Puede discutirse si su posición resultó un tanto ambigua para quienes propician una flexibilización en la estrategia mundial contra las drogas, o demasiado laxa para quienes defienden el actual modelo restrictivo. Pero lo cierto es que nadie debería escandalizarse por lo que dijo Barack Obama acerca de la marihuana en el marco de un extenso reportaje que le realizó recientemente la revista The New Yorker. Al margen de ciertos reduccionismo en los cuales incurrió la prensa escrita local en sus titulares, los conceptos del presidente de los Estados Unidos de Norteamérica aportan una mirada interesante sobre el actual debate público en torno a la problemática, que van más allá del dilema prohibicionista/abolicionista.
Dijo Obama: “Como bien ha sido documentado, de joven fumé marihuana y lo veo como un mal hábito y un vicio no tan diferente a los cigarrillos que fumé durante gran parte de mi vida. Su uso no es algo que aliente. Dije a mis hijas que consumir marihuana es una mala idea, es perder el tiempo, no es saludable”.
Desde un análisis discursivo, es posible interpretar que al mencionar el consejo para sus hijas, Obama elige amplificar un mensaje preventivo “paternalista” hacia una franja etaria que hoy está en el centro de preocupación. El National Institute on Drug Abuse (NIDA) dio a conocer los resultados del estudio “Monitoreando el futuro 2013” entre adolescentes de Estados Unidos. Los indicadores muestran una disminución alentadora en el consumo de drogas legales como el tabaco y el alcohol, pero a la vez reflejan la baja percepción de riesgo con respecto al uso de cannabis y otras drogas de prescripción médica, que se traduce en el aumento en su consumo. Y para quienes argumentan que la cultura de los sesentas y setentas tenía mucho de cool y libertaria, la ciencia (no la ideología) ha comprobado que la marihuana es ahora mucho más perjudicial que hace 30 años en tanto se ha reducido la proporción de cannabidiol (efecto protector) y aumentado la del tetrahidrocannabinol (principio psicoactivo).