“Me pregunto quién te baja línea para escribir tus columnas”… La pregunta, disparada de improviso por un camarada naval, daba lugar para muchas respuestas las que – siendo sintético en extremo podría responder: simplemente el sentido común.
El cotidiano roce con la realidad, hace cada vez más difícil de encontrar a este preciado don que parece estar ausente en buena parte de la dirigencia argentina. Fiscales que repudian a su herramienta de trabajo -el Código Penal-, sindicalistas que pregonan que si tiene que morir gente que muera nomás y guerras bizantinas desatadas contra estatuas de mármol que yacen en el piso a la espera que se les asigne destino, son ejemplos más que suficientes para que se entienda a qué me refiero.
Y, como esa realidad en su vorágine ultrasónica no nos da tregua, focalizamos un día la atención en la escalada del dólar, otro en meditar sobre los linchamientos populares a delincuentes de poca monta, otro más a la “lucha” de un señor convertido en señora que intentará adoptar como madre a un hijo que él mismo engendró como padre… y así sigue la rueda.
La hora marca la instalación en el colectivo social de un tema que tal vez la mayoría de nosotros consideró sepultado hace más de dos décadas. Me refiero al regreso del Servicio Militar Obligatorio. Esta “original” iniciativa no ha partido de viejos generales del Proceso o de la más rancia derecha reaccionaria; tampoco de los claustros de alguna universidad privada. Dirigentes políticos afines en mayor o menor medida al “modelo” menean esta idea periódicamente como la panacea para la solución de buena parte de los problemas sociales juveniles.
Resulta curioso ver que, así como una diputada del Frente para la Victoria (FPV) quiere quitarle el nombre de “Panamericana” a una autopista que hace años ya no se llama así (al margen que todos la conozcamos por su antiguo nombre), hoy un grupo de dirigentes del mismo signo político quieran promulgar una norma que retorne a la obligación de correr, limpiar y barrer luciendo un uniforme de combate, tal vez desconociendo que lo que quieren reponer en realidad no está derogado; siendo una facultad presidencial convocar al servicio militar obligatorio a los ciudadanos en determinadas circunstancias; las que por cierto nada tienen que ver con las intenciones de los “militaristas K”.
Los vientos cambiantes que cada vez afectan con mayor facilidad las sólidas estructuras doctrinarias del modelo nacional y popular, parecen determinar que, así como hay desapariciones condenables y otras perdonables (según quién hubiera sido el autor de las mismas), y así como el maléfico FMI ahora no lo es tanto, las estructuras militares, ayer no más responsables de todos los males pasados presentes y futuros, ahora podrían ser aptas para “formatear” a los miles de jóvenes que deambulan a la deriva por la vida sin horizonte ni rumbo; sin la menor idea de lo que significa la responsabilidad, el deber o la obligación, ya que en los últimos diez años sólo se les instruyó acerca de sus derechos.
Resulta gratificante al menos ver que, aun mostrando severos contrapuntos entre ellos mismos, los mariscales del modelo están día tras día intentando dar a nuestras Fuerzas Armadas, misiones y responsabilidades. Menos gratificante es por cierto ver que –al parecer– nadie piensa en darles aquellas específicas para las que fueron creadas. Obviamente, la defensa nacional.
El solo planteo de reponer un servicio militar obligatorio masivo para todos y todas, implica un total desconocimiento de la situación actual de las estructuras militares de la Nación. No habría ni posibilidad de alojarlos, de darles de comer, de proveerles uniformes, mucho menos armamento y de conjugar la rigidez de la disciplina castrense con el manual de derechos, derechos y más derechos, que tornarían imposible hacer levantar a un “ni-ni” convertido en soldado al toque de diana, sin que el pobre cabo que tocó el clarinete sea procesado por violación a los derechos humanos de los pobres soldaditos.
Ironías y exageraciones al margen, es muy cierto que el mundo está abandonando rápidamente las conscripciones obligatorias de soldados. Ya que los ejércitos son cada vez más altamente profesionales priorizándose la calidad de la tropa por sobre la cantidad de miembros de la misma; por otra parte, si mantenemos las doctrinas de “no hipótesis de conflicto” y de “no intervención en asuntos de seguridad interior”, me quieren decir que haríamos con la soldadesca?
Para tranquilidad de mamás y papás; la posibilidad de que la iniciativa prospere es aproximadamente del 0%, pero el solo planteo de la misma por los mariscales antes señalados es motivo más que suficiente para ponernos nerviosos.
No vamos a entrar en un análisis pormenorizado de la tremenda deuda social que han dejado estos años de desorden en el manejo de los recursos públicos destinados a la contención social de grupos vulnerables en general y de la juventud en particular. Alcohol, droga, falta de oportunidades laborales, crisis educativa sin precedentes y varios condimentos más no han de encontrar su antídoto en la áspera voz de mando de un sargento de artillería, ordenando “alrededor mío carrera marrrr”. Además, y como dijimos en la columna anterior, si vamos a sacar a los chicos de las villas para uniformarlos y mandarlos a pintar las mismas villas, ahorrémonos un paso y pongamos manos a la obra sin necesidad de militarizarlos.
La iniciativa largada como globo de ensayo por un grupo menor de dirigentes; pero con el seguro consentimiento de muchos más que no lo hacen en público, desnuda la carencia total de planes para nuestra juventud (tampoco los hay para la niñez, para la adultez y para la vejez pero eso es otro tema)
Apelando una vez más a la analogía marina, en este tema también la nave parece estar a la deriva y en el puente de mando todos arriesgan una solución que se estrella y destroza inevitablemente con la cruda realidad. De no hacer algo inteligente, racional y efectivo en forma más o menos urgente, los pibes para la liberación no servirán ni siquiera para rellenar los coloridos actos oficiales cantando y aplaudiendo según les indica el coreógrafo presidencial