Hasta los años setenta, y sobre la base de los estudios de Lawrence Kohlberg, la creencia generalizada era que las niñas tenían un menor desarrollo moral que los varones de su misma edad. Luego de las pruebas realizadas sobre niños de 11 años de ambos sexos, se interpretaron los resultados como una forma de flaqueza moral de la mujer.
Pero en 1982, Carol Gilligan publicó In a different voice, sobre teorías psicológicas y de desarrollo femenino, que cambió esa perspectiva. Gilligan, que había colaborado con el propio Kohlberg, refutó la afirmación sobre esa debilidad moral de las mujeres y estableció que, en contra de esa creencia, la razón es que las mujeres tienen un sentido moral diferente, no inferior. A dicha moral la llamó “Ética del cuidado”. Es decir, que no es que tengan menores capacidades para hacer razonamientos morales, sino que privilegian los vínculos con los demás y las responsabilidades en el cuidado por encima del cumplimiento abstracto de los deberes. Es bajo esta óptica que debe considerarse qué es lo que hace que las acciones sean moralmente buenas o malas.
Mientras las teorías clásicas enfatizan en el carácter universal e imparcial de los deberes éticos, la ética del cuidado pone el acento en la responsabilidad hacia los seres a su cuidado. La creencia básica es que las personas no son independientes y extrañas unas de otras, como asume la ética kantiana, sino que, por el contrario, tienen entre sí diferentes grados de dependencia e interdependencia. Aquellos particularmente vulnerables merecen una especial consideración, y que se los considere de acuerdo con ello. Continuar leyendo