¿Será posible la mandelización en la política argentina?

N. del E.: El siguiente artículo fue distribuido por la agencia DyN el 17 de febrero de 2010. En ocasión de la muerte del líder sudafricano, lo reproducimos por la vigencia y actualidad de su contenido.

 

Quienes han tenido la oportunidad de ver la película Invictus en el cine y de emocionarse con su mensaje de conciliación y tolerancia han comprobado que, a su finalización, arrancan espontáneamente los aplausos del público. Es que, salvando todas las distancias, el político sudafricano Nelson Mandela, interpretado en el film por Morgan Freeman, aparece como la antítesis de la crispada pareja presidencial argentina de Cristina y Néstor Kirchner. La película relata la historia que el periodista inglés John Carlin narra en su libro El factor humano. Nelson Mandela y el partido que salvó a una nación (Playing the Enemy, en el título original).

La historia es una suerte de “cuento de hadas” y, sin dudas, representa un himno a la paz, la tolerancia política y el diálogo, aspectos esenciales de la convivencia democrática. Este es un libro que, por ejemplo, deberían leer todos los líderes bolivarianos de América latina y también los Kirchner, para que en sus países puedan aplicar aquello que señalaba Mandela para el suyo: “Si estáis construyendo una nueva Sudáfrica, debéis estar preparados para trabajar con gente que no os gusta”. Pero además, si Mandela logró juntar a bandos opuestos que casi terminan en una guerra civil con el inevitable baño de sangre, sería lógico que países con muchos menores niveles de diferencias lograran vivir en un clima más civilizado. Es que Sudáfrica, en 1994, era un país dividido histórica, cultural y racialmente, con ejecuciones legales y disposiciones racistas como varias leyes de triste memoria.

Continuar leyendo

Cuba: la posición común europea y el compromiso con los derechos humanos

La posición común sobre Cuba, adoptada el 2 de diciembre de 1996 por la Unión Europea, es un antecedente muy valioso de política exterior en materia de derechos humanos al que sin embargo algunos analistas lo califican como “contraproducente”.

En palabras de Susanne Gratius, investigadora senior de Fride, “la práctica política señala que el condicionamiento y la presión no son instrumentos idóneos para promover la democracia”. Aunque ejemplos como las incesantes presiones internacionales a la dictadura de Augusto Pinochet en Chile o al régimen del apartheid en Sudáfrica que incluía un amplio embargo, refutan lo expresado por la analista del prestigioso think tank español.

Pero aunque la denuncia internacional y los reclamos de apertura política a una dictadura efectivamente no logren sus objetivos, desde la perspectiva democrática es inadmisible aceptar que autoridades ilegítimas, como en este caso las de Cuba, hagan prevalecer sus condiciones y mucho menos ante la Unión Europea, cuyos estados miembro deben garantizar internamente la vigencia de las libertades civiles y políticas.

En el caso de la posición común de la UE hacia Cuba el problema ha sido su incumplimiento y la falta de compromiso internacional con los derechos humanos por parte de muchos de los países -Italia y Francia, por ejemplo- o, en el caso de España, no haber sido adoptada como política de estado de los distintos gobiernos.

En realidad, el único cuestionamiento serio a la Posición Común de la UE sobre Cuba es respecto al punto 3 inciso d, referido a evaluar “la evolución de la política interior y exterior cubana según las mismas normas que aplica la Unión Europea a sus relaciones con otros países, en particular la ratificación y cumplimiento de los convenios internacionales sobre los derechos humanos”. Esto es, la inconsecuencia en no adoptar con otras dictaduras, como China, Arabia Saudita o Bahrein, la misma firmeza que impulsan respecto a Cuba. En todo caso, en lugar de dejar sin efecto la Posición Común de la UE hacia Cuba, sería deseable para la promoción internacional de los derechos humanos, extenderla a países igualmente represivos.

Salvo el mencionado cuestionamiento, cuesta entender la idea de dar marcha atrás frente a una posición comprometidamente progresista que, por ejemplo, establece: “La Unión Europea considera que una plena cooperación con Cuba dependerá de las mejoras en el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales”. ¿Acaso puede ser otra la política exterior democrática frente a una dictadura?