Crimea, Malvinas y nosotros

La crisis de Ucrania sugiere algunas reflexiones útiles para la  política exterior. La primera es que, pocas veces como en este  dramático asunto, fueron invocados tantos principios originados en América Latina o que tuvieron en la región un apoyo firme y consecuente. Así, los distintos actores en el conflicto se refirieron muchas veces al no uso de la fuerza, a la no intervención, a la integridad territorial, a la solución diplomática de las disputas,  a las sanciones económicas y a la autodeterminación de los pueblos.

Los latinoamericanos y en particular los argentinos, deberíamos sentirnos orgullosos del aporte hecho a la política y al derecho internacional ya que todos estos principios fueron adoptados por la Carta de la OEA y la Carta de las Naciones Unidas. Hoy tienen peso constitucional y ordenan la relación entre los países.

La segunda reflexión  es que una crisis tan grave nos recuerda que, además de los principios,  los valores y el comercio, nunca  se debe  soslayar la  definición que cada país hace respecto de sus intereses estratégicos. Esos intereses siempre priman sobre los demás y son básicamente dos: la propia seguridad,  que conlleva también la identidad, y  la percepción acerca de su territorialidad, concepto que también implica rechazo al “encerramiento”.

Pero la “anexión” de Crimea por parte de Rusia parece  injustificable incluso a la luz de dichos intereses superiores. En el siglo XXI y en plena interdependencia, globalización y ausencia de “bloques”, siempre hay que agotar las medidas que puedan llevar a soluciones que, ajustadas al derecho internacional, conjuguen las legítimas preocupaciones de todos los interesados  evitando el conflicto. Por otro lado, la “anexión” en perjuicio de Ucrania  crea  un foco de dificultades e inseguridad en la frontera con Rusia que es, justamente, lo que quiso evitar  desde un primer momento. La resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptada  en respaldo de Ucrania oficializa esas dificultades.

La tercera reflexión tiene que ver con el hecho que Argentina es miembro del Consejo de Seguridad y también del G20. Ha sido y es, aun hoy,  un  importante actor global  y ha sostenido históricamente la solución pacífica y negociada de los conflictos, en particular los de naturaleza territorial por ser los más sensibles y riesgosos. Es decir, este conflicto no le resulta indiferente, sobre todo, por los valores involucrados,  por la amistad que la une a los principales actores y por los factores estratégicos en juego. De allí que esta crisis debería ser analizada por su sustancia y no por otras consideraciones que le son ajenas. Habría entonces que evaluar si conviene a la gobernanza global que Argentina y un sector de América Latina convaliden, con sus actitudes, la anexión  de parte de Ucrania por Rusia y las consecuencias que esto pueda tener mediano plazo.

La cuarta reflexión apunta a los escépticos del multilateralismo y de la utilidad  de las Naciones Unidas. Esta crisis, por su contenido estratégico, demostró la necesidad de una organización global y democrática, como único instrumento para  acercar posiciones e identificar tendencias entre los países y otros actores del sistema internacional. Demostró una vez más que, para democratizar el Consejo de Seguridad, no hay que incorporar nuevos miembros permanentes, sino reducir los privilegios de los actuales ya que, dichos privilegios y en especial el veto, sirven  la mayor parte de las veces a sus propios intereses. Por ello es que oportunamente Kofi Annan, la Argentina, Sudáfrica y otros muchos países presentaron  iniciativas para democratizar genuinamente al Consejo de Seguridad. Recientemente, Laurent Fabius,  Canciller de Francia, que es uno de los cinco Miembros Permanentes,  ofreció una propuesta que se orienta en  esa misma dirección.

Finalmente, una última reflexión, es que no conviene a nuestros objetivos  suponer – o consentir que se trace – una relación entre la disputa sobre las Islas Malvinas y la crisis de Crimea. A diferencia de la situación en Crimea, cuya reversión parece hoy improbable, Malvinas fue  definido como un caso “especial” y “particular”  por las Naciones Unidas, la OEA y el Movimiento de Países No Alineados. Así fue determinado porque la  disputa Argentino/Británica tiene un régimen legal y de procedimiento para su solución establecido por las Naciones Unidas y por la OEA; porque  es de interés hemisférico permanente (OEA); porque se han ofrecido y discutido fórmulas viables de arreglo para el problema de fondo y sobre todo, porque las dos partes, Argentina y el Reino Unido, son amigos de larga data con coincidencias en aspectos globales y cooperación en temas estratégicos que, utilizadas con diplomacia y tacto, deberían ayudar a diseñar un punto de encuentro para  resolver la disputa y no lo contrario.

Es posible que la crisis desatada entre Ucrania y Rusia esté sólo en sus comienzos y trascienda al actual gobierno. Argentina tendrá entonces  nuevas oportunidades de examinar el fondo del problema a la luz de sus antecedentes en las Naciones Unidas, la defensa de sus intereses y la amistad con todos los  actores.

Qué puede hacer Argentina en el Consejo de Seguridad

El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas es el órgano más importante del sistema internacional.  Excepto la guerra de Vietnam, ninguna crisis susceptible de poner en peligro la paz ha sido soslayada  de su agenda, ya sea en su prevención, origen, desarrollo o arreglo sustentable. El Consejo siempre ha tenido que ver en alguna de dichas etapas.

Por ello, los países con mayor vocación  internacional, procuran integrarlo con la máxima frecuencia posible. Este es el caso de Argentina que fue electa nueve veces y siempre por amplias mayorías,  en razón del realismo de sus iniciativas y de la eficacia de su diplomacia. En efecto, desde sus aporte a la solución de la crisis de Berlín - al comienzo de la guerra fría – a las cuestiones relacionadas al desarme nuclear y convencional, a la paz en Medio Oriente, pasando por  la guerra entre India y Paquistán, la cuestión de Namibia, Haití, la guerra del Golfo, los Balcanes, el terrorismo, Chipre, Irak y la crisis humanitaria en Kosovo, Argentina accionó siempre como actor internacional responsable y necesario.

