Mohamed Morsi, el ex presidente egipcio, depuesto por la junta militar liderada por Abdel Fattah al-Sisi en julio de 2013, ha sido sentenciado a muerte por un tribunal. Según las últimas noticias reportadas por los medios internacionales, más de cien islamistas compartirían su misma suerte bajo el crimen de haber confabulado con militantes del Hamás palestino y el Hezbollah libanes para escapar de la prisión de Wadi el-Natrun en 2011, durante el tumulto social de la naciente Primavera Árabe. El interrogante en boga esta jornada, entre analistas, funcionarios y periodistas, se traduce naturalmente en la expectativa de qué ocurrirá en las próximas semanas. ¿Se llevará a cabo la sentencia? Cabe preguntarse, tal vez más importante, ¿cuál será la reacción a nivel regional entre los islamistas si el cabecilla de los hermanos musulmanes es ejecutado?
Desde su llegada al poder, al-Sisi impuso una política de mano dura para tratar con la Hermandad Musulmana. Su Gobierno acusa a la misma de buscar socavar el espíritu de las protestas de la plaza Tahrir, de mermar la estabilidad del país, y de poner a Egipto en liga con organizaciones terroristas. En efecto, la junta militar le ha declarado la guerra a los islamistas, y al-Sisi, quien está al tanto del nivel de polarización en la sociedad, ha buscado legitimar su posición llamando a una reforma del islam, abogando por su despolitización; atacando precisamente al islam político o islamismo. En este sentido, Morsi está acusado por el Gobierno de facilitar información clasificada a organizaciones islamistas ideológicamente afines a su propia plataforma.
La condena a Morsi y a otros islamistas, muchos de ellos juzgados in absentia, incluyendo al notorio clérigo egipcio (residente en Qatar), Yusuf al-Qaradawi, considerado el líder espiritual de los hermanos musulmanes, responde desde luego a una decisión política. En el mundo árabe la pena capital es un castigo recurrente institucionalizado desde hace tiempo. Situado el caso en contexto, en Egipto no se registra semejante ofensiva contra la cúpula islamista desde la era de Gamal Abdel Nasser durante las décadas de 1950 y 1960. Hace un mes la fiscalía intentó condenar a Morsi a muerte, mas terminó condenándolo a veinte años de cárcel.
La revisión del fallo posiblemente se debe a la ansiedad del Gobierno, ratificado electoralmente en mayo de 2014, por cerrar un capítulo y poner coto definitivo a las aspiraciones del islamismo. Después de todo, la Hermandad Musulmana es la fuerza de oposición más antigua y mejor organizada, con la capacidad de movilizar a miles de manifestantes de un día para el otro. Ante futuras eventualidades, los islamistas, desde el punto de vista oficialista, no solo que resaltan como subversivos, sino que tienen el verídico potencial de desestabilizar el país.
Para sus detractores, la Hermandad Musulmana probó, como hicieran el Frente Islámico de Salvación (FIS) argelino, el Hamás palestino y el Hezbollah libanes, que el islamismo es un movimiento autocrático disfrazado de democrático. Morsi en algún punto selló su propio destino cuando a finales de 2012 impulsó una constitución y firmó decretos que le permitían al presidente posicionarse por encima de la ley, sometiendo el Poder Judicial a su discrecionalidad. Morsi se reservaba el derecho de administrar el presupuesto, promulgar leyes, y de formar la Asamblea constituyente, mostrando signos de querer supeditar el proceso político a la ley islámica. Al anunciar la medida, el islamista espetó a su pueblo declarando que sus decisiones no pretendían recortar libertades. Alrededor de la mitad de la población interpretó lo contrario, y a continuación siguieron las protestas masivas que culminaron en junio de 2013 y decantarían en su deposición.
Desde entonces los partidarios de Morsi vienen denunciando al Gobierno de al-Sisi por la presunta purga que viene llevado a cabo para erradicar la plataforma islamista. En este aspecto, vale recalcar que ven al rais (presidente) como una autoridad ilegitima por hacerse del mando mediante un golpe de Estado. Ilustrando la postura de la Hermandad Musulmana, Mohammad Soudan, prominente miembro y portavoz de la agrupación (exiliado en Reino Unido), en su momento sugirió que Morsi fue víctima de una conspiración que involucró a factores domésticos y externos, y que en esencia su mandato fue mucho más inclusivo y democrático que el del actual régimen castrense, siendo que el líder habría consultado a liberales, izquierdistas y cristianos para esbozar la polémica reforma constitucional que eventualmente precipito su caída. La violencia religiosa contra cristianos, dijo Soudan, fue una operación encubierta de los servicios de inteligencia para desprestigiar a la Hermandad Musulmana. Haciendo eco de los pretextos clásicos del populismo, Soudan opina, al igual que el grueso de sus copartidarios, que las protestas masivas en contra de Morsi fueron un “circo mediático” orquestado por las fuerzas reaccionarias del viejo régimen.
En concreto, la reacción a la condena de Morsi y sus allegados no se hizo esperar. Estados Unidos y la Unión Europea expresaron grave preocupación por este juicio, asumiéndolo como arbitrario y claramente sesgado. Amnistía Internacional y Ban Ki-moon, el secretario general de las Naciones Unidas, adoptaron la misma posición e insistieron en la nulidad e ilegitimidad de la sentencia. Por su parte, ideológicamente cercano a Morsi, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan condicionó los vínculos bilaterales con Egipto a la liberación del islamista. “Si Morsi es sentenciado a muerte hoy, en verdad es un castigo contra la urna electoral”, dijo el mandatario, recalcando que se trata de un hombre que fue elegido (en 2012) con el 52% de los votos.
