Tierra, Aire, Fuego y Agua. Los cuatro elementos clásicos, descriptos en Grecia en épocas de Tales de Mileto, unos 700 años antes del nacimiento de Cristo, han sido objeto de estudio, culto, veneración y hasta temor, por distintas culturas y civilizaciones a lo largo de la historia. Los chinos se permitieron a su turno cambiar el aire, por la madera y el metal y los hinduistas sumaron oportunamente el éter como un quinto elemento a aquel primitivo cuarteto helénico.
Bien adentrados en el siglo XXI, una nueva corriente de pensamiento universal, incubada en ventosas y frías jornadas del extremo sur del mundo y proclamadas urbi et orbi por la cadena nacional del buen humor, ha venido a revolucionar y a renovar los conceptos filosóficos, físicos y químicos de cada uno de estos elementos; tal vez con la secreta ilusión de darle al modelo y al consecuente “ relato del modelo” una proyección que asegure su continuidad hasta bien entrado el siglo XXX ó XXXI.
Es así que la tierra, en esta nueva filosofía de vida, puede ser un bien susceptible de ser apropiado, usurpado u ocupado según el libre albedrío de grupos vulnerables o no tanto pero con el suficiente poder de organización para hacerlo ante la impávida mirada de autoridades policiales y judiciales. En una concepción más perversa puede servir para que mezquinos productores agropecuarios puedan sembrarla y cosecharla y pretender luego obtener un lucro por la venta de lo producido resistiéndose entregar la mayor parte de su utilidad al socio bobo (el Estado Nacional). Un no menos interesante uso de este elemento básico puede ser el de servir para acumular lujosos metros cuadrados de construcciones que aseguren a abnegados gobernantes pasar los años finales de sus vidas en condiciones dignas (y por qué no también sus hijos, nietos y bisnietos).
El aire en tanto, es el elemento básico a través del cual contrabandistas y narcotraficantes se desplazan con seguridad, con la absoluta certeza que nadie podrá detenerlos, interrogarlos acerca de su procedencia; sobre a dónde van y mucho menos preguntarles qué transportan. El fuego por su parte cumple la fundamental misión de poner una barrera infranqueable para cualquier ser humano que quiera circular libremente y se tropiece de repente una protesta social, marcha política o entrevero gremial.
Ahora el agua… El agua: excepto cuando inunda calles y anega barrios, no parece ser un elemento al que el todo poderoso “modelo” le preste demasiada atención. En sus presentaciones “dulce o salada”, “cristalina o turbia”, de río o de mar, nada de lo que en ella ocurra merece la debida atención oficial. Tanto en las profundidades como en la superficie.
Una vez más y por octavo año consecutivo, Rosario se convirtió durante un día en la meca de la actividad marítima y fluvial del país. Empresarios navieros y portuarios, sindicalistas del sector; autoridades marítimas y navales, como así también dirigentes políticos nacionales y provinciales, se abocaron durante una extensa jornada a debatir temas relacionados con una importantísima actividad económica, que si fuera manejada con inteligencia generaría millones de dólares a nuestra balanza comercial, yendo a parar buena parte de ellos a las arcas fiscales.
Las fuertes coincidencias puestas de manifiesto entre los sectores gremiales y empresarios de la actividad, tienen una razón de ser. La absoluta falta de atención que desde hace 11 años ha sido el denominador común de los funcionarios que han ocupado cargos de responsabilidad en la materia.
Eso sí; parecería ser que en este tema el gobierno se hubiera anticipado al postulado del Papa Francisco en eso de “hagan lío”. En materia de transporte marítimo y fluvial vaya si lo han hecho; tenemos severos problemas en nuestras relaciones con Uruguay y Paraguay; parecemos más preocupados en ver como estropeamos la actividad de nuestros vecinos, que en tratar de ser mejores y más competitivos y hacer de esta forma que la actividad bajo pabellón nacional se torne rentable y que sean nuestros servicios los más eficientes de la región. Problemas de dragado en diversos puntos estratégicos de nuestras vías fluviales y marítimas, son un verdadero cuello de botella que parece no tener solución; los sobrecostos impositivos hacen inviable la ecuación económica para la mayor parte de los operadores marítimos, falta de legislación en la materia; un proyecto para regular la actividad que espanta a propios y extraños y un discurso oficial que se encuentra a años luz de la realidad, son entre otros muchos los factores que en breve terminarán destruyendo por completo todo vestigio de una “Argentina Marítima” condenando al país a una dependencia absoluta de terceros países en materia de comercio exterior.
Mientras los pocos funcionarios que ostentan el extraño privilegio de poder hacer uso del micrófono, una y otra vez remiten el origen de las desgracias actuales a la “nefasta” de la década del 90, atónitos oyentes de declaraciones varias se preguntan qué se ha hecho en la materia en los últimos 11 años. Invariablemente la respuesta es: nada.
Sin lugar a dudas, todo lo relacionado con la actividad marítima y de la industria naval es complejo. Muchas veces los intereses de los operadores marítimos colisionan con las pretensiones de quienes aspiran a construir barcos para esos operadores. El panorama gremial resulta tan intricado y disperso que incluso hay casi más gremios marítimos que empresas navieras y en algunas oportunidades el frente gremial se encuentra tan enfrentado, que resulta imposible llegar al menor consenso en cuestiones elementales. Como hemos dicho la legislación en la materia no transita un mejor camino ya que se intenta suplir carencia de normativa, con un adefesio de ley.
Sería injusto culpar del desastre nacional en la materia a una sola gestión de gobierno, ni tampoco hacerlo a las dos últimas a cargo ambas del FPV, pero la sistemática obstinación oficial de aislarse y negarse a escuchar las respetuosas voces de dirigentes gremiales y empresarios que advierten sobre los errores que se siguen cometiendo en el manejo de industrias de capital intensivo como las que estamos refiriendo, resultan incomprensibles por provenir de una gestión que ya no sabe qué más hacer para doblegar el desbalance comercial del país. En el corto plazo resulta utópico pensar en una poderosa marina mercante de ultramar por razones que exceden largamente el propósito de esta columna, pero si resultaría sensato abocarse en un primer paso a afianzar un cabotaje regional y a una industria naval pequeña pero viable que sirvan de trampolín para un salto posterior a otra escala.
Por ahora, sólo parecemos empeñados en “fastidiar” a nuestros vecinos y acusarlos de cometer el imperdonable delito de aprovecharse de la impericia y soberbia de nuestros gobernantes y hacer por su propia cuenta y bajo sus reglas, aquello que nosotros no parecemos en condiciones de realizar. Y lo que es peor día tras día, el modelo nacional y popular se esmera para tentar a empresarios y trabajadores a tentar suerte más allá de nuestras fronteras, y hay que reconocer que en eso, están teniendo un rotundo éxito. Y aunque Manuel Belgrano siga siendo el prócer favorito de nuestra Presidente, sus funcionarios parecen empeñados en hacer exactamente lo contrario a lo que hace ya más de 200 años nos enseñó.