Con mucha menos repercusión mediática y social que en aquellos días de octubre a diciembre pasados, la diplomacia de nuestro país y la de la República de Ghana pusieron un definitivo final a la controversia desatada por la detención ilegal de nuestro buque escuela fragata “Libertad” en el principal puerto comercial ghanés durante su 43° viaje de instrucción.
Como usted recordará, amigo lector, el origen del embargo se debió al reclamo efectuado por un fondo de bonistas que no entraron en el canje de la deuda soberana de Argentina, y que creyeron ver en la obtención de esta medida con poco sustento jurídico una buena forma de causar una conmoción política y social de envergadura tal, que diera lugar alguna alternativa más beneficiosa para sus intereses.
Y, tal como ha ocurrido ya en otras situaciones tal vez mucho más dramáticas y terribles, los argentinos tan propensos muchas veces a dividirnos por cuestiones menores antes que a unirnos por grandes ideales, nos pintamos la cara de celeste y blanco, nos hicimos “expertos” en aparejos marineros, fuimos gavieros por tres meses, y nos abrazamos y festejamos -como si fuera el gol del triunfo en una final del mundial de fútbol- cuando el Tribunal Internacional del Mar ordenó al gobierno de Ghana liberar a ese pedacito de Patria que ansiaba inflar sus velas con el viento que la trajera de regreso a su apostadero natural.
Claro que, entretanto, no faltaron las alternativas y condimentos vernáculos que también son parte inescindible de la argentinidad al palo; funcionarios que movían a sus agentes de prensa para aclarar que no eran los responsables del desacierto operacional de haber colocado a nuestra nave en un puerto donde no sólo no teníamos embajador ni mucho menos agregado naval, sino que además pertenecía a un país sobre el que desconocíamos prácticamente todo. Un funcionario de la cancillería recordaba hace algunos días que fue una suerte descubrir a tiempo que el Comandante de la fragata debería llevar bebidas alcohólicas como único obsequio aceptable por parte de las autoridades ghanesas; ya que la falta de este etílico elemento en un encuentro protocolar podía ser tomado como una falta de cortesía por parte del anfitrión.
Pero mientras “sordos ruidos” y “balas de tinta” cruzaban los despachos de la Cancillería , el ministerio de Defensa, la secretaría de Comercio Interior y quién sabe cuántos despachos más, la heterogénea oposición política no perdió oportunidad de intentar sacar alguna tajada de lo que pintaba como desastre nacional; desde una diputada que afirmaba que la fragata no era un buque militar (atacando desde la retaguardia al principal argumento de nuestra defensa) hasta colectas para juntar los 20 millones de dólares para pagar la fianza y algunas otras más.
Es justo reconocer que, si bien el gobierno y sobre todo el canciller (tal vez por no pedir asesoramiento antes de actuar) arrancó errando el rumbo, ya que el Consejo de Seguridad no era el lugar indicado para plantear el reclamo, rápidamente descubrió que en la lejana Hamburgo veintiún expertos internacionales en derecho del mar (entre ellos una argentina) constituyen desde hace años el tribunal internacional que se ocupa de estas cuestiones. Hacia allí se dirigieron poniéndose en manos de la que tal vez sea la mayor experta de nuestra diplomacia en cuestiones de derecho internacional ; me refiero a la embajadora Susana Ruiz Cerutti, quien junto a un equipo de expertos diplomáticos, demostró ante el tribunal que el embargo dispuesto por la justicia de Ghana violaba la Convención Internacional de Derecho del Mar.
Fue así que ni tuvimos que cortar las amarras y escaparnos de noche (fábula marinera ideada por algunos bravos marinos que solo ven el mar desde la orilla y en verano), ni el Capitán Salonio tuvo que cumplir el viejo mandato del Almirante Guillermo Brown -“Es preferible irse a pique que rendir el pabellón”. La fragata volvió a casa “libre de culpa y cargo” y todos festejamos. Siendo que (también hay que reconocerlo) esta vez la “terquedad” presidencial, obtuvo un rotundo éxito.
