Caminar o correr contra la corriente implica de por sí llevar a cuestas un peso magnánimo. Decidimos a cada instante de nuestras vidas, aun en las cosas más rutinarias y cotidianas. Nuestras acciones determinan decisiones tomadas en el campo de la mente y las emociones. El precio a pagar es sublime, pero el resultado sin duda lo vale.
En este plan pueden existir altibajos mentales, estadios de duda, pero jamás de incredulidad. Se trata simplemente de una batalla entre creer o no creer. La decisión es nuestra. Una vez que nos aferramos a ella, que la abrazamos de todo corazón, nada ni nadie nos impide perseguirla hasta alcanzarla.