Falta poco para las vacaciones de invierno -en CABA y provincia de Buenos Aires, al menos. Como era de esperar, dos paros (uno para antes, otro para después) ya fueron anunciados. Entre el cantito de “Brasil, decime qué se siente” y las frases sobre lo que puede hacer Mascherano, desdibujados, los anuncios de la disconformidad, del reclamo perpetuo, del lamento lánguido, aparecen en los diarios, pequeños, llevando como la cola de un cometa la sarta de comentarios agresivos y denigrantes que caracteriza cualquier publicación que lleve la palabra “docente” en el título: ”Vayan a trabajar, vagos”, “Tres meses de vacaciones”, “No tienen vocación”, “Manga de ignorantes”, “Se rascan a cuatro manos”, “Están de licencia perpetua y por cada uno hay tres cobrando”, “Alumnos rehenes”, “Los chicos cada vez más burros”, “Si tanto les molesta cobrar poco por qué no se buscan otro trabajo”, “Trabajan cuatro horitas”. Es la esencia, sin las malas palabras.
¿Los comentaristas de los diarios reflejan la opinión pública? ¿Son el “termómetro” de lo que piensa la sociedad? Sería interesante analizarlo: si alguien se tomara el trabajo de leer los comentarios de todos los diarios, descubriría que los “comentaristas destacados” son una porción pequeña de la población lectora de periódicos, bastante estable. Hay comentaristas de notas políticas, de fútbol, de espectáculos. De notas sobre educación. Comentaristas que uno puede predecir que aparecerán, exultantes, escribiendo que los docentes son una especie de delincuentes que, a propósito, deja a la juventud de este país sumida en la ignorancia. ¿Qué se siente leyendo esas cosas? Se siente mal.
El paro es una forma lícita de protesta. Es la única forma de hacer visible, al parecer, el problema que atraviesan los docentes de las escuelas públicas de la provincia de Buenos Aires. Y ese problema es complejo. Si los docentes gozaran de tres meses de vacaciones pagas, licencias indefinidas y les pagaran por cuatro horitas de no hacer absolutamente nada, difícilmente harían paros. Sería una cosa bastante extraña encontrar miles de personas malvadas, tácitamente puestas de acuerdo para sumergir al alumnado de bajos recursos en la ignorancia y desidia… y si eso fuera posible, tampoco necesitarían hacer paro.
Las escuelas tienen problemas de infraestructura. Un aula digna es fundamental para poder enseñar y aprender. Los docentes tenemos variados problemas con nuestro sueldo, no sólo con que es escaso y quedó por debajo de lo que se necesita para vivir dignamente. Muchos no cobran, a pesar de que trabajan. O cobran mal. La obra social de los docentes deja mucho que desear, por decirlo diplomáticamente.
Y hay algo que no se dice: los docentes enfrentamos día a día el inmenso, monumental y heroico trabajo de contener al alumnado en primer lugar, para luego poder enseñar. Ninguna persona ajena a la realidad de lo que sucede en las escuelas tiene idea de la importancia de esa tarea, de lo difícil que es hacerla, de lo desgastante -aunque reconfortante- que es llevarla a cabo. Es cierto: no todos los docentes la realizan, o no todos en el mismo grado. No todos están dispuestos, ni todas las situaciones son las mismas. Contener implica algo que va más allá de la preparación académica de un docente: involucra sus emociones, involucra involucrarse, con todo lo que eso implica. Ponerle el corazón al chico que no comió, que está solo, que es maltratado, que está enojado, furioso, que no está en condiciones de sentarse tranquilamente en su sillita y ponerse a escuchar cómo se conjugan los verbos regulares. Nadie lo dice, ningún libro te lo enseña, no figura en los textos ni en las materias pedagógicas de la facultad, enfrentás la situación cuando aparece, día a día, al entrar al salón de clases e intentar comenzar a explicar un contenido ante un grupo de chicos que no quiere escuchar “porque”. Sí, “porque”. La tarea entonces, del docente, es investigar cómo continúa ese “porque” para completar la frase, buscarle una solución y, por fin, poder dar la clase en forma eficiente. Hay que ser docente para saber qué se siente explicar los verbos regulares ante una clase y que los chicos los aprendan, una vez develado y superado ese “porque”. Se siente fenomenal.
En el reclamo, se pide más dinero para los comedores escolares. Dar algo más que un mate cocido y un pedazo de pan es una manera de finalizar un “porque” y solucionar el problema: “No pueden aprender porque no comieron nada”. En mis últimos textos, pido algo que solucionaría otro “porque”, pero no se puede incluir en los motivos del paro: la ayuda de los señores padres en la tarea de educar a los chicos. Lindo sería un paro hasta que los padres se hagan cargo de sus responsabilidades como padres. “No pueden aprender porque creen que el saber no sirve para nada”. “No pueden aprender porque creen que los docentes son unos vagos despreciables que no tienen ningún saber respetable que transmitirles”, “no pueden aprender porque en la casa tienen infinidad de problemas”, “porque los papás no se preocupan ni siquiera de que tengan útiles”, y así seguiría la lista. Es una falacia sostener que los chicos no aprenden porque los docentes no les enseñan a propósito. Puedo pensar en malos docentes, pero las escuelas exceden la individualidad, son instituciones que van más allá de las personas que trabajan en ellas. Todos hemos tenido buenos y malos docentes a lo largo de nuestra vida, cualquiera sea nuestra edad. No se puede generalizar sin faltar a la verdad.
Docente, decime qué se siente. Se siente que el paro de principio de año no sirvió para nada. Se siente que uno no tiene derecho. Que la gente derrama sobre nosotros una catarata de agresiones. Que estamos remando solos contra múltiples cosas que nos superan. Que se vienen nuevos paros. Que contener cada vez es más desgastante y difícil.
Como siempre, se siente mal.