A 32 años de haber abandonado (esperemos que para siempre) las pretensiones de ser una alternativa de poder, los altos mandos militares afrontan por estos días preocupaciones mucho más modestas que las que desvelaban a sus pares del siglo pasado.
Algunas no obedecen a objetivos muy lícitos, aunque sean apañadas por el máximo escalón del poder político. Se relacionan con el estudio de la conflictividad social, la neutralización de jueces y fiscales y espionajes varios. Otras mucho más humildes pasan por tratar de evitar que se sigan hundiendo naves surtas en puerto e intentar frenar los cada vez mayores desprendimientos de mampostería y mármoles que recubren las paredes exteriores del edificio sede de la fuerza y que evidencian una decadencia casi terminal. Continuar leyendo