El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas es el órgano más importante del sistema internacional. Excepto la guerra de Vietnam, ninguna crisis susceptible de poner en peligro la paz ha sido soslayada de su agenda, ya sea en su prevención, origen, desarrollo o arreglo sustentable. El Consejo siempre ha tenido que ver en alguna de dichas etapas.
Por ello, los países con mayor vocación internacional, procuran integrarlo con la máxima frecuencia posible. Este es el caso de Argentina que fue electa nueve veces y siempre por amplias mayorías, en razón del realismo de sus iniciativas y de la eficacia de su diplomacia. En efecto, desde sus aporte a la solución de la crisis de Berlín - al comienzo de la guerra fría – a las cuestiones relacionadas al desarme nuclear y convencional, a la paz en Medio Oriente, pasando por la guerra entre India y Paquistán, la cuestión de Namibia, Haití, la guerra del Golfo, los Balcanes, el terrorismo, Chipre, Irak y la crisis humanitaria en Kosovo, Argentina accionó siempre como actor internacional responsable y necesario.
Es que la diplomacia argentina nunca fue entrenada para “bailar el minué de la alfombra roja”, para comprar ideologismos paralizantes o para aparecer solo con lo “justo”. Operó con sacrificio y éxito en los escenarios más complejos, coordinando siempre sus acciones con los actores más afectados y con los países relevantes dentro y fuera del Consejo de Seguridad. Esto, porque en el escenario multilateral, es mejor actuar “de más”, en las buenas causas, que mantenerse al margen y hacer apenas lo “correcto”.
El Consejo es, por su misma naturaleza, un órgano para la acción, para las propuestas concretas y no necesariamente orientado a la retórica, por valiosa y articulada que esta pueda resultar. Esa visión estrictamente de servicio es lo que, tempranamente, aprendieron los funcionarios argentinos de las actitudes de Hipólito Irigoyen en la Liga de las Naciones, en 1918, de la Paz del Chaco con Carlos Saavedra Lamas y de la generosidad respecto de los perseguidos por el nazismo, de los refugiados de la guerra civil española, del golpe de Augusto Pinochet en Chile o los disidentes de la dictadura cubana, para citar solo algunos ejemplos.
De allí que en cierto modo sorprende que, habiendo transcurrido un año del actual mandato argentino en el Consejo de Seguridad, no se haya conocido, o discutido –en el Congreso o en los medios académicos- alguna iniciativa de nuestro país en dicho órgano. Tampoco ha sido el caso de la “Cooperación de la UN con los organismos regionales y subregionales en el mantenimiento de la paz y la seguridad….” presentado por la señora presidente Cristina Fernández de Kirchner el 6 de agosto pasado en el ejercicio de la presidencia (S/PV.7015). Tal vez habría ahora que concentrarse en los casos de Irán y Siria que son típicos asuntos de extrema gravedad y sensibilidad en los que Argentina puede realizar una contribución sólida, acorde con su tradición histórica.
Al respecto parece necesario evitar dos actitudes. Por un lado, una suerte de sentimiento aislacionista falsamente “protector” y por otro, el temor a un eventual fracaso. Desafiando esas circunstancias Brasil, durante su reciente pasó por el Consejo, se alió a Turquía para participar en las negociaciones sobre el desarrollo nuclear de Irán que llevaban adelante el Secretario General Ban ki Moon y los miembros permanentes del Consejo. Al margen de su resultado, dicha actitud fue acertada. Si en algo se la podría objetar es por no haber invitado también a países emergentes como Argentina, Sudáfrica y Ucrania que, dominando la tecnología para fabricar artefactos nucleares, decidieron autorestringirse, aunque sin limitar su desarrollo nuclear pacífico. Ese era ejemplo que habría que haber ofrecido a Irán. Brasil buscó individualmente un “salto hacia la calidad”, asociándose con Turquía y ganar así mayor presencia internacional. Su actual asociación con Alemania para combatir el espionaje global es otro ejemplo de “salto hacia la calidad”, en una causa que suscita amplio consenso y que Argentina también apoya.
Argentina habría actuado igual que Brasil aunque, seguramente, hubiera incorporado a la iniciativa a otros países con preocupaciones similares para consolidar, conjuntamente, las alianzas más calificadas adentro y afuera de la región.
Por ello es que Argentina no debería descuidar los espacios que el sistema internacional ofrece y que han sido los ámbitos naturales de su accionar político y diplomático por mucho tiempo. Dicha actitud le restaría interlocución con los grandes actores que son, en definitiva, aquellos mejor munidos para ayudar a superar los propios problemas. Obtener diálogo fluido con esos actores constituye el objetivo principal de una diplomacia motivada a servir los intereses de su país. Con ese propósito, el Consejo de Seguridad ofrece un instrumento insustituible mediante los aportes prácticos que se realicen para la solución de las grandes crisis.
Pero, sin perjuicio de lo anterior, hay un importante motivo adicional a tener en cuenta. Chile acaba de incorporarse al Consejo y compartirá la representación de América Latina con Argentina. Su actual Canciller es una personalidad con amplia experiencia dentro del “sistema” y razonablemente buscará aumentar el prestigio chileno en el orden multilateral. Ello no debería suceder a expensas de la Argentina. Hay que reforzar los lazos de cooperación que seguramente existen con iniciativas sobre los temas en los que Argentina tiene más peso, como los relativos a la seguridad, a las cuestiones humanitarias y a las Operaciones de Mantenimiento de Paz en las nuevas áreas críticas donde la presencia argentina haga una diferencia.
Poco antes de la desafortunada invasión a Irak, en el año 2002/2003, Argentina, Canadá, Chile, Francia, México y Suecia participaron colectivamente de un último y agotador esfuerzo destinado a evitar el uso de la fuerza sin autorización del Consejo de Seguridad. Entonces, lo que contaba, era comprometerse activamente en los hechos para lograr un orden internacional más pacífico, antes que ponerse al costado por temor a los resultados. El aporte argentino a esas discusiones fue central en razón de su presencia técnica y diplomática en los organismos verificadores que actuaban dentro de Irak. Ese sigue y seguirá siendo, el rol de la diplomacia argentina
Tal vez este episodio pueda también servir de inspiración para el largo año de trabajo que le espera a la Argentina en el órgano principal de las Naciones Unidas.