Pero acallados los fervores nacionales y populares, pocos son lo que entendieron que lo que Hamburgo dispuso fue ni más ni menos que una medida cautelar y que se ordenó a las partes someterse a un arbitraje internacional en La Haya para dirimir la cuestión de fondo.
A esa instancia Ghana llegaría con un reclamo por las pérdidas sufridas por la negativa argentina a mover la nave a un muelle con menos movimiento comercial que el famoso “muelle 11” que la retuvo durante 74 días, y la Argentina llevaría su exigencia de resarcimiento económico por los daños materiales y morales sufridos por la retención y además con una exigencia de desagravio al pabellón nacional. Ya que un buque de guerra en puerto extranjero se comporta de la misma manera que una embajada; es decir es un pedazo de suelo patrio en el exterior.
En el medio de los preparativos para la instancia arbitral, la corte suprema de Ghana determinó que el juez de primera instancia que nos embargó el barco se había equivocado. Esto simplificó las cosas y finalmente se acaba de cerrar el arbitraje lo que da por finalizado de una buena vez el conflicto y por sobre todo le da a nuestro barco escuela y a todos los bienes del Estado Argentino equivalentes (buques y aeronaves militares) un adecuado barniz de inmunidad frente a embargos de “buitres, halcones o palomas financieras” ya que difícilmente alguien vuelva a invertir tiempo y dinero en propiciar medidas judiciales con finales adversos ya anticipados por los hechos resumidos en esta columna.
MORALEJA. Las guerras, una vez finalizadas, son estudiadas y analizadas durante años, en claustros militares, diplomáticos y políticos. No solo de los países beligerantes sino por el resto del mundo. De allí se suelen extraer conclusiones (según el caso) para hacer la próxima guerra de una manera “mejor” o para aprender del pasado y evitar una guerra futura (mucho mejor por cierto).
La crisis de la “Libertad” será estudiada por varias generaciones de diplomáticos, políticos y militares ya que fue el primer caso de embargo de una nave militar por cuestiones que no tenían que ver con un conflicto bélico. Hubo un antecedente de un rompehielos soviético hace algunos años pero con condimentos muy diferentes. El tema está en la oportunidad que tiene nuestra sociedad y en especial nuestra dirigencia en sacar el adecuado provecho a este rotundo triunfo político y diplomático.
La fragata Libertad no tendrá seguramente una formación de militares ghaneses pidiendo disculpas; rindiendo sus sables en respetuoso saludo ante el paso de la bandera de guerra de la unidad naval. Seguramente tampoco recibiremos un peso de indemnización. Aunque sí el mundo sabrá que fuimos víctimas de un acto ilegal, arbitrario e injusto.
Pero puertas adentro, nos debería servir a gobernantes y gobernados, para redescubrir el valor de las estructuras profesionales de la Nación. Hemos desarrollado en los últimos años una formidable capacidad innovadora intentando dar vuelta como a una media a las estructuras básicas de la Nación. Y tal vez sea bueno asumir que no nacimos como sociedad jurídicamente organizada en 2003. Traemos a cuestas 200 años de aciertos errores y horrores. Pero estos dos siglos nos han permitido también crear instrumentos jurídicos, técnicos y académicos que hacen por ejemplo que tengamos embajadores como la doctora Cerutti. Médicos talentosos que asombran al mundo con sus descubrimientos, arquitectos reconocidos, profesionales en cada campo de la ciencia, del deporte, del arte, etcétera.
Me preocupa cuando veo a tanto improvisado ocupando un cargo para el que no está preparado, cuando se privilegia la afinidad política por sobre el interés de la Nación. Cuando maneja la seguridad quien se formó para curar y cuando veo a nuestra Prefectura Naval custodiando el Parque Chacabuco mientras Gendarmería Nacional recorre la periferia del Puerto de Olivos.
Acabamos de tener un éxito rotundo sobre el que poca gente tomará el adecuado conocimiento, aprendamos de él; tal vez si en lugar de dinamitar el pasado, lo readecuamos al presente, podremos reforzarlo adecuadamente para proyectarnos al futuro.