Es que la diplomacia argentina nunca fue entrenada para “bailar el minué de la alfombra roja”, para comprar ideologismos paralizantes o para aparecer solo con lo “justo”. Operó con sacrificio y éxito en los escenarios más complejos, coordinando  siempre sus acciones con los actores más afectados  y con los países  relevantes dentro y fuera del Consejo de Seguridad. Esto, porque en el escenario multilateral, es mejor actuar “de más”, en las buenas causas, que mantenerse al margen y hacer apenas lo “correcto”.

El Consejo es, por su misma naturaleza, un órgano para la acción, para las propuestas concretas y no necesariamente orientado a la retórica, por valiosa y articulada que esta pueda resultar. Esa visión estrictamente de servicio es lo que, tempranamente, aprendieron los funcionarios argentinos de las actitudes de Hipólito Irigoyen en la Liga de las Naciones, en 1918, de la Paz del Chaco con Carlos Saavedra Lamas y de la generosidad respecto de  los  perseguidos por el nazismo,  de los refugiados de la guerra civil española, del golpe de Augusto Pinochet en Chile o los disidentes de la dictadura cubana, para citar solo algunos ejemplos.

De allí que en cierto modo sorprende que, habiendo transcurrido un año del actual mandato argentino en el Consejo de Seguridad, no se haya conocido, o discutido –en el Congreso o en los medios académicos- alguna iniciativa de nuestro país en dicho órgano. Tampoco ha sido el caso de la “Cooperación de la UN con los organismos regionales y subregionales en el mantenimiento de la paz y la seguridad….” presentado por la señora presidente Cristina Fernández de Kirchner el 6 de agosto pasado en el ejercicio de la presidencia (S/PV.7015). Tal vez habría ahora que concentrarse en los casos de Irán y Siria  que son típicos asuntos de extrema gravedad y sensibilidad en los que Argentina  puede realizar una contribución sólida,  acorde con su tradición histórica.

Al respecto parece necesario evitar dos actitudes. Por un lado, una suerte de sentimiento aislacionista falsamente “protector” y por otro, el temor a un eventual fracaso. Desafiando esas circunstancias Brasil, durante su reciente pasó por el Consejo, se alió a Turquía para participar en las negociaciones sobre el desarrollo nuclear de Irán que llevaban adelante el Secretario General Ban ki Moon y los miembros permanentes del Consejo. Al margen de su resultado, dicha actitud fue acertada. Si en algo se  la podría objetar es por no haber invitado también a países emergentes como Argentina, Sudáfrica y Ucrania que, dominando la tecnología para fabricar artefactos nucleares, decidieron autorestringirse, aunque sin limitar su desarrollo nuclear pacífico. Ese era ejemplo que habría que  haber ofrecido a Irán. Brasil buscó individualmente un “salto hacia la calidad”, asociándose con Turquía y ganar así mayor presencia internacional. Su actual asociación con Alemania para combatir el espionaje global es otro ejemplo de “salto hacia la calidad”, en una causa que suscita amplio consenso y que Argentina también apoya.

Argentina habría actuado igual que Brasil aunque, seguramente, hubiera incorporado a la iniciativa  a otros países con preocupaciones similares para consolidar, conjuntamente, las alianzas más calificadas adentro y afuera de la región.

Por ello es que Argentina no debería descuidar los espacios que el sistema internacional ofrece y que han sido  los ámbitos naturales de su accionar político y diplomático por mucho tiempo. Dicha actitud le restaría interlocución con los grandes actores que son, en definitiva, aquellos mejor munidos para ayudar a superar los propios problemas. Obtener diálogo fluido con esos actores constituye  el objetivo principal  de una  diplomacia motivada a servir los intereses de su país. Con ese propósito, el Consejo de Seguridad ofrece un instrumento insustituible  mediante los aportes prácticos que se realicen para la solución de las grandes crisis.

Pero, sin perjuicio de lo anterior, hay un importante motivo adicional a tener en cuenta. Chile acaba de incorporarse al Consejo y compartirá la representación de América Latina con Argentina. Su actual Canciller es una personalidad con amplia experiencia dentro del “sistema” y razonablemente buscará aumentar el prestigio chileno en el orden multilateral. Ello no debería suceder a expensas de la Argentina. Hay que reforzar los lazos de cooperación que seguramente existen  con iniciativas sobre los temas en los que Argentina tiene más peso, como los relativos a la seguridad, a las cuestiones humanitarias y a las Operaciones de Mantenimiento de Paz en las nuevas áreas críticas donde la presencia argentina haga una diferencia.

Poco antes de la desafortunada invasión a Irak, en el año 2002/2003, Argentina, Canadá, Chile, Francia,  México y Suecia participaron colectivamente de un último y agotador esfuerzo destinado a evitar el uso de la fuerza sin autorización del Consejo de Seguridad.  Entonces, lo que contaba, era  comprometerse  activamente en los hechos para lograr un orden internacional más pacífico, antes que ponerse al costado por temor a los resultados. El aporte argentino a esas discusiones fue central en razón de su presencia técnica y diplomática en los organismos verificadores que actuaban dentro de Irak. Ese sigue  y seguirá siendo, el rol  de la diplomacia argentina

Tal vez este episodio pueda también servir de inspiración para el largo año de trabajo que le espera a la Argentina en el órgano principal de las Naciones Unidas.