Además de fuertes presiones externas, el régimen de al-Sisi se enfrenta a importantes desafíos domésticos. Sobre Egipto, el país más populoso del mundo árabe, se estima que la pobreza alcanza a un cuarto de la población. Según los pronósticos más crudos, esta cifra englobaría a la mitad de los casi 89 millones de sus habitantes. En añadidura, la situación de los jóvenes, la fuerza motriz de las protestas sociales, es precaria, siendo que existe un altísimo nivel de desempleo (cerca de un 30 por ciento) que afecta principalmente a graduados que no pueden encontrar inserción laboral. Más de la mitad de la población egipcia tiene menos de 25 años, y sin embargo el Gobierno castrense últimamente ha mostrado signos de estar enajenándose de esta audiencia masiva.
En tanto se hace aparente que al-Sisi ha llegado para quedarse, el movimiento juvenil Tamarod (“rebelión”), instrumental en volcar la opinión publica en contra de Morsi, ha quedado disminuido frente a divisiones internas, y en definitiva se ha hecho irrelevante al lado de la sombra que proyecta el rais. Desde su posesión del poder en 2013, al-Sisi ha buscado estabilizar el país mediante la “regularización de la protesta” – eufemismo que para muchos implica directamente su prohibición. Como último eslabón en una serie de incidentes, el poder judicial falló hace un mes para despedir a los empleados públicos que se pusieran en paro, una medida sin duda destinada a desalentar la movilización del cuerpo asalariado.
De llevarse a cabo la sentencia de muerte que pesa sobre Morsi y la dirigencia islamista, Egipto podría despertar nuevamente ante un profundo tumulto social. Lo cierto es que si bien al-Sisi se revalidó ganando las elecciones del año pasado con un arrasador 96 por ciento de los votos, solo la mitad de la población acudió a votar. Por todo esto, la volatilidad del contexto egipcio indica que de morir Morsi, un elevado porcentaje de la población lo vería convertirse en un mártir que dio su vida por una causa noble. En la liturgia callejera del mundo árabe, el martirio, una dignidad imbuida de significación religiosa, suele concederse a todo quien da su vida en la lucha contra las fuerzas de las percibidas tiranías.
Por esta razón desde lo personal estoy convencido que de ser ejecutado, la breve gestión de un año de Morsi a la larga dejará de ser una nota a pie de página en la historia egipcia, y en cambio pasará a ser enaltecida y mistificada incluso por personas ajenas al movimiento islamista.
Por otra parte, así como la represión de la era nasserista repercutió en la radicalización del sector islamista, cabría la posibilidad de que la historia se repitiese. El capítulo egipcio de la Hermandad Musulmana, que en décadas pasadas se comprometió a no intentar llegar al poder por medio de la violencia, podría fragmentarse en posiciones más próximas a las que tienen los yihadistas más extremistas. Debe tenerse presente que a pocas horas de anunciarse el veredicto contra Morsi y compañía, tres jueces fueron asesinados, y uno resultó gravemente herido en el Sinaí del Norte. En esta región desértica y escasamente poblada, radicales islámicos de la familia del Estado Islámico (ISIS) vienen desarrollando desde 2011 una insurgencia contra la autoridad, la cual se ha intensificado luego de que Morsi fuera removido del palacio de Abdín.
De un modo u otro, el solo anuncio de la sentencia no hace más que perpetuar la marcada polarización de la sociedad egipcia, como así también perjudicar la imagen del régimen castrense a nivel internacional. El veredicto final llegaría el 2 de junio, fecha límite en la cual el gran muftí, la más alta autoridad religiosa egipcia, debe emitir su opinión jurídica sobre el castigo. Si bien su juicio valorativo es influyente, a fin de cuentas el clérigo no tiene discreción sobre la decisión final de la corte. En esta medida todo apunta a que la decisión final gravita en torno al poder político.
En vista del incremento en las actividades de grupos islámicos dentro y fuera de las fronteras de Egipto, cabe la posibilidad de que el juicio contra los hermanos musulmanes sea una maniobra para asentar miedo. El aparato castrense necesita “impartir justicia” para sentar el ejemplo y acertar un golpe de gracia contra la oposición islamista. La disyuntiva del régimen, autocrático mas secular, deviene de las lecciones de la historia reciente. Uno de sus desafíos consiste precisamente en cómo contrarrestar la influencia islamista sin crear mártires en el proceso, y – como quien dice – sin que el tiro le salga por la culata. Desde este punto de vista es realista argumentar que los militares les tienen tanto miedo a los islamistas como los islamistas a los militares.
Es de esperar que varios activistas islamistas sean procesados y ejecutados, pero dada la coyuntura doméstica y externa, es menos probable que la vida de Morsi este en riesgo. El hombre es un símbolo, y su ejecución podría desatar justamente aquello que se busca evitar, y Egipto, ante tales circunstancias, no puede permitirse la condena de las principales potencias. Ahora bien, sea cual fuera el resultado, al-Sisi ha comunicado a los cuatro vientos hasta dónde está dispuesto a llegar en su batalla contra el islamismo. De momento solo cabe esperar a ver cuál será el veredicto definitivo.