor impresionante y estábamos ahí, clavados frente a una pantalla, siguiendo los discursos de las senadoras y senadores que iban a definir buena parte de nuestras vidas, de nuestra dignidad y nuestro futuro. Como siempre, otras y otros decidiendo por nosotros, hablando por nosotros, diciendo por nosotros, pero esta vez sentíamos nuestra voz en la de cada uno de esos legisladores que argumentaban a favor de la igualdad. Esa noche sentimos que eramos ciudadanas y ciudadanos de pleno derecho.
También recuerdo el intenso debate que precedió a la ley. Desde que éramos parte de un plan del demonio hasta que íbamos a ser los responsables de la destrucción de la familia, los sectores que se opusieron a la ley argumentaron de todo. Que las lesbianas eran violentas con sus hijos, que los gays lo éramos, por ser víctimas de abuso sexual, que no estábamos capacitados para la crianza, que nuestras relaciones no eran duraderas. Un sinfín de falacias que intentaban instalar el temor en la sociedad y, montadas sobre la falta de conocimiento de mucha gente de buena fe, impedir la aprobación de esta trascendente ley. Cuántas cosas han pasado desde aquellos días.
A cuatro años de su aprobación, podemos decir con enorme orgullo y alegría que el propio matrimonio igualitario se encargó de echar por tierra todos y cada uno de ellos. Ninguna de las catástrofes sucedió. La sociedad no se desintegró ni la familia se debilitó. Muy por el contrario, las familias fueron las grandes favorecidas tras la aprobación de esta ley de igualdad, porque hoy son más y más diversas aquellas familias que pueden gozar de los mismos derechos.
Haciendo un poco de historia, la ley de matrimonio igualitario fue presentada por primera vez en el Parlamento en diciembre de 2005 por la Federación Argentina de lesbianas, gays, bisexuales y trans (que recién se conformaba) y el diputado socialista Eduardo Di Pollina. En esa ocasión, casi nadie, fuera de nosotros, creyó que fuera posible. Ya en febrero de 2007 la presentación del primer amparo ante la Corte Suprema de Justicia, que pedía declarar inconstitucional -por discriminatorio- al Código Civil, dio cuerpo y volumen a la campaña nacional “Los mismos derechos, con los mismos nombres” que desde la FALGBT habíamos puesto en marcha. A finales de ese año el proyecto volvió a ser presentado con un importante apoyo parlamentario y de la mano de las dos diputadas que finalmente nos acompañarían hasta el debate y posterior aprobación de la ley de Igualdad: Silvia Augsburger y Vilma Ibarra. Una opositora (Augsburger era presidenta del bloque de diputados socialistas) y una afín al oficialismo (Ibarra integraba Nuevo Encuentro). Así se construyó la ley. Transversalmente, con apoyo del oficialismo y la oposición.
Cuando en noviembre de 2009 la FALGBT logró generar el primer debate parlamentario por el matrimonio igualitario, también se había logrado la adhesión de buena parte de la sociedad. El tema se debatía intensamente en escuelas, universidades, clubes, espacios de trabajo y medios de comunicación. Y también en el seno de las familias, dentro de las cuales muchas veces este debate era la ocasión perfecta para salir del armario ante padres y hermanos, defendiendo la ley en primera persona, con su propio cuerpo.
Tanto había avanzado el debate social sobre el matrimonio igualitario que aquel primer amparo ante la Justicia -el de febrero de 2007- se multiplicó por 100 y el equipo jurídico de la FALGBT los patrocinó en todo el país. Hasta tuvimos que mandar a una pareja a Tierra del Fuego para concretar el primer casamiento gay de América Latina en diciembre de 2009. Esa lucha también dio sus frutos. En Argentina, se casaron diez parejas de personas del mismo sexo previo a aquel 14 de julio. La justicia también le decía sí a la igualdad.
Y luego vendrían los debates, las horas de televisión, las votaciones en Diputados y Senado, las marchas a favor y en contra. Hasta un oficio interreligioso frente al Congreso para “evitar” la catástrofe que traería esta norma, reuniendo a una importante cantidad de personas blandiendo carteles naranjas que decían “Papá y Mamá”, como si nosotros y nosotras no lo fuéramos. Eso también está en nuestra memoria.
Han pasado 4 años y miles de parejas han podido contraer matrimonio. Sin embargo, quedan aún materias pendientes, porque ninguna ley modifica automáticamente realidades naturalizadas por siglos. Pero con la posibilidad de dar las batallas que haya que dar, para transformar profundamente la cultura y la sociedad, desde un pie de igualdad.