Hablar de una “grieta cultural” que genera una “separación irreconciliable” entre los argentinos representa, en este tiempo histórico, una premisa absolutamente falsa. En realidad, esa grieta de la que habló Jorge Lanata es una fisura sobre el consenso desplegado desde la irrupción de la dictadura militar en 1976 y profundizado (culturalmente) en la década del 90.
Ernesto Laclau sostiene que todo consenso implica un acto de exclusión. Podemos asumir que no existen consensos absolutos.
En los 90, los excluidos del consenso político, económico, social y cultural desplegado estaban condenados a habitar en las márgenes del sistema. Las expresiones organizadas que encarnaban lucha y resistencia en diferente ámbitos no formaban parte de ninguna agenda.
Los diarios y radios dominantes no recogían ni reflejaban ninguna de las demandas de los sectores marginados o, por lo menos, eran enfocadas editorialmente como expresiones que representaban nichos radicalizados de violencia y/o delincuencia. Vale un ejemplo bien claro: en los días finales del neoliberalismo económico de Estado, Clarín intentó vender que los asesinatos de Kosteki y Santillán habían sido producto de un enfrentamiento interno entre organizaciones sociales.
La televisión, los ámbitos académicos, la producción literaria, las cátedras universitarias, las editoriales más importantes responsables de la divulgación de los productos que moldean los consumos culturales y la creación de sentidos, expresaban un consenso en torno a las ideas fuerza y conceptos que sostenían el neoliberalismo cultural.
¿No era acaso ese consenso la expresión de una grieta profunda, honda, criminal, lacerante? Esa grieta real, explícita y opresora, no era parte de la agenda de los medios dominantes; no leíamos a conspicuos editorialistas preocupados por la grieta cultural; no escuchábamos en la radio a los periodistas más renombrados evidenciar, en tono apesandumbrado y casi al borde de la neurosis, como escuchamos ahora, relatar y describir una situación socio-cultural opresora; no había en televisión un primerísimo primer plano de un presentador de noticias diagnosticándole al presidente una enfermedad que no le permitía ver una realidad que asfixiaba a millones de argentinos.
No había nada de eso. Lo que hubo, cuando los sectores de poder concentrado entendieron que la alianza con el poder político en el gobierno ya había sido exprimida el máximo, hubo entonces una decisión: cambiar. ¿El modelo? No amigos. Cambiar de figuritas. El poder político sólo era gerente del poder real.
¿Entonces? Comenzaron las tapas y las “investigaciones” periodísticas que daban cuenta de la corrupción estructural. Algo que era estrictamente cierto, pero que respondió a una decisión estratégica: seguir invisibilizando las causas estructurales de la crisis económica y socio-cultural; preservar el modelo neoliberal que era estrictamente la grieta. El poder comunicacional en función de la preservación de la grieta, del modelo que perpetuaba y profundizaba las asimetrías sociales, el desguace del Estado, la entrega de soberanía.
HOY
En la entrega de los premios Martín Fierro, la fiesta máxima de la televisión argentina, Jorge Lanata lanzó su tesis sobre la “grieta cultural”: una “división irreconciliable entre los argentinos” dijo el conductor del show Periodismo Para Todos. No es casual que lo haya hecho en un ámbito no político, atravesado por la industria de la espectacularización y de la inmediatez por sobre lo analítico.
Luego, en una columna para el diario Clarín, Lanata reforzó su concepto y describió a los gobiernos de Juan Perón (1946-1955) y a los de Néstor y Cristina Kirchner como los generadores de la grieta. ¿Curioso no? Los lapsos en lo que diversos actores sociales fueron empoderados e incluidos en el sistema como sujetos de pleno derecho, son estigmatizados editorialmente, con todo el peso de la estructura del grupo de medios más importante del país.
No es casual. Lanata persiste con su impronta noventosa: ahora en un show en el que se despoja a la política de la complejidad y la densidad que la constituyen, se la reduce a gags de corte moral o denuncistas que poseen como característica principal la efectividad en términos comerciales.
De esa manera, se eluden los verdaderos debates y encrucijadas que atañen a la sociedad argentina y ofrece un mosaico reducido a sus intereses. ¿No es igual a los noventa?
Hace algunos días, la Juventud Platense para la Victoria (la organización política de la ciudad de La Plata en la que milito) lanzó un corto de campaña que se vertebra a partir del concepto “grieta cultural”. #LaGrietaDeLanata se llama (fue TT en Twitter el día de su lanzamiento en redes sociales). Es un cortometraje de ficción inspirado en la vida cotidiana de los militantes, rodado en lugares que usualmente habitan estos jóvenes.
El corto refuta el concepto “grieta cultural” a partir de las conquistas de los últimos 10 años. Lo curioso es que el portal Clarín.com, y el propio Lanata, se encargaron de fustigar la producción.
Lanata descalificó la producción dando a entender que lo mostrado no forma parte del cotidiano de nadie. Pero esencialmente, descalificó cualquier forma de organización de los jóvenes. Lo hizo con una elipsis, ya que disfrazó de crítica a la realización del corto, lo que es en realidad una constante: la estigmatización del militante.
“¿Vieron que naturales que son? ¿Vieron que no hay nada guionado?”, ironizó Lanata. En realidad, lo que expresa esa postura es un desprecio a los militantes, a los que creen (Lanata y el Grupo para el que trabaja) incapaces de construir conceptos políticos y de expresarlos con cierto nivel de complejidad.
Michel Foucault afirmaba que el poder mediático tiene un enorme poder, porque coloniza las conciencias. “Sujeta al sujeto”, explicó el francés.
Que un concepto como grieta cultural sea parte de la agenda de los medios dominantes en este tiempo histórico, que esa idea sea concebida y expresada en términos laxos y asentado sobre lógicas meramente comerciales, es un puente a Foucault y al poder que sujeta al sujeto.
Pero que una agrupación política pequeña compuesta por jóvenes profesionales, estudiantes y trabajadores construya con esfuerzo y artesanalmente una pieza que refute ideas que impone el discurso dominante, y que desde ese sector se la fustigue con crudeza, da cuenta de la inexistencia de una grieta cultural en los términos expuestos por Clarín, y demuestra el vigor del ciclo cultural, social, político y económico inaugurado el 25 de mayo de 2003.