“El huésped no invitado es peor que un tártaro”. Así es como Alexander Pushkin comienza Zaltan, su obra de versos más famosa escrita en 1830. El padre de la literatura rusa conoció lo suficiente a los tártaros por vivir varios años en la península de Crimea en la década de 1820. Pushkin no tenía demasiada simpatía por esa gente y las describía de la siguiente manera: “toscos como los osos que entran a una casa sin ser invitados”. Estos dichos de Pushkin sobre los Tártaros vinieron a mi mente días pasados cuando que el primer ministro ruso, Dimitri Medvedev, realizó una visita relámpago a la recién anexada Crimea pues casualmente su apellido se traduce del ruso como “el hijo del oso”. Y su visita resultó, definitivamente, en lo que sostenía Pushkin e igual que los tártaros: el primer ministro ruso llegó a la casa de los ciudadanos de Crimea “sin ser invitado”.
El pasado 8 de abril se celebraron los 230 años de la anexión rusa de zonas de Crimea, entonces un Estado socio del Imperio Otomano. Los rusos celebraron la ocasión mostrando su obsesión anexionista alimentada por al menos tres elementos. El primero es el nacionalismo. En cierto sentido, los rusos se diferencian de los tártaros por las distintas tribus que gobernaron durante siglos un imperio que se extendió desde el Volga hasta el Océano Pacífico. Uno podría sugerir que la historia de Rusia ha sido la historia de la eliminación de un estado Tártaro tras otro y no estaría mal. Lo cierto es que también hay un elemento de venganza histórica de Rusia para con Crimea. Un segundo elemento de la obsesión de Rusia se debe a la importancia estratégica de Crimea. La península permite a Moscú el acceso directo al Mediterráneo, y por tanto a los mares abiertos desde Sebastopol, la principal base de la Armada rusa.
El novelista León Tolstoi describía a Crimea como una fortaleza rusa ya en 1854, cuando Rusia venció a las fuerzas aliadas de los turcos, franceses y británicos a un costo de más de un millón de muertos. Incluso hoy en día en muchos lugares importantes de París se rinde honor y se recuerdan las batallas de aquellos años por Crimea, como las de Sebastopol y Malakov. También en el centro el centro de Londres, en Waterloo Place, hay una estatua en honor a los 25.000 ingleses que murieron en esa guerra. Lo mismo con la recordada carga de la brigada ligera en la batalla de Balaklava que fue inmortalizada en el poema de Tennyson y forma parte de la mitología británica como uno de los más grandes actos de valentía de los soldados del Reino.
La tercera, y posiblemente la más potente razón de la obsesión rusa es la imagen de Crimea en el paisaje psicológico de la mayoría de los rusos. La Zarina Catalina II fue el primer gobernante ruso en visitar Crimea y quedó seducida por su atractivo romántico. En una carta a su ministro Potemkin, afirmaba que había encontrado una imagen del paraíso en la Tierra. Le encantaban y la deslumbraban los hermosos jardines persas y el paisaje de Crimea. La única queja de la Zarina fue que la despertaba a menudo el llamado a los musulmanes para la oración por parte del muecín -cinco veces al día- obligándola a levantarse al amanecer y a renunciar a su siesta.
Lo cierto es que Crimea es todo lo que Rusia no es. Es cálida, mientras que Rusia es fría. Cuenta con un clima templado y soleado, mientras que en Rusia el clima es sombrío y helado. Crimea está abierta al mundo exterior, Rusia está encajonada por inmensas estepas congeladas. Crimea es tierra de abundancia y Rusia siempre ha temido a la escasez. Crimea es tan antigua como la historia, mientras que Rusia es una recién llegada al devenir de la humanidad.
Durante siglos, Crimea fue un puesto de avanzada del Imperio Romano. El poeta romano Ovidio, desterrado por el emperador Augusto, escogió la región del paraíso terrenal como la llamo a lo que hoy es Crimea. Su historia también incluye siglos de dominación por los descendientes de Genghis Khan y tiempos variados de conversión religiosa, desde las versiones más crudas del budismo a diferentes ramas del cristianismo y finalmente al Islam, por no hablar de los casi 80 años de comunismo.
¿Pero concretamente, puede Rusia tragarse a Crimea tan fácilmente? Nadie lo sabe ni podrá aseverar tal cosa. Sin embargo, Putin haría bien en leer estas líneas del poema de Pushkin sobre Crimea: ‘… Allí encontré un cementerio que parecía irreal, pero que fue la última morada de los conquistadores más grandes que haya conocido la humanidad, allí se arrodillaron los poderosos que quedaron en esos cementerios como su última morada…’
Lo cierto es que Crimea es mucho más que los sueños neo-imperiales de Putin. El tiempo correrá el telón y la suerte de los conquistadores será expuesta, tanto igual como lo ha sido a través de toda la historia de la humanidad.