Desde el momento en que todos vimos las exuberantes curvas y poco cuidadas maneras de la señorita Victoria Xipolitaki dentro de la cabina de mando de un avión de la empresa estatal Austral ya no pudimos dejar de abstraernos de su implacable contundencia.
No fue una cámara oculta, la propia “transgresora” anunciaba una y otra vez que estaba filmando todo. Dicharacheros pilotos sonreían a la cámara segundo a segundo, mientras avanzaban inexorablemente hacia un abismo por el que caerían no solo sus empleos, sino además sus licencias profesionales, sus matrimonios y, según cómo siga la cosa, tal vez hasta su libertad.
La falsa melliza griega (no es ni una cosa ni la otra) nos sorprende cada tanto con su desenfado, o nos indigna cuando usa la bandera como taparrabo. Ahora llegó un paso más lejos y nos aterroriza al verla empuñar el acelerador de una aeronave en el momento crítico del despegue. No vamos a gastar palabras en narrar el hecho, querido amigo lector: todos vimos lo que vimos y todos pensamos que los dos oficiales de la aviación comercial argentina son lo que son…
Acompáñeme, por favor, para otro lado, más para el fondo, más precisamente para el lado del origen de las cosas. Al menos de las cosas malas que nos pasan a diario, aquellas cosas que van marcando nuestro destino como sociedad, un destino que, de concretarse, nos dejará en una situación mucho más peligrosa que la del avión copiloteado por la siliconada “actriz”.
Un maquinista de tren se duerme o se distrae y choca el tren contra los paragolpes del andén o contra otra formación que estaba detenida más adelante. Otro le “presta” la locomotora a su ayudante no habilitado para la conducción con el mismo resultado. Un agente de policía mensajea con el celular desde su puesto de guardia, sin importar lo que pasa a su alrededor. La fragata Libertad pasea turistas (sean o no militantes, nada tenían que hacer arriba del barco). Los custodios de un fiscal de la nación sospechan que a su custodiado le pasó algo luego de más de doce horas de haber perdido contacto con él. Un médico da por muerto a una beba recién nacida, que es descubierta por su abuela, horas después, con vida dentro de la refrigerada morgue. Cromañón ayer y los ya famosos pilotos hoy…
Hechos distintos, icónicos, de muy distinta gravedad, que acontecen en lugares lejanos entre sí y corresponden a áreas muy distintas de la estructura del Estado y que a todas luces no guardan relación entre sí… O tal vez sí la tengan y mucha.
Es muy probable que con sus más y sus menos todos los responsables de esta escueta enumeración de sucesos tengan entre sus máximos responsables a buenas personas. Padres amorosos, buenos esposos y hasta me atrevo a decir profesionales idóneos hasta el momento en que desbarrancaron y se fueron por el camino del quiebre de la ley, de la norma o del reglamento.
El malo más malo, cuando hace el mal, lo hace a sabiendas. Quien nos roba, mutila o mata como parte integrante de su delito sabe perfectamente lo que hace; de allí aquella famosa frase judicial que refiere al conocimiento de la criminalidad del acto cometido.
Pero cuando los comunes mortales comenzamos a hacer cosas malas creyendo que no lo son, o al menos que no lo son del todo, anulamos en nuestro inconsciente toda posibilidad de enmendar nuestra conducta. El piloto, que sonríe ante el celular de blonda pulposa y el maquinista, que permuta su asiento con su ayudante a pesar de que sabe que está siendo filmado, parecen víctimas de una especie de pensamiento mágico que les indica que “está todo bien”. ¿A qué podrá deberse? ¿A alguna extraña bacteria en el aire que todos respiramos o una terriblemente maléfica falta de ejemplos, valores y conducta que nos inunda como una nefasta catarata descendiente desde los más altos escalones del poder?
¿Cómo incidirá en el comportamiento social presente y futuro de nuestra sociedad el cada vez mayor relajamiento en las exigencias tanto educativas como sociales? Eliminemos el cero por estigmatizante, la repetición de grado o año por excluyente y el sistema de premios y castigos por fachista. ¡Vamos todavía! Rebajemos las penas y las sanciones, otorguemos moratorias para cumplir las obligaciones no solo fiscales sino de la vida misma y propinemos indulgencias plenarias a cuanto infractor ande suelto. Fomentemos la exaltación de nuestros sacrosantos derechos, pero no andemos cargoseando a la gente con la enumeración de obligaciones, porque eso no está bien.
Día tras día, somos transversalmente penetrados por irregularidades de todo tipo y color; las palpamos en el aire, las vemos y las oímos y aunque quisiéramos ser sordos, ciegos y mudos, las intuiríamos.
Desde el ilegal uso de la cadena nacional para fines electorales hasta la presunta apropiación de la máquina de hacer billetes; la ley, la norma y la ética parecen ser elásticas, moldeables a gusto del consumidor. Los pilotos de Austral violaron una norma, pero ahora sabemos que la empresa estatal fomenta la dádiva de pasajes a “famosos” para hacer marketing y todo con nuestro dinero, lo que sin dudas es menos peligroso para la vida de los pasajeros, pero igualmente ilegal.
“Recalde no es responsable”, nos dice el siempre esclarecido jefe de gabinete; él no puede estar en esas cosas… Ahora, ¿quién es el que debe estar en ellas? ¿Su segundo que tampoco es del oficio y su tercero? ¿Quién es el funcionario responsable que mantiene un férreo control sobre las cuestiones reglamentarias y mantiene las riendas de la conducción en la empresa? ¿O será que eso no es nacional y popular?
Ayer una fragata militar llena de turistas gratis, otro día un tren mal conducido, hoy un avión en manos inadecuadas. Solo son algunas de las pocas cosas que se saben, dentro de las miles de las que no nos enteramos. Ocurre que muchas veces lo malo no es lo que pasa, sino que se sepa que pasa.
Mire a su alrededor, mire todo lo que pasa en su entorno y no debería pasar. Observe cómo muchas veces cumplir no conlleva premio ni reconocimiento alguno y cómo no cumplir no trae aparejado castigo. Mire una vez más la sonrisa cachonda de esos dos pilotos, mire más allá, más profundo, más lejos. Mire nuestra tragedia nacional y recuerde que la tragedia nació en Grecia mucho antes que Sócrates y obviamente que Victoria Xipolitaki.