Recientemente, el semanario británico The Economist propuso un debate en torno al rol de Alemania en el marco de la crisis de la Zona Euro. El interrogante que estructuró la discusión era si Europa estaba sufriendo la falta de liderazgo por parte de ese país.
Las respuestas plantearon, fundamentalmente, que Alemania fue puesto en un lugar protagónico que no desea ocupar. De esta manera, califican la acción germana ante la crisis como excesivamente pasiva, adjudicando su inacción a la falta de vocación para liderar y de rechazo a ejercer el rol que debe ocupar por su condición de potencia predominante. En definitiva, estas opiniones consideran que Alemania carece de capacidad para actuar como hegemón europeo y, en consecuencia, que esquiva su responsabilidad sobre la estabilidad de la región.
Estas afirmaciones culminan solicitándole a Alemania que desarrolle un rol de liderazgo positivo asumiéndose como el hegemón benevolente de la región. Para ello, Alemania debería actuar privilegiando la promoción de bienes colectivos sobre su beneficio particular como Estado nación, mirar estratégicamente el largo plazo en lugar de pensar en el corto, ayudar a sus socios menores en vez de culparlos por los desajustes que llevaron a la crisis y, por sobre todas las cosas, ser creativo y permeable a escuchar ideas e implementar políticas audaces para que la región retorne a la senda del crecimiento y pueda reducir los índices de empleo que la acechan.
Tal vez estas esperanzas se funden en que Alemania es una nación cuyos ciudadanos manifiestan ser profundamente pro-europeos, demostrando un amplio apoyo al proceso de integración y a la adopción de la moneda única, y suponen que la consecuencia lógica de tales sentimientos es un accionar en beneficio del colectivo de la Unión.
A nuestro criterio, y a diferencia de las opiniones manifestadas en The Economist, esta vocación pro-europea que caracteriza a Alemania no se encuentra acompañada por la falta de liderazgo. Por el contrario, consideramos que este país realiza un activo ejercicio y utilización de sus recursos de poder. El problema es que las características de dicho liderazgo no son las que esperan sus socios de la región. De esta manera, debe considerarse la posibilidad de que Alemania se encuentre a gusto con el rol que está ocupando en el marco de la crisis de la Zona Euro.
El problema de reconocer esta realidad es que ya no estaríamos ante un hegemón a disgusto, así como tampoco habría posibilidad de liderazgo regional positivo. Por el contrario, el Sur de la Zona Euro, como región que más está padeciendo la crisis, debería ser consciente de que Alemania pueda ser un hegemón perverso que se beneficia del ajuste y la austeridad con la que coacciona a sus socios menores.
El sentimiento europeísta de la población alemana y la imagen positiva que tienen respecto al Euro no deben sorprender a nadie ya que han sido grandes ganadores del proceso de integración. En este sentido, resulta importante entender que la Unión Europea no es una unidad, como su nombre lo indica, sino al menos dos regiones bien diferenciadas. Mientras que el norte se caracteriza por poseer una economía diversificada, con bajo desempleo a pesar del tibio crecimiento y cuentas fiscales sólidas; el sur se caracteriza por una estructura productiva menos desarrollada, lo que en parte es causante del mayor desempleo, y por situaciones fiscales que cada vez se acercan más a una posición de insolvencia.
Alemania tiene una tasa de desempleo del 5,4% de la PEA, la menor desde la unificación y casi la mitad que el promedio de la Unión Europea, lo que representa una cifra envidiable para el 27% de la PEA en España que se encuentra sin trabajo. Adicionalmente, es el principal prestamista de la región y controla el Banco Central Europeo, lo cual lo pone en una situación determinante para conducir el futuro de la región.
Ahora bien, si Alemania no utiliza sus recursos de poder como un hegemón benevolente no es porque le falte liderazgo o asuma ese rol a disgusto. Por el contrario, lo que puede observarse es que existe una fuerte decisión de enfrentar la crisis con políticas fiscales contractivas y sin un banco central que funcione realmente como prestamista de última instancia.
Si bien no hay un consenso generalizado al respecto, este accionar podría resultar beneficioso a los objetivos del norte de Europa en general y de Alemania en particular, quienes mantienen así una política monetaria preocupada por una supuesta amenaza inflacionaria y un tipo de cambio que les asegura el acceso al mercado interno del sur. Atrapados bajo esa presión, los países más afectados por la crisis aspiran a ganar competitividad a través de deflación de precios y salarios, en un proceso que es tan largo y doloroso como inútil.
Así, como no se le pueden pedir peras al olmo, la realpolitik y la doctrina realista en relaciones internacionales enseñan que es carente de racionalidad esperar que un país promueva políticas que lo perjudican en pos de ayudar a otros. Independientemente de los procesos de integración y de las instituciones de gobernanza mundial, el sistema internacional sigue conformado por estados nación.
Los gobernantes del sur de la zona euro deben comprender esta realidad, descartar la posibilidad de un liderazgo benevolente por parte de Alemania y asumir su capacidad de conducción para sacar a sus países de la crisis. Continuar esperando una caricia protectora por parte de su socio mayor sólo puede ser consecuencia de una suerte de síndrome de Estocolmo que condena a sus poblaciones a sufrir los efectos de la recesión y el desempleo.