El triste final del relato

Decidido a darle una vuelta más de tuerca a su relato, el gobierno presentó el Sistema Federal de Medición de Audiencias (Sifema), un observatorio dedicado a la ponderación y medición del rating a escala nacional.

La idea de contar con un organismo semejante no sería tan disparatada si proviniese de un gobierno con antecedentes de credibilidad irreprochables. Pero la sombra de lo hecho con el INDEC sobrevuela opacándolo todo. Para colmo, en la misma semana, la Presidenta tuvo la infeliz idea de crear por decreto la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, una iniciativa de indudable sesgo totalitario cuyo nombre ya nos indica que, para el gobierno, el pensamiento nacional debe ser dirigido y que, además, tiene dueño.

Ambas son medidas que se toman muy cerca del final del mandato. Ambas no lograrán los resultados deseados por un gobierno en retirada y sumido en el descrédito. Pero lo peor es que ambas quedarán como rémoras que engrosarán el gasto público y alimentarán burocracias que tributarán al kirchnerismo cuando éste se haya ido.

Con estas dos iniciativas el gobierno muestra a las claras lo que pretende: direccionar el pensamiento nacional y asegurarse, en todo el país, que el mismo goce del mejor rating posible. Vendría a ser algo así como sacarse una foto al atardecer en el Valle de la Luna para luego certificar que efectivamente se trata de una foto lunar y convencer al público de que en la luna conviene pensar porque hacia allí se debe estar o ir.

¿Y los que pretendemos viajar hacia otro destino? ¿Y los que sencillamente ni siquiera desean que se les impongan viajes? Siempre es difícil viajar cuando se tienen pasajes falsos a no ser que se sea polizonte, barrabrava o pretendan subirlo a uno con mentiras, paraísos falsos o a los empujones.

Cuando cambie el gobierno habrá que desandar este camino y desarmar el inmenso aparato propagandístico que ha pretendido embarcarnos a todos en su relato. Y no hay mayor prueba de su naufragio que las dos iniciativas mencionadas.

La presidenta desquicia a la democracia

La Presidenta de la Nación salió con dureza al cruce no sólo de la Corte Suprema de Justicia sino también de todo el Poder Judicial en el acto realizado para celebrar el Día de la Bandera en Rosario. El día anterior, con motivo de festejarse el aniversario número cuatrocientos de Universidad de Córdoba, sostuvo que tenía “muchos remedios” para calmar su dolor. A confesión de partem relevo de pruebas: le duele, está enferma, o ambas cosas. Le duele que un poder independiente le diga que no como cuando un padre o una madre no le permite a un hijo cumplir un capricho temerario. Cristina, en vez de ofuscarse con el fallo de la Corte, debería haberlo tomado como una lección democratizante; no como un regaño sino como una oportunidad para reconocer, frente a todos y todas, que se equivocó, permitirse replantear su gobierno, e irse en el 2015 por la puerta grande.

Pero a juzgar por su discurso rosarino, cargado de resentimiento, todo hace pensar que se empeñará en romper puertas y pilares. Puertas y pilares que nos costaron 30 años y 30.000 desaparecidos reconstruir. La Presidenta pretende hacernos creer que una voluntad popular circunstancial puede, por mayoría simple, decidir cualquier cosa. Decidir, por ejemplo, que la Constitución Nacional no vale. Tiene el tupé de preguntarse en voz alta si la toman por tonta cuando, al hacerlo, toma por tonto al pueblo que la ha votado y a quienes dejarán de votar a su proyecto en las elecciones de octubre.

Cuando se postula para jueza en 2015, suponiendo falazmente que de tal modo tendría poderes omnímodos, lo que nos está diciendo es que los desea; que haría cualquier cosa con tal de tenerlos. En síntesis: pretende transformar república en autocracia o monarquía. Esta mujer desquicia a la democracia; pero la democracia tiene también su remedio: el voto popular. El mismo voto popular al que ella apela constantemente. El voto que expresará la voluntad popular de que vuelva a su casa y comience a visitar Comodoro Py.

En octubre los opositores de verdad tendremos la oportunidad de ponerle fin a esta década ganada para ellos y recuperar el futuro para todos. Ellos deberán rendir cuentas de lo actuado ante una Justicia que no deberá consentir impunidad y nosotros dejaremos atrás el relato para escribir la historia con todas las dificultades heredadas con las que la realidad nos enfrente. No habrá más choques ni confrontaciones sino diálogo e integración para gobernar la patria.

¿La presidenta quiere curarse? Que llegue octubre.