Lo que el gobierno creyó que terminaría en Fiesta para Todos terminó en gol en contra. De la idea de remozar al fútbol televisado con un sesgo de modernidad técnica que el Estado no está en condiciones de proveer, junto a relatores un poco más “aptos para todo público”, se pasó –papelón de por medio– a la radicalización de las posturas y, seguramente, del “relato“.
La abrupta salida de Marcelo Tinelli, a quien fueron a buscar a los 44 minutos del segundo tiempo, le devuelve a la Cámpora y a la Presidenta un nuevo revés en el convencimiento de que al partido pueden darlo vuelta solos.
Con el torneo local comenzando y el mundial a la vuelta de la esquina, la improvisación gubernamental en lo que constituye su apuesta mayor en la batalla comunicacional contra la cadena del desánimo ha quedado al desnudo.
El programa Fútbol para Todos siempre fue una clara herramienta de comunicación política, una “obra maestra” para la penetración y manipulación cultural a través de las transmisiones del deporte que constituye una de las máximas pasiones argentinas. Pasión, comunicación y negocio: un combo ideal para mantener entretenido al mismo pueblo al que, supuestamente, se pretende poner a salvo de otras posibles comunicaciones, negocios y políticas mediante este fenomenal artilugio que tan bien empleó la dictadura en 1978.
El sainete que estamos presenciando entre el gobierno y el empresario Marcelo Tinelli ya trae aparejados costos políticos para una sola de las partes y un perdedor neto: el televidente como ciudadano.
Con lo que cuesta el Fútbol para Todos podrían comenzar a resolverse problemas graves que aquejan al país mientras que las transmisiones podrían financiarse –en todo o en parte– con publicidad privada. Pero resulta que el gobierno continúa empecinado en manejar discrecionalmente esos fondos con la complicidad de Don Julio y el sostén irrefrenable de la Juventud Maravillosa que lidera Máximo Kirchner.
Quien lo ha dicho con mayor claridad es Hebe de Bonafini: el FPT es para hacer política, no negocios. Y efectivamente de eso se trata: de la lucha por un poder que, a fuerza de pretender concentrarlo, al gobierno se le diluye cada vez más.
En efecto, su política de comunicación es una máquina de producir estampidas entre los leales y simpatizantes iniciales. Y es también una máquina de crear malestares donde hasta hace cinco minutos no los había. Así es como en tiempo de descuento le propinaron un portazo en la cara a Marcelo Hugo quien, seguramente, ya estará preparando el temido regreso del Gran Hermano.