El pescador furtivo del Caspio

Después de haber flexionado sus músculos en Ucrania, el presidente ruso, Vladimir Putin, se está preparando para delimitar la cuenca del Caspio como otra zona de influencia de Moscú. La próxima semana, los ministros de Exteriores de los cinco Estados de la Rusia litoral -Kazajstán, Turkmenistán, Irán y Azerbaiyán- estarán organizando una agenda afín a los deseos de Putin para una cumbre que se realizara en septiembre de este año en Moscú.

Con las reservas de petróleo estimadas en 28 mil millones de barriles (en comparación con los 16 mil millones de barriles del Mar del Norte), la cuenca del Caspio es el mayor yacimiento del mundo después del Golfo. Deseoso de reducir su dependencia del petróleo de la OPEP, Washington ha estado interesado en el Caspio desde la década de 1990. En 2002, un documento de trabajo elaborado por la administración del presidente George W. Bush identificó a Rusia como un ‘socio estratégico’ para los EEUU en lo referente a la gestión de suministros mundiales de energía.

El cálculo de Putin es que el retiro de EEUU bajo la era del presidente Barack Obama podría permitir a Rusia la consolidación de su posición en el centro del mercado mundial de la energía mediante la ampliación de su presencia incluyendo el Golfo a través de Irán. El éxito de la alianza ruso-iraní en el mantenimiento del régimen del presidente Bashar Al-Assad en Siria ha fortalecido la creencia de Putin de que podía usar a Irán como un socio menor en toda la región. Para que su estrategia tenga éxito, Putin necesita establecer firmemente a Rusia como la potencia con la última palabra en el Caspio.

Las ambiciones de Putin para el Caspio no son nada nuevo. En 2002, ordenó las primeras maniobras militares allí desde la caída del imperio soviético. En ese momento, sin embargo, Moscú solicitó la aprobación informal de Washington para los ejercicios -de cinco días- que incluyeron 10.000 soldados de élite, 60 buques de guerra, 30 aviones de ataque y un número desconocido de embarcaciones anfibias. Para disipar los temores de Rusia re-emergente como potencia hegemónica, dos ex-repúblicas soviéticas, Kazajstán y Azerbaiyán, se incorporaron en esos ejercicios y maniobras militares.

Esta vez, sin embargo, Putin no tiene necesidad de ‘consultar’ a Washington. “No hay nadie allí!” sugiere un comentarista de la prensa rusa. Tampoco es necesario que Putin utilice “la hoja de parra del multilateralismo” para su plan de transformar el Caspio en un lago ruso. Ninguna de las otras naciones litorales tiene el poder militar para moderar el apetito del amo del Kremlin. Putin ha apoyado a Irán, el más grande de los vecinos de Rusia en el Mar Caspio, ofreciéndose a ayudar a los mulás a eludir las sanciones impuestas por las Naciones Unidas, la Unión Europea y los EE.UU. El plan incluye la venta por parte de Rusia del petróleo iraní hasta 20 mil millones de barriles en los mercados globales en el marco de un acuerdo de trueque.

La última vez que el Caspio fue testigo de una batalla naval fue en 1856, cuando los rusos hundieron la Armada persa y establecieron el control militar total. Un tratado que Rusia impuso a Teherán, Irán acordó no mantener una armada en el mar Caspio y limitar la navegación comercial a sus aguas costeras. Después de la caída del imperio soviético, Irán tímidamente trató de construir una presencia naval en el Mar Caspio. Consistía en unos guardacostas que operan dentro de las aguas territoriales iraníes supuestamente contra los pescadores furtivos de esturión y caviar.

Desde 1991, Irán ha buscado un acuerdo para declarar el Caspio un mar cerrado de propiedad conjunta de sus cinco estados litorales. Según el plan, el Caspio sería administrado conjuntamente por lo que cuestiones como la protección del medio ambiente, la regulación de la navegación comercial, la fijación de cuotas para la pesca y lo que a desarrollo del turismo se refiere.

Cuando se trataba de los recursos de petróleo y gas, sin embargo, el plan iraní daría a cada uno de los cinco estados litorales el 20 por ciento del total de la explotación. Azerbaiyán, respaldada por los EEUU, se opuso al plan iraní desde el principio. Los azerbaiyanos insisten en que el Caspio se distribuirá entre los Estados del litoral de acuerdo con el tamaño de su costa. Eso le daría a Irán sólo el 11 por ciento del total. Rusia apoyó inicialmente a Irán en un intento por evitar que los EEUU obtuvieran una posición dominante en el Caspio a través de Azerbaiyán y Kazajstán. La posición de Rusia cambió después de que Putin y Bush establecieron una “asociación estratégica” durante una cumbre en Crawford, Texas, en 2001.

Al no haber podido vender su “soberanía compartida”, Irán trató de revivir los tratados que ha firmado con Rusia en 1856, 1928 y 1942. Bajo esos tratados, sólo Rusia e Irán tenían derecho sobre el Mar Caspio. Esto se debió a Azerbaiyán, Kazajstán y Turkmenistán no existían como Estados independientes en esos años. Los tratados, sin embargo, fueron atacados por muchos sectores, entre ellos algunos miembros del Majlis islámico en Teherán.

Bajo el esquema ahora promovido por Putin, Rusia obtiene casi el 20 por ciento del Caspio, mientras que Kazajstán recibe el 17 por ciento. Otro 13 por ciento se destinará a Turkmenistán. La participación de Azerbaiyán será el 18 por ciento, dejando el 12 por ciento en el caso de Irán. El estado de varias ex islas iraníes que se equiparan a Azerbaiyán, aún no está claro. Al mismo tiempo, Irán ha retirado todos los habitantes de la isla de Ashuradeh y disuelto su pequeña presencia militar allí.

