Los representantes del movimiento estudiantil chileno encuentran diferentes caminos para poner en la agenda del nuevo gobierno, el compromiso con la educación pública, gratuita, y de calidad.
El repliegue de la Concertación tras la derrota electoral en 2009, y los consecuentes años de gobierno de una derecha explícita, profundizaron el proceso de organización de distintos actores político-sociales que alegaron representar de manera directa “el descontento con el modelo”. Movimientos sociales, de trabajadores, ambientalistas, pero, destacándose por su masividad, el estudiantil, construyeron una agenda pública de movilización permanente, visibilizando demandas insatisfechas por un sistema de representación política al que denunciaron como rígido e impermeable al cambio social.
Estudiantes endeudados con bancos internacionales para costear sus estudios grafican un escenario de conflictividad social que estudia diferentes formas de canalizar las expectativas de una transformación.
Dirigentes estudiantiles como Camila Vallejos, ex presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), de notoria exposición pública tras las protestas del 2011, y Giorgio Jackson, ex presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica de Chile (FEUC), han decidido desde sus estructuras partidarias, el Partido Comunista y la corriente “Revolución Democrática” respectivamente, participar de las primarias de la Concertación devenida en Nueva Mayoría, entendiendo que sólo sumando fuerzas que profundicen el carácter progresista de este frente ganador se lograría “condicionar desde adentro” un nuevo gobierno concertacionista, que pueda dar mejor respuesta a las demandas de los estudiantes.
Esta definición no fue bien recibida, y al poco de anunciarlo en los comicios estudiantiles se empezó a sentir su pérdida de representatividad en el sector. Sin embargo, las numerosas referencias de la candidata de su espacio político, Michelle Bachelet, a la deuda del Estado con la educación, parecen indicar que caminan sobre un terreno fértil para plantar ciertas discusiones que puedan transformarse en políticas de Estado hacia el sector, augurando grandes avances que progresivamente se transformen en una democratización del acceso a la universidad pública.
Otros dirigentes como Gabriel Boric y Andrés Fielbaum de la Izquierda Autónoma, actual conducción de la Federación de Estudiantes de Chile, entre otras como la Pontifica Universidad Católica de Valparaíso, descreídos de un sistema electoral en el que más de la mitad de los ciudadanos chilenos decide no participar, decidieron llevar sus propios candidatos al Congreso por fuera de la primaria de la Nueva Mayoría.
Para estos, el clivaje dictadura-democracia que sostuvo al bipartidismo chileno está desarticulado después de cuatro años de gobierno republicano de derecha en cabeza del ultraliberal Sebastián Piñera, y sólo se presenta como una fachada tras la que esconder un pacto neoliberal que impide discutir las condiciones estructurales del modelo.
La Bachelet que gane en las elecciones está ante un desafío. Romper el empate técnico es reestructurar la democracia antipopular, bipardista, pero monológica de Chile. Deberá impulsar con firme decisión transformaciones puntuales como las que viene anunciando: una reforma tributaria progresiva para saldar la deuda con la educación pública, gratuita, y de calidad puede hacerle volver a ganar la confianza de los movimientos sociales, de trabajadores, estudiantiles y ambientalistas. Convocarlos, escucharlos y apoyarlos. No la están negando ni enfrentando, sólo plantean su sana diferencia entendiendo que la Concertación sigue teniendo grandes límites en su conformación para ser la salida asegurada al neoliberalismo chileno. Cuando tuvo la oportunidad de hacerlo ante la reforma de la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza abierta tras la movilización de los “pingüinos” estudiantes secundarios entre abril y junio de 2006, no lo hizo.
Esperemos que un cambio de actitud, y de relación con movimiento populares que acumularon poder ganando la calle -fundamentalmente a partir de las movilización del 2011- le permitan revertir las hegemonías en su fuerza política. Aunque la posibilidad de sumar a Chile como aliado al bloque bolivariano, y alejarla de la Alianza del Pacífico genera fuertes expectativas en la región, ponerse la camiseta de Michelle Bachelet hoy, puede resultar apresurado y vaciar lo conquistado. Descartar de plano hacerlo, obtuso e inflexible. Ojalá se abra camino para dar vuelta una página de la historia de Chile. La izquierda que ganó la calle no es dogmática ni basista, sólo visibilizó e instaló en la agenda problemáticas que se tienen que atender, ampliando los márgenes del consenso social para poder hacerlo.
No es contradictorio pararse sobre esa masa crítica: no lo van a hacer espontáneamente tras un buen discurso, tendrá que trabajar para ganar su adhesión si realmente pretende hacerlo. Considerarlos como interlocutores válidos con los que pensar la trasformaciones que la etapa requiere, es sumarse en su haber a las fuerzas políticas que encabezan los conflictos que pretende resolver. Sólo de esta forma, más tarde o más temprano, podrán abrirse paso las grandes alamedas.