Un gran número de ‘analistas y expertos’ ahora están tratando de reinterpretar el estado de confusión y fracaso que ha caracterizado sus visiones y análisis sobre las inexistentes revoluciones árabes como ‘la experiencia de grupos, dirigentes y partidos políticos’ en Túnez, Egipto y Libia desde el estallido de lo que conceptualizaron -en supina ignorancia- como Primavera Árabe.
Quizás el rasgo más importante y a la vez peligroso que estas personas nunca comprendieron en los últimos cuatro años es que todos estos grupos políticos comparten un elemento distintivo: ‘su naturaleza violenta, teocrática y excluyente’.
Tales grupos y organizaciones no han podido adaptarse a los diferentes segmentos de las sociedades que dijeron representar, particularmente en momentos sensibles a raíz de los violentos levantamientos. Sus dirigentes, una vez fueron parte de lo que se consideraba como oposición a los regímenes dictatoriales laicos que los oprimían duramente, pero nunca evolucionaron democráticamente y como resultado de ello, una vez en el poder, tomaron represalias intensificando aún más el estado de polarización alimentando la desconfianza, la ruptura y la fragmentación social. A la luz de los hechos, el discurso del Islam en la política en general demostró ser superficial y carecer de soluciones a las demandas y reclamos originales de las sociedades árabes.
Si bien podemos encontrar decenas de volúmenes y libros sobre la pureza, la adoración y otros temas en materia religiosa, hay muy pocos libros sobre ‘islam político’ y ello ha dado lugar al mayor error de los expertos occidentales al abordar una temática que no conocían. Esto significa que deberían aprender mucho sobre equilibrio y discreta moderación al hablar de Islam político. Nadie por sí solo puede reclamar una comprensión completa y nadie es capaz de imponer esta comprensión a los demás. De ello deberían tomar nota los sesudos -aunque amateurs- intelectuales y opinólogos en materia del mundo árabe islámico.
Los grupos del Islam político que han llegado al poder en los Estados donde se habló de primaveras árabes no han seguido los pasos del Islam ni los preceptos de Mohamed después de la conquista de la Meca. La historia es inalterable en ese punto, sobran ejemplos. En aquel momento, mientras los opositores del Profeta temían su reacción luego de la victoria, Mohamed anunció el ‘día de la misericordia’, y pronunció su famosa frase: ‘Incluso el que entra en la casa de Abu Sufyan estará a salvo’ (en referencia a su enemigo más feroz de aquel tiempo). Según las escrituras, el Profeta añadió: ‘Id, pues sois libre, la batalla termino’. Mohamed no castigó ni tomó venganza contra nadie.
Este principio del Profeta fue aplicado más tarde por dos de los políticos más reconocidos del siglo XX: el líder indio Mahatma Gandhi y Nelson Mandela en Sudáfrica. Ambos ofrecieron un perdón completo a sus antiguos adversarios y enemigos e incluso los incorporaron a sus propios gobiernos para convertirse en parte de la solución, no del problema. Esta es la diferencia entre la sabiduría política, por un lado, y la inmadurez política vengadora y resentida, por el otro.
Cuando se elige representar a la religión en el ámbito político, ello implica una mayor responsabilidad moral, social y comunitaria, tal conducta debe ser así porque un daño inconmensurable puede ser causado si se fracasa. Los ejemplos pueden observarse hoy en Túnez, Egipto y Libia, donde la atmósfera que prevalece es violencia, muerte, decepción y frustración.
En Túnez, Rachid Ghanouchi y su partido Ennahda podrían haber superado el egoísmo y la arrogancia al aceptar asistir a Hamadi Jebali en la formación de un gobierno con el fin de administrar los asuntos del país en estos tiempos críticos sin considerar la iniciativa de Jebali como un ataque o una afrenta partidista. Sin embargo, el partido islamista Ennahda se inclino por adoptar una política de exclusión, violencia y acoso, el resultado fue su fracaso y la pérdida de credibilidad ante el pueblo tunecino.
Lo mismo aplica a lo sucedido en Egipto bajo el gobierno del presidente islamista Mohamed Mursi en su relación con el primer ministro Hisham Qandil. Una gran parte del pueblo egipcio creyó desde el primer día que Qandil no habría de gestionar correctamente los asuntos del país, y que el cargo de primer ministro requería de alguien con mayor experiencia. Además, la desconfianza por su manejo incompetente de la situación económica fue el mayor peligro para todos. No obstante, el hombre se aferro a su posición de ‘tozudez y prepotencia’ haciendo caso omiso a las demandas del pueblo, cuando en realidad este comportamiento fue una reminiscencia del estilo adoptado por los mismos regímenes ante los cuales las ‘pseudo revoluciones’ de la Primavera Árabe se levantaron.
El enfoque del Profeta Mohamed está muy lejos de los que actualmente dicen estar siguiendo sus pasos en nombre del Islam político. Mohamed no abogó por la venganza, la calumnia o la sospecha, ni tampoco por etiquetar a otros como traidores. Sin embargo, hoy en día, el Islam político continúa generando problemas sociales, divisiones internas, sedición y violencia. Esta situación se ve agravada por grupos específicos que reclaman el derecho exclusivo de hablar, entender y juzgar en nombre de la religión. Lo grave de estas conductas, es que el costo de ese accionar no será pagado por los gobiernos o regímenes actuales, sino que serán las generaciones venideras las que realmente lo sufrirán.
En los eventos mal conceptualizados como levantamientos, revoluciones y primaveras árabes, grupos islámicos llegaron al poder a través de elecciones democráticas, pero la democracia tiene criterios de observancia fundamentales como el respeto por los derechos de todos los ciudadanos junto a la observancia de la justicia, la igualdad y la unidad nacional. Con el devenir del tiempo y el ejercicio del gobierno por parte de partidos islamistas, estos principios parecen completamente ajenos a quienes tomaron el poder en nombre del Islam político y como resultado de tal experiencia, es el propio Islam político el que parece estar condenado al fracaso si no experimenta un cambio proactivo desde dentro.