Como tantas otras veces, la catástrofe del avión de Malaysia Airlines se adueñó de las primeras planas de diarios y revistas, del aire de nuestras radios y de cientos de minutos de éter televisivo; fueron protagonizados por expertos marinos, pilotos civiles, de las fuerzas de seguridad y hasta oportunos vendedores de simuladores navales para intentar explicar al público espectador cómo se busca un avión siniestrado en la inmensidad del mar.
Tal como ha ocurrido en las últimas situaciones que han tenido al mar como protagonista -desde el último tsunami hasta la tragedia del Costa Concordia, pasando por el embargo de la Fragata Libertad-, el periodismo se lanza sobre distintos actores principales o secundarios de la actividad naval vernácula, para intentar llevar a sus lectores, televidentes u oyentes, precisiones lo más aproximadas a la realidad de cada momento. Descubren al mismo tiempo que, en algunos casos, la primera dificultad es qué preguntarle a quien se ha prestado al requerimiento periodístico ya que la cuestión marina es infinitamente más desconocida que cualquier actividad terrestre o incluso aérea.
En esta oportunidad , una vez que tomaron vida las versiones sobre el descubrimiento de posibles restos náufragos en el poco apacible océano Indico, comenzó un largo raid de interrogatorios mediáticos del tipo: ¿cómo se busca un avión en alta mar?, ¿qué es un caso “SAR”? ( siglas de la versión inglesa de la frase, “Salvamento y Rescate”), ¿puede un buque mercante ser apto para un rescate de este tipo? E incluso alguna risueña cuestión sobre si habría algún problema en enviar un buzo a 4000 mts de profundidad…..
Y cada uno de los entrevistados, invariablemente trata de hacer comprender con mayor o menor habilidad didáctica, las elementales pero desconocidas realidades de la actividad marítima y naval, los límites a la tarea, los protocolos que rigen la asistencia en alta mar y hasta con infinita paciencia lo que le pasaría a un ser humano si llegara a sumergirse en la profundidad marina más allá de algunas decenas de metros.
Hoy – con mucho sentido común- un camarada me hizo reflexionar sobre la única pregunta que ningún periodista realizó. Me atrevo a acotar; la única pregunta que afortunadamente ningún periodista realizó y que no obstante es más que obvia: ¿qué hubiera pasado si la infortunada aeronave hubiera caído en el océano Atlántico Sudoccidental; porción de mar bajo control y responsabilidad de nuestro país a la hora de organizar y poner en práctica un protocolo de Salvamento y Rescate conforme a lo dispuesto por el organismo pertinente de las Naciones Unidas a partir de 1979?
La respuesta (o parte de ella al menos) nos debería llenar de orgullo como argentinos. Cientos de hombres y mujeres de nuestras Armada, Prefectura Naval y Marina Mercante, estarían dispuestos a poner todo su talento y profesionalismo para cumplir cada uno desde su rol específico con la sublime misión de proceder en salvaguarda de la vida humana en el mar. La segunda parte de la respuesta prefiero decirla en voz bajita para que el mundo no se entere. Todos esos brillantes profesionales tropezarían desde el primer instante contra la cada vez más alarmante falta de medios técnicos para cumplir con su labor. Buques no aprestados para una rápida zarpada, elementos de localización obsoletos o inoperables, aviones vetustos y faltos de mantenimiento, lanchas rápidas de patrulla que hace años se prometen y que no han pasado del tablero de dibujo de quien las diseñó, una marina mercante destruida que ya no cuenta con buques de pabellón propio a los que echar mano sin necesidad de mendigarlos a alguna autoridad consular extranjera, y toda la larga lista de impedimentos que prefiero no agregar para que luego no se diga que lo mío es pura oposición.
Pero la intención de esta reflexión, es en parte responder a algunos amigos lectores o amigos personales, que muchas veces me preguntan para qué quiere nuestro país tener por ejemplo una Armada moderna, bien equipada, con gente entrenada y buques que funcionen de verdad. Una de las respuestas se obtiene simplemente mirando un mapamundi e indagando un poco sobre cuál es la responsabilidad de nuestro país sobre unos cuantos millones de metros cuadrados de océano en los que el mundo confía que, de ocurrir algún percance, allí estaremos. ¿Estaremos?
El orgullo profesional de más de un camarada se va a sentir herido al leer esta afirmación, precisamente porque es ese orgullo el que suple con creces las elementales carencias de la Patria en la materia, siempre postergadas por otras no más importantes pero tal vez más urgentes cuestiones terrestres (que no son lo mismo que las urgencias terrenales de algunos dirigentes).
La reflexión viene a coincidir con días especialmente dolorosos para la Patria; la mayoría de nuestra juventud aún no ha iniciado las clases, tal vez muchos de esos jóvenes al deambular sin horarios que cumplir por las calles, sean presa fácil del flagelo de la droga la que al parecer se ha adueñado de las principales ciudades del país; o pueden también transformarse en víctimas o instrumentos de la creciente ola delictiva que no respeta ni edad, ni sexo ni condición social.
Podría ocurrir también que queden atrapados en los cientos de conflictos sociales que conforman ya nuestro paisaje cotidiano y hasta tal vez de la simple furia ciudadana que día tras día nos hace más difícil la simple convivencia vecinal.
Uno debería pensar que nuestras máximas autoridades están al tanto de estas cuestiones, y que con un criterio propio de los grandes estadistas, se deban abocar a los conflictos docentes y sociales antes que a la problemática naval; el cálculo probabilístico indica que hay más posibilidades que ante una lluvia se nos inunde un barrio carenciado a que un avión caiga en nuestro mar.
Pero cuando uno ve que por cadena nacional se nos arenga con orgullo sobre nuestra condición de inventores mundiales del alfajor de tres capas, y se nos exhorta a comer con avidez las galletitas que nos regala en cada vuelo la aerolínea estatal económicamente más perdedora del mundo; necesariamente hay que preguntarse no sólo acerca de “en qué estamos” sino además acerca de “hacia dónde vamos” y como por estos días los discursos oficiales vienen expresados un poco en castellano, un poco en inglés berreta y otro poco en lunfardo, al sólo efecto de que la ciudadanía toda los entienda mejor, sería bueno reflexionar sobre el eje de la temática presidencial de la última cadena nacional. Digamos al respecto que “Fantoche” viene a ser sinónimo de “persona muy presumida”. Pero también de “persona ridícula”. Qué quiere que le diga, amigo lector. De seguir en este camino va a llegar el día en que el que el emblema nacional que mejor nos represente, en lugar del escudo será un simple alfajor.