Política y religión: mala cosa

¿Sabe el lector que el término hereje viene de la palabra griega heréticos, que significa: ‘poder elegir’? Entonces, permítame decirle que tal definición casi lo dice todo, ¿no le parece?

En materia de primaveras árabes y diálogos políticos y religiosos, estoy convencido de que las personas deberían dejar de fingir, porque eso es justamente lo que se está haciendo: fingiendo ante los hechos de los que estamos siendo testigos. Sólo algunos incautos voluntariosos pueden creer que todas las culturas son iguales. Lo cierto es que para quien quiera verlo sin las gafas de la miopía ideológica, podrá darse cuenta claramente que no lo son.

Los dogmas político-religiosos del Oriente Medio no son iguales, ni se acercan a la cultura judeocristiana, ni a la política o la forma de vivir la religión en Occidente. Los primeros alientan la poligamia, el matrimonio de personas mayores con niños, la violencia contra la mujer, contra los homosexuales y contra todo aquel que intente colocar en perspectiva hechos ajenos a la forma de vida árabe musulmana influenciada por el salafismo yihadista o por el extremismo teocrático, sean estos hechos considerados o decorados lingüísticamente como políticos o religiosos. Nada de eso es cierto, son lisa y llanamente crímenes. Continuar leyendo

La prensa pandereta

Muchos israelíes y palestinos han buscado la paz durante generaciones. Esto ha sido -y sigue siendo- el sueño al que nadie ha renunciado. Un sueño que se ha ido renovando cíclicamente en el escenario donde hoy se vislumbra con angustia lo que deparará el futuro. Para los creyentes de las tres religiones monoteístas (judíos, cristianos y musulmanes), la hoguera de violencia que no cesa representa un aspecto dramático. Sin embargo, es algo peor que eso. A mi juicio lo definiría en una sola palabra: “fracaso”.

¿Por qué hablo de fracaso? Porque una vez más el grupo islamista Hamas equivocó su estrategia y reincidió en el error como en los últimos once años. Sus golpes y amagues -militares- al estado hebreo no significaron ni un solo paso positivo en la mejora de la vida de su pueblo. Al mismo tiempo, Israel erró -políticamente- apostando a la ecuación “tierras por paz” al retirarse de Gaza en 2005. Esta maniobra unilateral israelí tampoco dio tranquilidad a miles de sus ciudadanos que comenzaron a recibir misiles a diario. Los fundamentalistas leyeron el gesto israelí como signo de debilidad. Hoy, ambas dirigencias y los dos pueblos, están pagando esos errores. 

Lo que se percibía como desenlace finalmente ocurrió. Se ha vuelto a romper el cese al fuego. Hamas disparo 40 cohetes a poblados y ciudades israelíes e Israel bombardeó nuevamente el enclave para neutralizar objetivos militares de Hamas. Destruyo depósitos de armamento y munición y estaciones operativas de lanzamiento de misiles, muchos de ellos aledaños a escuelas, hospitales y mezquitas.

Las armas vienen hablando desde varias semanas y con ello se reaviva el proceso de asunción de culpabilidad histórica más o menos avanzado en varios países europeos. Este proceso residual, psico-culposo y antisemita se ha visto acompañado a gran escala desde la prensa, cuya información -ambigua en la universalidad del conflicto palestino israelí-, parece ignorar intencionalmente las circunstancias específicas como las particularidades de sus motivos.

No han sido pocos los medios que, presurosamente -como en 2008 durante la Operación Plomo Fundido-, mostraron sus posiciones sesgadas. Ejemplo de ello son los cientos de artículos que se pueden leer en varios periódicos, muchos de ellos escritos por ecologistas y defensores de los derechos humanos, que no son más que “activistas de la plumilla y pacifistas del caviar” que califican los hechos como un genocidio palestino. Sin embargo, ignoran sin sonrojarse el terrorismo de Hamas y sus lanzamientos de cohetes sobre población civil israelí en los días, meses y años previos. También soslayan el disparador de esta nueva crisis: el secuestro y brutal asesinato de tres adolescentes israelíes.

Lo concreto es que en tales posiciones informativas parciales, subjetivas y racistas pueden observarse patrones que despliegan viejas y conocidas posiciones antisemitas, hoy encubiertas en el anti-sionismo. Lo cual representa, en esencia, una nueva desilusión que la prensa ideológica sesgada disemina a los lectores que muchas veces la reciben de buena fe.
La obsesión con Israel y su conflicto con los palestinos hace que se llegue afirmar que el Estado israelí representa “el nuevo nazismo” o en el más morigerado de los casos, que es la Sudáfrica del apartheid, por lo que juzgo innecesario más ejemplos ante semejante discurso que engloba un inequívoco y completo “wishfull thinking”.

En el desarrollo de las acciones militares, cada día es más claro que estas posiciones de la prensa pretenden aliviar el peso de “la culpabilidad” de distintas historias nacionales de países europeos que jamás afrontaron su responsabilidad durante la era del nazismo.

La liviandad en la utilización del término pretende mostrar que cualquiera puede jugar “el rol de nazi”, y con ello, “la responsabilidad será siempre un demerito moral irrebatible”. Después de todo, estos roles se van alternando casi aleatoriamente para muchos medios de prensa que temen perder beneficios económicos reportados por su amistad con compañías petroleras árabes.

