“Una Nación que deja hacer por otra una navegación que puede realizar por sí misma, compromete su futuro y el bienestar de su pueblo”. La frase precedente, fue escrita por el Secretario del Real Consulado de Buenos Aires, el Dr. Manuel Belgrano. La misma representa el fundamento ideológico que el prócer favorito de la Presidente usó como base para inaugurar -un 25 de noviembre de 1799- la Escuela de ciencias matemáticas y náuticas. Con razón sostenía Don Manuel que era necesario dotar a estas tierras de pilotos y marinos para tripular naves que afiancen el transporte del comercio exterior de la región. La escuela de náutica por el creada habría un futuro promisorio destinado a “jóvenes animosos y capaces que quisieran aprender una profesión honrosa y lucrativa”.
La historia de la patria, rica en grandezas y miserias de gobernantes y gobernados, asestaría varios golpes certeros a este emprendimiento ideado por Belgrano; su escuela y el consecuente desarrollo de una marina mercante de bandera nacional que sirva de sostén logístico al comercio exterior sufriría distintas clausuras y reaperturas; produciéndose recién en 1895 la reapertura definitiva de la misma. En nuestros días se la conoce como Escuela Nacional de Náutica “Manuel Belgrano” y su decadencia guarda estrecha relación con la situación de la Marina Mercante Nacional y porque no de la patria misma…
Seguramente habrá reparado, querido amigo lector, en una columna publicada en este portal hace pocos días atrás, en la que el ex vicecanciller Roberto García Moritán aludía a la necesidad que tiene nuestro país de contar con una política naviera.
Al margen de lo acertado o no de la nota, resulta gratificante ver que una personalidad de la talla de García Moritan se ocupe de un tema sobre el que la clase política en general demuestra un desconocimiento supino; solo abren asombrados los ojos cuando algún especialista en la materia les cuenta que entre lo que pagamos por fletes de importación y dejamos de cobrar por fletes de exportación, las flacas arcas del BCRA tienen al año unos cinco mil millones de dólares menos.
Si bien supimos tener una flota mercante de cierta importancia a nivel regional, la misma se componía en gran parte de flotas estatales (ELMA e YPF) y de un interesante elenco de empresas navieras privadas de bandera argentina que aseguraban la presencia del pabellón argentino en casi todos los puertos del mundo. La desregulación y privatización de los 90, el cambio de paradigma en materia de transporte internacional por agua, la desaparición de las líneas regulares de transporte marítimo, de las conferencias de fletes y algunas otras cuestiones hicieron que de aquella marina mercante solo queden imágenes en la mente de la gente de mar y en algunas maquetas navales distribuidas en diferentes despachos oficiales cuando finalmente cayó el telón.
Las privatizaciones de Menem y Cavallo tuvieron un capítulo especial para esta actividad. Mientras que las empresas de Electricidad, Agua, Gas, Teléfonos y otras fueron vendidas pero siguieron funcionando, las empresas navieras estatales fueron desguazadas; las naves, vendidas; el personal, despedido y sus edificios poco menos que demolidos o transformados en otra cosa.
Luego llegó la refundación de la patria. El modelo y el relato y con ellos la promesa de nuevos vientos de cola para la marina mercante nacional -y si hay algo en lo que el viento de cola es útil es precisamente en la navegación.
Una de las primeras cosas que hizo el ex presidente Kirchner fue firmar un acuerdo con Hugo Chávez para construir cuatro buques petroleros. Esto marcaría un renovado impulso para la industria naval nacional. Por ahora, y a 12 años de aquel solemne momento, no hemos terminado ni el primero y como es de suponer, difícilmente se lleguen a hacer los otros tres. Asimismo, la promulgación del decreto 1010/04 prometía la panacea naval, haciendo que mágicamente las popas de los buques vuelvan a ver flamear la bandera de la patria con todo lo que ello implicaba.
El mundo, la realidad o las cuentas (como usted prefiera) demostraron que hacía falta algo más que un emotivo acto en el salón blanco (todavía lo usaban por aquellos días) para que aquel pedazo de papel cumpliera su cometido. No podemos negar una tibia (muy tibia) recuperación de la actividad, pero nos sobran los dedos de las manos para contabilizar las naves de nuestra marina mercante (no cuento los botes a remo de los lagos de Palermo ni las lanchas del Tigre; cosa que sí parecen hacer algunos informes oficiales.
Para no seguir abrumándolo con historia antigua, amigo lector, déjeme simplemente contarle que hoy 25 de noviembre se “celebra” en todo el país el día de la marina mercante argentina. El festejo esta empañado por la muerte de un joven oficial de la marina mercante ocurrida a bordo de un buque surto en el taller naval del ministerio de Defensa (TANDANOR) y sobre la que curiosamente las autoridades no han informado nada aún.
Ha visto, querido amigo lector, hoy volví a las fuentes. A los barcos, a contarle algo de una actividad que, además de ser un importante negocio, es un factor fundamental de la geopolítica y la estrategia nacional. Uno de los brazos del poder naval de la Nación. No hay fuerza naval militar que pueda operar en tiempo de guerra si no tiene el sostén logístico de una flota mercante que transporte los víveres, los tanques, el combustible y hasta el personal militar. Malvinas lo demostró: la marina mercante aportó 30 buques, 700 hombres y mujeres con 16 muertos en combate.
215 años después, funcionarios de civil y de uniforme formarán hoy frente a la tumba del general Manuel Belgrano para decir como cada año con voz firme y cara de circunstancia “¡Aquí estamos!”. Don Manuel, seguramente viendo lo poco que hacen para cumplir su sueños, desde el más allá les preguntará: “¿Y para qué vinieron?
Feliz día a todos los hombres y mujeres que día a día intentan seguir construyendo la patria en cada rincón de nuestro mar y nuestros ríos.