El pasado 20 de marzo la OMS publicó la evaluación de la carcinogenicidad de cinco plaguicidas organofosforados, entre los que se incluye el glifosato, el ingrediente activo en el que está basado el herbicida Roundup de Monsanto, el producto más utilizado en todo el mundo. Esto se debe a que es el principal herbicida para el cual semillas de soja, maíz y algodón han sido modificados genéticamente para ser tolerado. A estos cultivos transgénicos se los denomina “Roundup Ready”.
Cuando los cultivos transgénicos se introdujeron por primera vez sus publicidades sostenían que en pocos años necesitarían menos agroquímicos y no causarían impacto negativo en el medio ambiente ni la salud humana. Lo cual resultó totalmente falso. En los últimos 22 años el consumo de agroquímicos en Argentina aumentó un 858%, pasó de 39 millones a 335 millones de kg/l/ año. Mientras, la superficie cultivada creció un 50% y el rendimiento nacional de los cultivos solo aumentó un 30%. A su vez, la reciente publicación de la OMS se suma a la denuncia de numerosos científicos independientes de distintas nacionalidades.
El pronunciamiento de la OMS es una mala noticia para Monsanto, ya que pone en jaque a su producto estrella. En 2014, el 58% de las ventas de Monsanto fueron equivalentes al PBI de todo los países latinoamericanos desde México hasta Argentina -9.3 billones de dólares. En consecuencia, muchos gobiernos de la región hacen la vista gorda y permiten que en su territorio la agricultura sea manejada por las empresas multinacionales.
En Argentina, en el período kirchnerista, se aprobó el 76% de los 30 eventos transgénicos vigentes. En consecuencia, actualmente los cultivos transgénicos ocupan el 72% del territorio cultivable. Al menos 25 millones de hectáreas. Si consideramos que herbicidas como el glifosato también se aplican a cultivos que no fueron genéticamente modificados como yerba mate, vid, trigo, girasol, hortalizas, pasturas, cítricos y frutales de pepita (manzana, pera, membrillo) el nivel de exposición de la población argentina resulta alarmante. Según datos de la industria agroquímica, en 2014 se utilizaron al menos 200 millones de litros de glifosato.
Es necesario desactivar este modelo agrícola que da poder a las empresas y se lo quita a los agricultores. La apuesta por un modelo agrícola para alimentar el mundo no debe ser el que proponen los monopolios empresarios, sino el de una agricultura que nutra y conserve nuestros suelos y proteja la biodiversidad y la salud de las personas. Una agricultura que provea comida saludable y de acceso popular, donde la decisión de los agricultores y consumidores sea tomada en cuenta. Este modelo se llama agroecología.