Tampoco faltó en los últimos días la siempre dispuesta y sesgada opinión de manifestaciones de gran parte de la izquierda europea y latinoamericana que, unida al colectivo -a menudo utilitario- de las víctimas, siempre que no pertenezcan a lo que consideran sus enemigos y, en lo que configura su conocido, aburrido y reiterado ejercicio de hipocresía universal, muestra su desprecio por la vida humana. Y es allí donde los campeones de los derechos humanos miden los muertos: según sea el arma que los mata, y a mayor numero de víctimas mejor para el aquelarre verbal de sangre y muerte que desatan histéricamente.

Lo descripto no debe llamar la atención. Existe una tendencia de grandes sectores de la izquierda a reconocer de manera simplificada a naciones o pueblos como únicos actores reales en conflictos y situaciones políticas fuera de todo matiz y diferenciación interna. Así, sustentan sus discursos en posiciones que abrevan en una profunda ignorancia de la realidad.
Gran parte de la izquierda apoya la lucha contra Israel en términos resistencialistas y rotula como pueblo oprimido al pueblo palestino. Sin embargo, también lo hace por carencia de conocimientos sobre el conflicto y una dosis clara de antisemitismo.

Todos estos grupos se convierten en instrumentos psicológicos de “alivio de la culpa”, algunos de forma consciente y otros desde la ignorancia. Pero siempre prestos a calificar “la nazificación” de Israel insuflan esa idea con alta carga emocional casi hasta el paroxismo. Sin embargo, lejos de favorecer al pueblo Palestino, esto los delata en la irracionalidad de la ideología que profesan y da por tierra con cualquier postulado que pretendan esgrimir. Así, acaban apoyando a la ideología de la muerte y el oscurantismo que caracteriza al terrorismo yihadista que somete a los propios palestinos como sus primeras víctimas en su lucha contra lo que denominan el enemigo sionista.

De allí que estos días son importantes. La opinión pública debe interiorizarse, leer, investigar y procesar la información que está recibiendo. Sin tener en cuenta estos aspectos del “neo-antisemismo yihadista” que se apoya en varios sectores de Occidente, el combate contra el terrorismo que utiliza -y somete- a gran parte del pueblo palestino, mantendrá graves e insalvables insuficiencias.

Lo cierto es que la lucha de Israel contra el terrorismo es una circunstancia inevitable. Ella se debe interpretar apropiadamente teniendo en cuenta la continua transformación de las acciones del terror hacia formas innovadoras, oportunistas y hasta menos obvias. Esta es la responsabilidad que los medios de prensa internacionales deben respetar y rescatar en defensa de lo ético. Es también el aspecto sobre el que la opinión pública debe estar atenta, sin permitir que se la engañe con información sesgada.

Israel está luchando para proteger a sus ciudadanos y por su supervivencia misma como en todas y cada una de sus guerras libradas en los últimos 65 años. Pero por sobre todo simboliza la primera línea de batalla en defensa de la cultura occidental y judeo-cristiana contra el avance de la sin razón y la violencia. Muchos lo saben en la dirigencia política occidental. Por caso, el ministro de Relaciones Exteriores egipcio condenó a Hamas por el abandono del cese del fuego e instó al grupo a que de inmediato cese los ataques con cohetes contra la población civil israelí, pues ellos dan lugar a las terribles respuestas militares israelíes.

La comunidad internacional expresó también su preocupación por la situación en Gaza y pidió durante los últimos días a las facciones palestinas poner fin a los ataques con cohetes sobre pueblos y ciudades de Israel. Lo propio hizo el Papa Francisco y el Presidente Francés Hollande en la última semana.

Para quienes no conocen el escenario, la región y las dificultades de una democracia rodeada de regímenes muy distintos en valores culturales; la comprensión puede ser maniquea, cuando no superficial y errónea. Sin embargo, la realidad y la cuestión de fondo son más complejas. En consecuencia, la genuina lucha contra el terror no debe focalizarse exclusivamente en las acciones militares. Debe ser sustentada por información fidedigna y realista, y no apoyada en la ideología del odio a la modernidad que Israel encarna en la región solo por la cercanía de las relaciones del Estado hebreo con EE.UU. Relacionar aspectos relativos a la globalización y al capitalismo como pretende la izquierda es tan absurdo como inverosímil a los ojos de las personas de buena voluntad y de paz. Es algo tan cándido e ingenuo como sostener que los árabes no pueden ser antisemitas, idea ésta basada en “la noción paternalista del buen salvaje”.

Es tiempo para Occidente de brindar sincera ayuda a los habitantes de Gaza y al pueblo Palestino en general para lograr la construcción de su propio Estado. Para ello debe librarlo de la endemia del fanatismo y el terror que los ha secuestrado y que convierte a cada palestino en su primera víctima.

El mundo libre debe tener claro que no todo ser humano tiene la misma capacidad moral de distinguir entre el bien y el mal. Si nos consideramos hijos de la modernidad, la ilustración es nuestra principal arma, y probablemente la única que disponemos.