El domingo de Carnaval, lo reconozco, no es el mejor día para leer un artículo sobre política internacional. Pero, ¿qué se la va a hacer? Coincidió que el día de mi columna fuera hoy y no tengo ni aptitud ni voluntad para escribir sobre las alegrías del Rey Momo (un personaje del Carnaval). Por más que nos anestesiemos con el Carnaval, el medio que nos rodea no da para alegrías duraderas.
Comencemos desde el principio. Me parece que hubo un error estratégico desde el gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva en la evaluación de las fuerzas que predominarían en el mundo y de la posición de Brasil en el orden internacional que se trasformaba. No me refiero a lo que me gustaría que hubiera ocurrido, sino a las tendencias que objetivamente se fueron configurando. Nuestra diplomacia se guió por la convicción de que estaba surgiendo un nuevo mundo e hizo que el presidente, en su búsqueda natural de protagonismo, fuera el heraldo de los nuevos tiempos.
La convicción implícita era que, después del la caída del Muro de Berlín, después de un breve periodo de casi hegemonía de Estados Unidos, predicada por los teóricos del neoconservadurismo y de la ristra de equívocos de política exterior de ese país (invasión de Irán y de Afganistán, aislamiento de Rusia, apoyo acrítico a Israel en su política de asentamientos de colonos, etcétera) y de los desastres provocados por esas actitudes, asistiríamos a la corrección del rumbo.
De hecho, hubo esa corrección de rumbo, pero la dirección que esperaban la cúpula de la diplomacia brasileña y los sectores influidos por el ala anti-estadounidense del Partido de los Trabajadores (PT) era la del ”ocaso de Occidente’’, con la pérdida relativa de protagonismo estadounidense y la emergencia de nuevas fuerzas: China (lo que ocurrió), el mundo árabe, en especial los países petroleros, África y, naturalmente, América Latina como parte de este ”tercer mundo’’ renacido.
Esta visión encuentra sus raíces en nuestra cultura diplomática desde los tiempos de la ”política exterior independiente’’ de Jânio Quadros (político que solo duró siete meses en la presidencia de Brasil en 1961), y tiene ecos en los sentimientos de buena parte de los brasileños, incluso del autor de estas líneas. Siempre soñamos con un mundo multipolar en el cual los ”grandes’’ tuvieran que compartir el poder y nosotros, los brasileños, poco a poco nos volveríamos actores legítimos en el gran juego de poder global.
Sin embargo, una cosa es desear un objetivo y otra es analizar las condiciones de su posibilidad y actuar para que, dentro de lo posible y buscando ampliar los límites, nos acerquemos a lo que consideramos el ideal. En eso fue donde el gobierno de Lula da Silva calculó mal. Si Europa, sobre todo después de la crisis financiera de 2008, perdió tiempo en tomar decisiones y está hasta ahora empantanada en la indefinición de hasta qué punto necesitará integrarse más (compatibilizando las políticas monetarias con las fiscales) o volver a ser, para usar los términos de Charles de Gaulle (presidente de Francia, 1959 a 1969) la ”Europa de las patrias’’, China no se perdió en los devaneos maoístas ni Estados Unidos en el neoconservadurismo que consideraba que podría actuar como si fuera una hiperpotencia.
Por el contrario, China lanzó reformas para invertir el polo inversión-consumo, disminuyendo la primera e incrementando el segundo; los estadounidenses, por su parte, hicieron a un lado la ortodoxia monetarista, recalibraron su política exterior y le apostaron a la innovación en fuentes de energía. Ahora proponen la coexistencia competitiva pero pacífica con China, basada en el comercio, y lanzan salvavidas para que Europa salga del marasmo y se incorpore a un Estados Unidos que actuaría como bisagra entre China y Europa, formando un formidable tripié.
En cuanto a eso, Brasil tuvo reuniones con árabes, que no dejan de tener su importancia, propuso negociaciones sobre Irán en coordinación con Turquía (imagínense si los turcos hicieran lo mismo, proponiendo ayudar a Brasil para resolver el litigio de las papelerías entre Uruguay y Argentina), y abrió embajadas en las islas más remotas para, con el voto de países sin peso en la mesa de negociaciones, llegar al Consejo de Seguridad. Por otro lado, se comporta tímidamente cuando la compañía de petróleo Petrobrás es expropiada por Bolivia, interfiere contra el sentimiento popular en Honduras, se abstiene de entrar en rencillas profundas, como el conflicto argentino-uruguayo, además de callar ante manifestaciones anti-democráticas cuando éstas ocurren en algunos países de influencia ”bolivariana’’ (los países ”bolivarianos’’ son seis: Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela y Panamá).
En otros términos, nos equivocamos al elegir aliados, aunque en sí misma sea deseable la relación Sur-Sur, y menospreciamos a los actores que están saliendo de la crisis como principales conductores de la agenda global, excepción parcial hecho de China (en este caso, no hay menosprecio pero falta una estrategia). Estamos perdiendo liderazgo en América Latina, hoy atravesada por la cuña bolivariana que parte de Venezuela con el apoyo de Cuba, se extiende hacia arriba hasta Nicaragua, pasa por Ecuador abajo, desciende directamente a Bolivia y llega hasta Argentina. En el otro polo se consolida el arco del Pacífico, que engloba a Chile, Perú, Colombia y México, y nos quedamos acorralados en el Mercosur (Mercado Común del Sur), sin acuerdos comerciales bilaterales y, peor aún, callados ante las tendencias antidemocráticas que surgen aquí y allá.
Todavía ahora, en la crisis de Venezuela, es increíble la timidez de nuestro gobierno para hacer lo que debe de hacer: no digo apoyar a alguno de los bandos en que se ha dividido el país, sino por lo menos actuar como pacificador, restableciendo el diálogo entre las partes, salvaguardando los derechos humanos y la ciudadanía.
El Mercosur se ha puesto desabridamente del lado del gobierno del presidente Nicolás Maduro. Brasil, se encoge tímidamente en tanto el partido de la Presidenta Dilma Rousseff apoya al gobierno venezolano sin ninguna reserva por las muertes, el encarcelamiento de opositores y la cortina de humo que quiere hacer creer que el peligro viene del exterior y no de las pésimas condiciones en que vive el pueblo venezolano. Actuando así, ¿cómo podríamos esperar que, llegada la hora, la comunidad internacional reconozca el derecho que nosotros los brasileños creemos tener (y que de hecho, podríamos tener) de ocupar un asiento en las grandes decisiones mundiales? Fuimos incapaces de actuar y nos quedamos paralizados en nuestra área de influencia directa.
De continuar así, ¿qué contribución daremos al nuevo orden mundial?
Llegó la hora de corregir el rumbo. Que la crisis venezolana nos despierte del letargo.