La semana pasada la polémica WikiLeaks comenzó a difundir cientos de miles de documentos clasificados del Ministerio de Relaciones Exteriores de Arabia Saudita que, desde ya, por la naturaleza de su contenido, complican la imagen de la conservadora, rica y reservada monarquía del Golfo. Según lo reportado por la organización presidida por Julian Assange, entre los cables se encuentran reportes altamente secretos que dan cuenta del modus operandi de la política saudita, basado esencialmente en la compra de influencia mediante sobornos y el flujo de dinero a individuos e instituciones clave. Sin embargo, pese a lo revelador que resulta este Saudigate a los efectos de comprender mejor las intrigas sauditas, el contenido extraído por WikiLeaks difícilmente sorprende. Arabia Saudita es después de todo un país cuya relevancia en la escena global se expresa en términos de petrodólares; sus funcionarios tienen a su alcance una chequera que no conoce límite y que le permite al país comprar la preeminencia que de otro modo no tendría.
La publicación de los cables no ha trascendido como noticia en América Latina, y aun así es una primicia que creo que podría ser tomada para estudiar. Quizás, en términos más generales, el comportamiento de los Estados que utilizan el caudal monetario que deviene de sus riquezas fósiles para financiar su política exterior. En el caso que aquí nos compete podemos extraer algunas observaciones. Según lo constatado hasta ahora por los cables filtrados, los sauditas no tienen escrúpulos a la hora de comprar el silencio de medios e instituciones. También ha quedado (otra vez) en evidencia que el Gobierno saudita mantiene vínculos con terroristas y que se destinan recursos públicos -aunque en rigor todo le pertenece a la familia real y no al pueblo- para monitorear la actividad de sauditas en el extranjero. Continuar leyendo