Durante mucho tiempo he supuesto que las históricas divisiones que padeció el socialismo en nuestro país se debieron a cuestiones religiosas. Fundaba esa teoría en un aspecto sugestivo. El socialismo preconizaba (lo hace en la actualidad) el agnosticismo. Sin embargo —para una sociedad que a principios del siglo XX creía que el matrimonio era el destino natural de las hijas mujeres, que consideraba al matrimonio civil sólo un trámite burocrático inevitable para consumar el verdadero, es decir aquel en que la novia (de blanco y apadrinada), acompañada por su flamante esposo, recibía la bendición de la Iglesia— la doctrina patrocinada por el socialismo era una irreverencia.
Muchos dirigentes de valía perdió el socialismo por esa intransigencia de doctrina; entre otros Antonio de Tomaso (ministro de Agricultura de Agustín P. Justo), Federico Pinedo (ministro de Hacienda durante la misma administración). Alfredo L. Palacios estuvo “castigado” con el exilio de esa fuerza durante varios años por su disposición a participar en lances caballerescos (el socialismo consideraba al matrimonio y los duelos como expresiones típicas de la burguesía, que reputaba enemiga).
Sin embargo, a esta altura de mi vida, debo confesar que he vivido en el error: el socialismo se dividió por razones políticas y una curiosa forma de ver la historia de nuestro país. Por ejemplo, tomemos los dos exponentes máximos del socialismo: Juan B. Justo y Nicolás Repetto; ambos médicos, recibidos en nuestras universidades (sin sentir, ninguno de ellos, persecuciones y actos discriminatorios por sus ideas mientras concurrían a las aulas de su facultad). Los dos participaron en la política activa de la nación con una visión diferente de la república y de sus hombres. Continuar leyendo