Hacía más de 30 años que un boxeador no despertaba tanta expectativa por una pelea por el título mundial. De Carlos Monzón para acá, ninguno de los extraordinarios pugilistas nacidos en nuestro país, y lo digo con respeto por Coggi, Castro, Ballas, Palma, Narvaez y varios más, produjo semejante revolución mediática. Sergio “Maravilla” Martínez se metió en el corazón del pueblo argentino antes de mostrarse como un noqueador tremendo.
Muchos de los argentinos que aguardan ansiosamente la pelea del sábado casi no lo han visto boxear. La idolatría no nació por lo realizado en un ring sino por la conmovedora confesión que hizo sobre su vida, llena de aciertos y errores, fracasos y éxitos, cordura y humildad, en el programa de mi amigo Alejandro Fantino a principios de año. Aquel reportaje, que figura entre los más buscados en internet, fue como su apodo, una “maravila”.
Estremeció el recuerdo exacto de cada instante de su vida con los que iba conquistando el amor del argentino común. Sus padecimientos eran como los nuestros, sus sueños fueron idénticos a los nuestros, su carácter fue nuestra envidia y admiración. A partir de esa noche, todos quisieron hablar con él, entrevistarlo, fotografiarlo. ¡Hasta Tinelli lo llevó al Bailando! No encontrabas en ningún rincón del país a alguien que no deseara que cumpla en el ring todo lo que le viene prometiendo a Julio César Chavez Jr.
El respaldo fue unánime hasta ayer. A partir de las imágenes originadas en Las Vegas, donde se presentó con la camiseta de su querido River Plate, la lamentable mediocridad criolla se apoderó de algunos que ahora sienten que ya no disfrutarían tanto que el quilmeño se consagre en la inolvidable velada del sábado por la noche. Y es una pena. Es una lástima que los argentinos seamos así. Somos los mismos argentinos que no le podemos perdonar a Juan Martín Del Potro haber aparecido alguna vez en algún torneo del circuito ATP con la camiseta o la bandera de Boca.
Este fin de semana dependemos del tandilense para llegar a una nueva final de Copa Davis, y ante la ausencia de Nalbandian varios hinchas de River prefieren que la gloria vuelva a pasar de largo porestas tierras. Podemos llegar a comprender el fanatismo de los hinchas millonarios al desear que Boca pierda con Corinthians la final de la Libertadores o del pueblo “xeneize” disfrutando el año de River en la B Nacional.
Está directamente vinculado con el fútbol, es parte del folclore. En este caso, hablamos de dos argentinos que representan al deporte nacional. El fútbol no está en juego. Por lo tanto, la pasión está mal orientada, una vez más. La estupidez siempre va a intentar apoderarse de nuestro proceder, es inherente a ser humano del Siglo XXI. No nos dejemos vencer por la malicia ni la chatura de espíritu.
Hagamos fuerza TODOS para que nuestros referentes puedan ir por la vida más allá de nuestras limitaciones. Tal vez sea el camino indicado para salir del mar de mezquindad en el que estamos inmersos.