La mayoría de las teorías clásicas de la comunicación refieren a un proceso lineal de participación entre un emisor, un mensaje, un canal y un receptor, que puede fallar fácilmente debido a una gran variedad de factores externos denominados ruidos o interferencias. Con el transcurrir de los años, es notorio que el mayor impedimento para ponernos de acuerdo sobre el problema de las drogas es la mala y deficiente comunicación en torno a los diversos planteos existentes.
Hace tiempo que en materia de información sobre el fenómeno algo pasa entre el emisor y el receptor. El que emite no emite con sustento. El que recibe lo hace escuchando sólo una parte y descartando el resto. Un error en la elección del qué y el cómo, un filtro periodístico subjetivo y una interpretación final por parte del escucha que luego la transforma en feedback a través de las redes sociales. A esto se le suman multiplicidad de interferencias, gritos, lobbies, ideologías, intereses contrapuestos. Y la bola de inconsistencias comienza a crecer de manera exponencial, retroalimentando al show mediático, el fulbito tribunero, la milimétrica fracción de rating.
El debate público sobre drogas en Argentina es como la lata de sopa Campbell inmortalizada por Andy Warhol. Continuar leyendo