“Qué garrón te comiste, flaco”, me dijo Ricardo mientras su hombro derecho sangraba. “¿Yo?”, le dije, “el que tiene el balazo sos vos”.
A la mañana dejé a mis hijas en el colegio, en zona norte, y entré a Capital por Cabildo. Estacioné el auto en Conesa y Congreso y seguí camino al centro en el subte, para no comerme el tránsito, el estacionamiento, y poder ir leyendo. A la tarde, cuando volví del centro en busca del auto, la cuadra estaba cerrada por un patrullero, había federales, vecinos, curiosos y un tipo herido de bala: Ricardo.
A Ricardo lo intentaron asaltar mientras iba por ahí en su Peugeot 307 gris. Intentó escaparse haciendo marcha atrás por Conesa, chocó a un Renault 19 rojo y a mi auto que estaban estacionados en Conesa y, de paso, se ligó un balazo. Cuando llegué había terminado todo, y Ricardo estaba tranquilo: aparentemente, la bala había entrado y salido por el hombro izquierdo. Mi primera sensación, apenas entendí un poco lo que pasó, fue que yo había zafado, que la saqué barata. Como le dije a Ricardo, el que se comió el balazo fue él.