Unos días antes del cónclave de marzo de 2013, aquel que convertiría a Jorge Mario Bergoglio en el papa Francisco, un famoso vaticanista afirmaba que bastarían cuatro años de Pontificado de Bergoglio para cambiarlo todo. Y parece que tenía razón. Hace tres años que Francisco usa gestos simbólicos, genera procesos e involucra a personas para lograr un cambio cultural irreversible que quiere renovar la Iglesia y el mundo.
Un hombre común y sin privilegios: esa imagen de papa quiso mostrar desde el primer día, cuando, por ejemplo, acudió personalmente, ya como papa, a pagar la cuenta del albergue eclesiástico en que se alojaba antes del cónclave: ni el Papa, ni nadie, debe sentirse privilegiado. Al vivir permanentemente en Santa Marta (un hotel de tres estrellas dentro del Vaticano) se asegura estar accesible a las personas y también conocer los problemas de primera mano. Esa imagen de hombre simple y cercano es una opción personal, pero a su vez pedagógica, ya que le muestra a la clase dirigente (especialmente a la de la Iglesia) la importancia de una austeridad ejemplar en el ejercicio del liderazgo. Continuar leyendo