Lo cierto es que Rusia está aumentando su influencia en Irán en otro sentido. Se está orquestando un esquema multinacional según la cual el petróleo y el gas del Caspio y Rusia se alimentan las refinerías ubicadas en el norte de Irán.

Mientras que el líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Khamenei, se engaña a sí mismo en la creencia de que está en la cima del mundo, lo cierto es que Rusia considera a Irán del tamaño de una gota del mar Caspio y apunta también en deglutirse la producción de petróleo y gas del gobierno de Teherán.

Elecciones en Afganistán: la expansión persa y el retorno del fundamentalismo

Con la publicación de la lista oficial de candidatos a la presidencia afgana, se ha completado un aspecto clave y fundamental de la estrategia del presidente Barack Obama para que la retirada estadounidense de Afganistán se efectúe según la agenda de Washington. El plan de la administración Obama es poner fin a los 13 años de presencia de Estados Unidos en el país a finales de este año. Las elecciones presidenciales en Afganistán están previstas para abril de 2014 y se supone que ellas deben proporcionar el marco político que permita y dé lugar al retiro de los EEUU.

Lo cierto es que hay tres problemas con esa estrategia de Washington. A saber:

a) El primero es que el anuncio de la retirada ha animado a los opositores del actual status quo, especialmente a los talibanes, a reorganizarse y prepararse para un nuevo intento para la toma del poder una vez que los norteamericanos se hayan marchado.

b) El segundo problema es que con EEUU fuera del marco de la seguridad militar necesaria para la estabilidad del país, sea quien fuera elegido presidente de Afganistán, le resultará muy difícil “ejercer y mantener el poder real“, y como máximo, se convertiría en otro líder de facción respaldado por su tribu y/o comunidad étnica. Continuar leyendo

El regreso de Rusia

Usted puede llamarlo como desee: ‘iniciativa rusa o repliegue estadounidense’. Como quiera que la llame, esta realidad llevó a Bashar Al-Assad a encontrar sobre la hora un milagroso acuerdo diplomático en el que prometió renunciar a sus armas químicas, evitando así un ataque militar que hubiera significado la caída de su régimen. Lo mismo para el caso de la República Islámica de Irán, que ha demostrado, en la profesionalidad de sus diplomáticos, estar muy por encima del actual ‘amateurismo diplomático norteamericano y europeo’.

Sin embargo, la realidad a la que nos enfrentamos no es más que a una debilidad Occidental nunca vista en materia de Oriente Medio. Tanto es así, que Moscú ha propinado a Washington y Bruselas, pero en particular el presidente Obama, una paliza diplomática inolvidable no sólo en lo referente a la crisis siria, también está ocurriendo lo propio en las posiciones que Irán está recuperando con apoyo diplomático ruso en materia del levantamiento de sus sanciones económicas, de la continuidad de su programa nuclear y del afianzamiento político regional.

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Siria: se debe preservar la nación-estado por sobre el estado sectario

A medida que EEUU y Rusia se preparan para verificar los trabajos de desmantelamiento de las armas químicas en Siria, algunos think tanks en Washington y Moscú están tratando de revivir la idea de dividir el país devastado por la guerra en miniestados.

Todo es muy similar al debate previo a las elecciones de Irak en 2003, tras la liberación de la tiranía baasista de Saddam Hussein. Incluso una serie de libros editados recientemente en los EEUU avanzan sobre el tema de dividir Siria en miniestados, igual que el Irak actual fue repartido fácticamente en tres cantones: chiíta, sunita y kurdo.

Recuerdo exactamente un enfrentamiento verbal que tuvo sobre el tema el senador Joseph Biden, actual vicepresidente de los EEUU, con el senador John McCain. En esa discusión, Biden insistió en que Irak era un estado artificial y no podía sostenerse. Lo que el actual vicepresidente no entendía ni comprende actualmente es que todos los Estados árabes, y también los EEUU, son artificiales, sencillamente porque ninguno cayó del cielo completamente formado y menos en sus circunstancias actuales.

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El Acuerdo Kerry-Lavrov sobre Siria

Con su acuerdo sobre las armas químicas de Siria, el presidente Barack Obama ha provocado un estruendoso silencio en torno a su estilo de liderazgo. Sus amigos hablan de un golpe diplomático, sus adversarios afirman que ha cometido un error que ningún otro presidente de EEUU se habría permitido cometer.

Es innegable que ambos puntos de vista están abiertos a la discusión: el acuerdo Kerry- Lavrov puede ser un buen golpe diplomático para Moscú, pero no para Washington, y claramente ha sido una victoria demoledora de Putin, quien ha logrado encauzar la cuestión siria como planeaba. Recorriendo la crisis siria desde el principio, es claro que se trató de una revuelta de la ciudadanía contra un régimen que le niega sus derechos políticos y humanos, que aplastó las demandas populares con matanzas indiscriminadas en las que han muerto más de cien mil personas en los últimos treinta meses. Esto dio lugar a que la idea de una intervención fuera tomando cuerpo en la comunidad internacional, ello a fin de detener las matanzas y ayudar a los sirios a encontrar un camino hacia un nuevo sistema político que garantizara su seguridad. Pero esto no sucedió, todos y cada uno de los líderes de los países centrales esquivaron su responsabilidad en el caso sirio.

Ahora, centrando el problema en el arsenal de las armas químicas del régimen, Putin ha vuelto a incendiar Siria, tanto en el problema originario como en la solución. La salida que se busca es colocar ese arsenal bajo supervisión internacional a fin de ser desmantelado. Pero no se aborda el eje central del verdadero problema: se deja de lado las masacres ejecutadas por el Estado sirio con armas convencionales.

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